Se trata de
la eutanasia, vientres de alquiler, ideología de género y libertad religiosa en
los que se “percibe una pérdida de humanidad notable”
El
cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, y vicepresidente de la
Conferencia Episcopal, afirma en su carta semanal titulada “Proyectos
legislativos en contra del hombre” que sería una verdadera “hecatombe” si se
aprueban las leyes a favor de la eutanasia, vientres de alquiler, ideología de
género y libertad religiosa.
“Se trata de los proyectos legislativos sobre
eutanasia, sobre vientres de alquiler, sobre ideología de género y sobre
libertad religiosa. En todos ellos, por lo que se conoce, se percibe una
pérdida de humanidad muy notable, de nuestras raíces y convicciones más hondas:
no van a favor del hombre sino al contrario, destruyen en su conjunto el bien
común”, afirma el cardenal en su carta semanal del pasado domingo 24 de
septiembre.
Entre
los temas tratados en la Comisión Permanente de la Conferencia
Episcopal Española, reunida los días 26 y 27 de septiembre, la
subcomisión episcopal para la Familia y Defensa de la Vida ha reflexionado
sobre la “ideología de género y su traslación a proyectos legislativos en
España.
A
lo largo del día de hoy se emitirá una nota de prensa en la que se informará de
los temas tratados por los obispos que conforman la comisión permanente.
“Proyectos legislativos
en contra del hombre”
Esta
es la carta
semanal escrita por el cardenal Cañizares.
Próximamente
se van a debatir en el Parlamento español cuatro proyectos legislativos que, de
ser aprobados tal cual por la mayoría de los partidos, según parece que será
así si no se remedia, serían un retroceso muy importante en el desarrollo de
nuestra sociedad, una verdadera "hecatombe", como alguien ha
dicho del conjunto de esos cuatro proyectos legislativos.
El
conjunto de los cuatro socaban los cimientos en que se asienta nuestra sociedad
española, el desarrollo de nuestra sociedad. La misma democracia no es posible
si se debilita o quiebra la realidad, la verdad del hombre, de la persona
humana y sus derechos fundamentales e inalienables, no sujetos a transacciones
entre las fuerza políticas.
Se
trata de los proyectos legislativos sobre eutanasia, sobre vientres de
alquiler, sobre ideología de género y sobre libertad religiosa. En todos ellos,
por lo que se conoce, se percibe una pérdida de humanidad muy notable, de
nuestras raíces y convicciones más hondas: no van a favor del hombre sino
al contrario, destruyen en su conjunto el bien común.
Nuevo orden mundial
Conllevan
estos proyectos en su seno una crisis social y política que no se puede
despreciar, es un avance en la crisis de los derechos humanos fundamentales y
en el dominio del “nuevo orden mundial” que se pretende imponer a todos.
Por eso no podemos permanecer en silencio, hay que actuar y reclamar derechos
fundamentales que no se pueden hurtar a los españoles, apelar a la
responsabilidad de quienes deben ser garantes y defensores de los derechos
fundamentales en los que debe sustentarse el aparato legal fundamental de
nuestra sociedad.
La
pérdida del sentido de la esencia, es decir de la verdad, del hombre, como he
dicho en otras ocasiones, es donde podemos encontrar la raíz de la actual
crisis política y social que nos acompaña, crisis de los derechos humanos;
o lo que es lo mismo, la desaparición de un concepto de persona que no esté
sometido a las decisiones cambiantes y de poder de los hombres sobre qué es la
persona es lo que está en la base de tal crisis.
Este
es el mismo problema con que se enfrenta no solo la legislación, sino también
la moral y la ética hoy: ha desaparecido la conciencia de la verdad de la
persona como algo que nos precede y que no está sometida a nuestro
arbitrio, a nuestras decisiones subjetivas, aunque esta subjetividad sea
expresión de una colectividad humana en una cultura –o en una pseudocultura–
determinada. Crisis moral, crisis ética, crisis de legalidad de una sociedad o
de una cultura es crisis de la sociedad: así es históricamente, evidente.
Negación al derecho a la
vida
Esta
crisis política y social a la que me estoy refiriendo de los derechos humanos
es fácilmente constatable para cualquier observador imparcial de la actual hora
histórica de la humanidad; se manifiesta, en toda su hondura moral y en su
trascendencia crucial para el futuro del hombre, a través del nuevo
planteamiento del derecho a la vida, que ha precedido, acompañado y seguido a
los cambios legislativos en torno al aborto (cuya aceptación social “es, sin
excepción, lo más grave que ha acontecido en el siglo XX”, en expresión de D.
Julián Marías).
