Nuestra oración debe ser
fuerte, buscando en Dios el sólido fundamento de nuestra existencia, concluyó
diciendo el Papa Francisco
En
estos tiempos en que los medios de comunicación social nos muestran “tantas
calamidades, tantas injusticias”, que tienen que ver de modo especial con los
niños, elevemos una oración “fuerte” a Dios, a fin de que convierta el corazón
de los hombres: para que conozcan al Señor y “no adoren al dios dinero”.
Lo dijo el Papa en su homilía de la Misa matutina celebrada en la
capilla de la Casa de Santa Marta el cuarto lunes de octubre.
A
través del Evangelio de San Lucas, el Papa Francisco aludió a la
parábola del hombre rico para el cual sus riquezas – dijo – “son su dios”, Y
reflexionó acerca de cuán vano es apoyarse en los bienes terrenales, subrayando
que, en cambio, el verdadero tesoro es la relación con el Señor.
Ante
la abundancia de su cosecha, aquel hombre no se detiene: piensa ampliar sus
propios depósitos y “en su fantasía” – explicó el Pontífice – a
“alargar la vida”: es decir, apunta a acaparar “más bienes, hasta la náusea”,
al no conocer la “saciedad”. De manera que, como dijo el Obispo de Roma,
“entra en aquel movimiento del consumismo exasperado”.
“Es
Dios quien pone el límite a este apego al dinero, cuando el hombre se vuelve
esclavo del dinero. Y ésta no es una fábula que Jesús se inventa: ésta es la
realidad. Es la realidad de hoy. Es la realidad de hoy. Tantos hombres que
viven para adorar el dinero, para hacer del dinero su propio dios. Tantas
personas que viven sólo por esto y la vida no tiene sentido. ‘Así es quien
acumula tesoros para sí – dice el Señor – y no se enriquece ante Dios’: no saben
qué es enriquecerse en Dios”.
El Santo
Padre mencionó un episodio acaecido hace años en Argentina – en “la otra
diócesis”, tal como suele definir a Buenos Aires – cuando un rico empresario,
aun sabiendo que estaba gravemente enfermo, compró tercamente una casa sin
pensar, en cambio, que en breve tiempo habría tenido que presentarse “ante
Dios”. Y también hoy existen estas personas hambrientas de dinero y bienes
terrenales, gente que tiene “muchísimo”, frente a “los niños hambrientos que no
tienen medicamentos, que no tienen educación, o que están abandonados”: se
trata – dijo Francisco sin dudar – de “una idolatría que mata”, que
hace “sacrificios humanos”.
“Esta
idolatría hace morir de hambre a tanta gente. Pensemos sólo en un caso: en los
200 mil niños rohinyás en los campos de prófugos. Allí hay 800 mil
personas; 200 mil son niños. Apenas tienen qué comer, desnutridos, sin
medicamentos. También hoy sucede esto. No es una cosa que el Señor dice de
aquellos tiempos: no. ¡Hoy! Y nuestra oración debe ser fuerte: Señor, por
favor, toca el corazón de estas personas que adoran al dios, al dios dinero.
Toca también mi corazón para que yo no caiga en eso, para que yo sepa ver”.
Otra
“consecuencia” – prosiguió explicando el Pontífice – es la guerra;
incluso la que se desata en las familias:
“Todos
nosotros conocemos qué sucede cuando está en juego una herencia: las familias
se dividen y terminan en el odio. El Señor subraya con suavidad, al final:
‘Quien no se enriquece ante Dios’. Ese es el único camino. La riqueza, pero en
Dios. Y no es un desprecio por el dinero, no. Es precisamente la avidez, como
dice Él: la codicia. Vivir apegados al dios dinero”.
Por
este motivo, concluyó diciendo el Papa Francisco, nuestra oración debe ser
fuerte, buscando en Dios el sólido fundamento de nuestra existencia.
María
Fernanda Bernasconi
Radio
Vaticano
