Preocupación del Papa por
las actitudes de intolerancia haca la inmigración
El
papa Francisco recibió este viernes por la mañana en la Sala Clementina
del Palacio Apostólico, a los directores nacionales de la pastoral para los
migrantes.
Ellos
están participando en un encuentro del 21 al 23 septiembre, promovido por el
Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) en curso en Roma, en
la Bonus Pastor.
Publicamos
el discurso dirigido por el Santo Padre a los participantes en la audiencia.
“Queridos
hermanos y hermanas,
Los
recibo con alegría con ocasión de vuestro encuentro y agradezco al cardenal
presidente las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Quiero darles
las gracias de todo corazón por los esfuerzos de los últimos años a favor de
tantos hermanos y hermanas migrantes y refugiados que llaman a las puertas de Europa
en busca de un lugar más seguro y una vida más digna.
Frente
los flujos migratorios masivos, complejos y variados, que han puesto en
crisis las políticas migratorias adoptadas hasta ahora y los medios de
protección sancionados por los convenios internacionales, la Iglesia tiene la
intención de permanecer fiel a su misión: la de `amar a Jesucristo, adorarlo y
amarlo, especialmente en los más pobres y desamparados; entre éstos, están
ciertamente los emigrantes y los refugiados´ (Mensaje para la Jornada Mundial
del Emigrante y del Refugiado 2015: Enseñanzas II, 2 [2014], 200).
El
amor maternal de la Iglesia para estos hermanos y hermanas pide
manifestarse concretamente en todas las fases de la experiencia migratoria
desde la salida hasta el viaje, desde la llegada hasta el regreso, de manera
que todos los órganos de las iglesias locales situados a lo largo de la ruta
sean protagonistas de la única misión, cada uno según sus propias
posibilidades. Reconocer y servir al Señor en estos miembros de su `pueblo en
el camino´ es una responsabilidad compartida por todas las Iglesias
particulares en la profusión de un esfuerzo constante, coordinado y eficaz.
Queridos
hermanos y hermanas, no les oculto mi preocupación por los signos de intolerancia, discriminación
y xenofobia que existen en diferentes regiones de Europa. A menudo están
motivados por la desconfianza y el miedo hacia el otro, al diferente, al
extranjero. Me preocupa todavía más la triste constatación de que nuestras
comunidades católicas en Europa no están exentas de estas reacciones defensivas
y de rechazo, justificadas por un no especificado `deber moral´ de preservar la
identidad cultural y religiosa original.
La
iglesia se ha extendido a todos los continentes gracias a la “migración” de los
misioneros que estaban convencidos de la universalidad del mensaje de salvación
de Jesucristo, destinado a los hombres y mujeres de todas las culturas. En la
historia de la Iglesia no han faltado tentaciones de exclusivismo y
atrincheramiento cultural, pero el Espíritu Santo siempre nos ha ayudado a
superarlas, asegurando una apertura constante hacia el otro, considerada como
una verdadera oportunidad de crecimiento y enriquecimiento.
El
Espíritu, estoy seguro, nos ayuda también hoy a mantener una actitud de
apertura confiada, que nos permite superar cualquier barrera, saltar por encima
de cualquier muro.
En
mi escucha constante de las Iglesias particulares en Europa, he
percibido un profundo malestar frente a la llegada masiva de inmigrantes y
refugiados. Ese malestar debe ser reconocido y entendido a la luz de un momento
histórico marcado por la crisis económica, que ha dejado heridas profundas.
Ese
malestar, además, también se ha visto agravado por la cantidad y
la composición de los flujos migratorios, por una falta sustancial de
preparación de las sociedades de acogida y de políticas nacionales y
comunitarias a menudo inadecuadas.
Pero
el malestar también es indicativo de los límites del proceso de unificación
europea, de los obstáculos con los que se debe medir la aplicación real de la
universalidad de los derechos humanos, de los muros contra los que se estrella
el humanismo integral, que constituye uno de los frutos más hermosos de la
civilización europea. Y para los cristianos todo esto debe interpretarse, más
allá del inmanentismo laicista, en la lógica de la centralidad de la persona
humana creada por Dios, única e irrepetible.
Desde
una perspectiva puramente eclesiológica, la llegada de tantos hermanos y
hermanas en la fe ofrece a las iglesias en Europa una nueva oportunidad de
realizar plenamente su catolicidad, un elemento constitutivo de la Iglesia que
confesamos en el Credo cada domingo. Por otra parte, en los últimos años,
muchas Iglesias locales en Europa se han enriquecido con la presencia de
inmigrantes católicos, que han traído sus devociones y su entusiasmo litúrgico
y apostólico.
Desde
una perspectiva misionológica, los flujos migratorios contemporáneos
constituyen una nueva `frontera´ misionera, una ocasión privilegiada para
anunciar a Jesucristo y su Evangelio sin moverse del propio ambiente, de dar un
testimonio concreto de la fe cristiana en la caridad y en el profundo respeto
por otras expresiones religiosas. El encuentro con los migrantes y refugiados
de otras confesiones y religiones es un terreno fértil para el desarrollo de un
diálogo ecuménico e interreligioso sincero y enriquecedor.
En
mi Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado del próximo
año destaqué que la respuesta pastoral a los desafíos de la migración
contemporánea se deba articular en torno a cuatro verbos: acoger,
proteger, promover, integrar.
El
verbo acoger se traduce después en otros verbos como ampliar los
medios legales y seguros de entrada, proporcionar un primer alojamiento
adecuado y decoroso, y garantizar a todos la seguridad personal y el
acceso a los servicios básicos.
El
verbo proteger se especifica en la oferta de información fiable y
certificada antes de la salida, la defensa de los derechos fundamentales de los
migrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio, y en la
defensa de los más vulnerables, que son los niños y las niñas.
Promover significa
esencialmente asegurar las condiciones para el desarrollo humano integral de
todos, migrantes y autóctonos. El verbo integrar se traduce en la
apertura de espacios de encuentro intercultural, en favorecer el enriquecimiento
mutuo y promover programas de ciudadanía activa.
En
el mismo mensaje mencionaba la importancia de los Pactos Globales, que los
Estados se han comprometido a elaborar y aprobar a finales de 2018. La Sección
Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano
Integral ha preparado 20 puntos de acción que las Iglesias locales están
invitadas a utilizar, completar y profundizar en su pastoral: estos puntos se
basan en las `mejores prácticas´ que caracterizan la respuesta tangible de la
Iglesia a las necesidades de los migrantes y refugiados.
Los
mismos puntos son útiles para el diálogo que las diferentes instituciones
eclesiásticas tengan con sus gobiernos en vista de los Pactos Globales. Os
invito, queridos directores, a conocer estos puntos y a promoverlos en vuestras
Conferencias Episcopales.
Los
mismos puntos de acción conforman también un paradigma articulado de los cuatro
verbos mencionados anteriormente, un paradigma que podría servir como metro de estudio
o de verificación de las praxis pastorales en las Iglesias locales, de cara a
una actualización cada vez más oportuna y enriquecedora.
La
comunión en la reflexión y la acción sea vuestra fuerza, porque cuando se está
solo, los obstáculos parecen mucho más grandes. Vuestra voz sea siempre puntual
y profética, y, sobre todo, esté precedidas por una obra coherente y basada en
los principios de la doctrina cristiana.
Renuevo
mi agradecimiento por vuestro gran esfuerzo en el contexto de una pastoral
migratoria tan compleja cuanto de candente actualidad y les aseguro mi oración.
Y también ustedes, por favor no se olviden de rezar por mí. Gracias”.
Fuente: Zenit