Sus
consecuencias, en el plano estrictamente jurídico-constitucional no se hicieron
esperar. La duda sobre el sujeto del primer derecho fundamental de la
persona humana, del derecho a la vida –postulado antropológico imprescindible
de todos los demás derechos fundamentales–, quedaba instaurada en el corazón
mismo del sistema ético-jurídico tan laboriosamente elaborado a lo largo de
siglos de purificación constante de la experiencia jurídica de la humanidad, en
medio de innumerables contratiempos y dificultades.
¿Quién
es el sujeto del derecho fundamental a la vida? ¿El ser humano simpliciter ut
talis? La praxis jurídica y social que se ha impuesto, por desgracia, en los
ámbitos legislativos y jurisdiccionales de la mayoría de los Estados, hasta
ahora, es la de la negación al ser humano del derecho fundamental a la vida en
el periodo inicial que sigue a su concepción.
El
precio antropológico no podría ser otro que el poner en cuestión su carácter de
humano, llevando la argumentación, en no pocos casos, hasta el extremo,
abiertamente insostenible desde todos los puntos de vista científicos, de que
el embrión e, incluso, el feto en determinadas hipótesis es una cosa, un algo
que forma parte del cuerpo u organismo de la madre; y no –en feliz expresión de
Julián Marías– un alguien, un quien, al que no se le puede sustraer la
condición de ser persona, inherente a todo ser humano.
Quién decide ser hombre
Con
lo cual, no sólo queda gravemente cuestionado el derecho fundamental del hombre
a la vida, sino también la persona misma. ¿Quién, y cuándo, y cómo se es
hombre? ¿Quién lo decide? ¿O es que está en manos del hombre –de su poder– el
decidir cuándo se es persona?
Como señaló en su día la Congregación para la Doctrina de la Fe en su Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública, “la historia del siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de parte de aquellos ciudadanos que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral –tampoco tendría por qué haber unos derechos fundamentales universales y comunes, ni una legalidad básica e incuestionable, válida para todos– arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que someter toda concepción del hombre, del bien común y del Estado” (n 2).
Como señaló en su día la Congregación para la Doctrina de la Fe en su Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública, “la historia del siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de parte de aquellos ciudadanos que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral –tampoco tendría por qué haber unos derechos fundamentales universales y comunes, ni una legalidad básica e incuestionable, válida para todos– arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que someter toda concepción del hombre, del bien común y del Estado” (n 2).
No
podemos negar la evidencia de que “existe actualmente la tentación de fundar
la democracia en el relativismo moral que pretende rechazar toda certeza
sobre el sentido de la vida del hombre, su dignidad, sus derechos y deberes
fundamentales. Cuando semejante mentalidad toma cuerpo, tarde o temprano se
produce una crisis moral de las democracias. El relativismo impide poner
en práctica el discernimiento necesarioentre las diferentes exigencias que se
manifiestan en el entramado de la sociedad, entre el bien y el mal –lo justo y
lo injusto–. Cuando ya no se tiene confianza en el valor mismo de la persona humana,
se pierde de vista lo que constituye la nobleza de la democracia: ésta cede
ante las diversas formas de corrupción y manipulación de sus instituciones”
(San Juan Pablo II).
Cuando
se dice que “el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la
actitud fundamental correspondiente a las formas políticas democráticas, y que
cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza
no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad
sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos
equilibrios políticos” (San Juan Pablo II), se está cayendo en el “pensamiento
débil” de nuestros días, al que correspondería una moral subjetivista, una
legalidad voluble y acomodaticia y una política pragmática que, tras la
crisis de las ideologías políticas, convertiría a la democracia misma en una
ideología y dejaría el conjunto de la vida política al resultado azaroso de la
lucha de intereses o de poder.
Calendario que se
pretende imponer
¿No
es este pensamiento el que se ha apoderado de las legislaciones europeas u
occidentales al legislar sobre el derecho a la vida en el caso del aborto o de
la eutanasia, o en otros ámbitos biomédicos, como los referentes a la
experimentación con embriones? ¿No sucede algo parecido con respecto al
matrimonio y a la familia, en donde aparece la identidad europea y
española?
Por
todo esto digo desde aquí: “España, Europa, América por la vida, por la
familia, por el hombre, por la libertad”. Ahí está nuestro futuro y no la
ruina a la que nos llevará las ideologías de un pretendido nuevo orden mundial
que, en el fondo, llevará a la ruina a la humanidad. Continuaré con esta
reflexión y hablaré de cada uno de estos proyectos en otros artículos. Es
terrible e insoportable el calendario que se pretende imponer desde algunos
grupos radicales y no tan radicales a la totalidad de la sociedad española. Lo
siento, pero tengo que hablar así; de otra manera sería infiel a mi ministerio
episcopal, a las enseñanzas de la Iglesia y a la Iglesia misma, y a vosotros,
mis queridos diocesanos a quienes me debo por encima de todo y debo servir más
allá de otras consideraciones.
Fuente:
ReligionConfidencial