No quiero actuar de una determinada manera para
quedar bien con otros. Sino para ser fiel a mí mismo, a mi verdad
Tal vez mi autoestima es muy débil. Y de ahí surgen todos mis miedos. Tal vez
no me quiero tanto como Dios me quiere. Él me quiere de una forma imposible. Le
gustan mis defectos. Ama mi debilidad. Pero yo no soy así. No me gustan mis
defectos. No me parecen graciosos. Y rechazo mi fragilidad. Porque no me
permite luchar y llegar donde yo quiero.
El otro día a
una chica le preguntaron sin previo aviso: ¿Qué cambiarías de ti si pudieras
hacerlo?. Ella respondió que nada. Su respuesta me llamó la
atención. Yo cambiaría varias cosas de mi físico, de mi forma de ser, de mi
carácter, de mis debilidades. Si pudiera hacerlo, claro, las borraría de un
plumazo. Creo que todos lo haríamos. Sueño con tocar con una varita mágica mi
vida y hacerla mejor. Pero es sólo un sueño. Lo sé.
Creo que todo
esto afecta a mi autoestima. Necesito quererme como soy y no vivir desando
cambiarme. Una autoestima sana que sea el fundamento de mi vida. Una roca sobre
la que construir.
¿Cómo lo
logro? Necesito sentirme aceptado y querido en lo que soy. Sobre ese amor que
recibo puedo amarme. Y de esta forma, sabiéndome respetado y amado, puedo amar
y respetar a otros en su originalidad.
Leía el otro
día: La
autoestima es el fundamento en donde se construye una personalidad auténtica y
sana, capaz de respetarse y ser respetado, capaz de expresar sentimientos sin
herir y capaz de expresar sentimientos e ideas sin condenar [2].
Quiero
aprender a expresar lo que soy sin herir, sin miedo a ser herido. Ser quien soy
sin que tenga que justificarme una y otra vez por dar mis puntos de vista, por
mostrar mi verdad y mi vida tal y como es.
Necesito tener claro quién soy para
sobrevivir en medio de un mundo en el que la verdad se manipula. ¡Qué frágil es todo! Los hechos no son lo
que parecen. Las imágenes a veces nos confunden. Y las palabras de hoy dejan de
tener valor mañana.
En este mundo
que cambia rápidamente, en el que todo fluye y me venden como verdad mentiras.
En este mundo en el que nada parece ser definitivo. ¿Qué hago yo como
cristiano? En este mundo tengo que vivir con la cabeza alta y la mirada puesta
en Dios que es quien sostiene mi vida.
No hago las
cosas para agradar al mundo. No busco que todos estén contentos conmigo. De
acuerdo con mis puntos de vista. Es cierto que si hago lo que tengo que hacer
puede que sí agrade a algunos. Pero no lo hago para conseguir votos,
seguidores, aplausos y tener éxito. Sé lo que pienso. Quiero lo que sé. Y hago
lo que pienso y quiero.
Soy fiel a la
verdad escondida por Dios en mi alma. No actúo de una determinada manera para
quedar bien con otros. Sino para ser fiel a mí mismo, a mi verdad. A
lo que Dios ha pensado para mi vida. Soy fiel a mí mismo y entonces soy verdadero.
No decido
quién soy de nuevo cada mañana. Dependiendo de lo que escucho y leo. Soy el
mismo que ayer. No he cambiado. O sí he cambiado pero desde lo que soy en mi
esencia. No cambio mi opinión cada semana. Soy fiel a lo que digo hoy. A lo que
sueño. A aquello por lo que comprometo mi vida.
Me levanto
sobre ese tronco firme en el que asiento mi corazón. Oigo entonces con menos
fuerza los gritos de los hombres que me aceptan o rechazan. Y me duelen menos
las críticas que escucho y leo. Y los desprecios me hieren menos.
No es obra mía. Es de Dios en mí que me
sostiene. Eso me da tanta paz. Me ayuda a ser yo mismo. A actuar desde lo que soy y no desde
lo que los demás esperan. Así soy fiel a mí vocación, a mi camino. Quiero
descubrir quién soy. Sé que el único camino es el de hacerme niño.
Decía el P.
Kentenich: Sólo una profunda ‘ingenuidad’ puede librarnos de la
tiranía de un ambiente masificante. Esta filialidad nos dio la fuerza y el
coraje para educar en nosotros y en nuestro entorno al hombre imbuido de la
ingenuidad propia de un niño [3].
Un corazón de
niño que me permita vencer la masificación de mi ambiente. Darme con
ingenuidad. Mostrarme sin miedo. Sin prejuicios. Una forma de ser nueva. Estoy
llamado a formar una comunidad nueva en la que pueda conservar mi originalidad
sin perderme en la masa. Un espacio sagrado en el que pueda ser yo mismo sin
miedo a sobresalir, sin miedo al rechazo.
Una sentencia
dice: Cuando
un clavo sobresale, basta un martillazo para colocarlo en su lugar. Temo
la comunidad en la que se critica al que destaca, en la que se mancilla al que
sobresale, en la que se hunde al que sube y se humilla al que tiene éxitos y da
frutos. Esa comunidad donde la envidia y los celos son el caldo de cultivo de
una masificación enferma.
Temo esa
comunidad en la que tiene que imperar el pensamiento único. Porque da miedo
convivir con el que piensa distinto y cuesta aceptar otros puntos de vista como
válidos. No quiero criticar al que no piensa como yo. No quiero hundir al que
no comulga con mis puntos de vista.
Sueño con una
comunidad, con una familia, en la que se educa desde la originalidad aceptada y
respetada de cada miembro. Cada uno tiene derecho a expresarse como es. Sin
mentir. Sin tapar. Sin sentirse rechazado. ¡Qué difícil tolerar tantas
diferencias! No quiero masificarme. No quiero masificar.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia