Olatz Cacho, responsable de
Amnistía Internacional sobre África, explica a ABC que los asesinatos y ataques
contra personas con albinismo han aumentado, una tendencia que ha resurgido
El 10 de enero de 2017, Madalitso Pensulo, un
muchacho albino de 19 años, acudió a casa de un amigo que lo había invitado a
merendar, en el pueblo malauí de Mlonda. Desde fuera, un transeúnte lo oyó
gritar, pero el joven fue asesinado antes de que la Policía llegara.
Un mes y
medio más tarde, el 28 de febrero de 2017, encontraron el cadáver de Mercy
Zainabu Banda, una mujer también albina de 31 años, en Lilongwe (capital de
Malawi). Le faltaban una mano, el pecho derecho y el cabello.
En
lo que llevamos de año, denuncia la ONG Amnistía Internacional (AI), se ha
advertido un aumento de asesinatos y ataques contra albinos en Malawi. Una
tendencia que llevaba adormecida desde la segunda mitad de 2016, cuando no se
produjo ningún crimen, y que ahora ha vuelto a resurgir. Además de los dos
asesinatos, también se han registrado secuestros —frustrados o logrados—,
agresiones y amenazas. Desde
AI se explica que al menos 20 albinos han sido asesinados en Malawi desde
noviembre de 2014.
Para
Olatz Cacho, responsable de Amnistía Internacional sobre África, la razón de
este repunte es la impunidad. «Había casos de personas que eran declaradas
culpables y a las que condenaban a pagar el equivalente a 15 dólares
estadounidenses. Desde que empezamos la campaña, el gobierno ha tomado medidas.
Pero,
como en el sistema judicial no ha habido suficientes avances, los crímenes,
incluso casos muy conocidos, siguen sin haberse resuelto. La impunidad continúa
siendo habitual». Esto hace que la violencia se multiplique y que los casos
escabrosos aumenten. «Hace dos años, un grupo de gente en la frontera con
Mozambique linchó y mató a dos personas que estaban presuntamente traficando
con trozos de albinos. La impunidad crea esta justicia paralela», explica Cacho
en la sede madrileña de AI.
Venganza y justicia
paralela
Se
vengan de casos
«muy sangrantes», difíciles de asimilar, en que los niños son llevados a
rastras de sus casas y, días después, son encontrados a kilómetros de allí,
troceados; adultos son engañados y asesinados por sus seres queridos; mujeres
son violadas con la creencia de que mantener relaciones con albinas puede curar
el sida. El odio lo mueve una mezcla de superstición y afán por enriquecerse.
Por
un lado, buena parte de la sociedad no los ve cómo seres humanos, sino como espíritus
a los que hay que matar y descuartizar para, luego, con las distintas partes de
su cuerpo, hacer prácticas de brujería.
La creencia popular dice que, con las pócimas hechas a partir de albinos, se
logra atraer el éxito. Por otra parte, esto hace que se les considere objetos
de lujo con los que comerciar: se los puede vender por seis millones de kwachas
(10.000 dólares, casi 9.000 euros).
Además,
entre 8.000 y 10.000 personas con albinismo en Malawi se enfrentan a otros
problemas que van más allá del riesgo de ser asesinados. «Lo que los mata es el
sol, su principal asesino. No tienen acceso a una cosa tan simple y básica aquí
como es la crema solar. Solo hay dos hospitales en todo Malawi que tienen
cremas solares. La estructura médica es bastante precaria: no saben cómo tratar
un cáncer de piel, ni cómo prevenirlo», cuenta Cacho, quien insiste en que es
necesario reforzar el sistema sanitario: «Incluso hay médicos que están tan mal
formados que no son capaces diferenciar entre huesos humanos y animales. Esto
hace que no se pueda tener un juicio; crea impunidad. Para que la Policía pueda
generar pruebas que sirvan, se debe formar a los médicos. La formación es
necesaria en muchos sitios. Hay que crear una armonía para que vaya a todas las
áreas».
Además
de con la piel, los albinos también tienen problemas con los ojos. Por ello,
«se caen del sistema educativo del país. No ven bien y no se les facilita que
se integren en las clases. A veces, sufren discriminación y abusos por parte de
los propios profesores», expone la responsable de AI para África. Sin embargo,
asegura que «si se les pudiera incluir en el sistema educativo, se les
facilitaría el acceso a trabajos muy concretos». Así se evitaría que se vieran
avocados a trabajar al aire libre; exponiendo su piel al sol, quemándosela,
arriesgándose para ganarse la vida.
Castigos más duros
Aunque
poco a poco, el país reacciona. La gente empieza a condenar los crímenes,
brutales, y sale a la calle a defender a sus vecinos albinos cuando es preciso;
cuando los intentan secuestrar o asesinar. La clase política toma conciencia.
Por una parte, el gobierno reforzó el código penal el año pasado; los castigos
por asesinar o tener en posesión tejidos corporales se han endurecido gracias a
la irrupción de la ley de anatomía.
Por
otro lado, el Ejecutivo malauí «ha distribuido una especie de folleto entre la
Policía donde vienen los cargos que se pueden aplicar según el delito cometido;
está todo recogido en un bucle que se llama “Para personas con albinismo”. Es
formación muy básica, pero es un avance». Peter Mutharika, presidente del
estado africano, también se ha involucrado.
Algo
que «es positivo: refuerza que los albinos son personas y no fantasmas»,
declara Cacho, quien informa de que «la mujer del mandatario [Gertrude Maseko] se
ha hecho socia de la principal organización de albinismo de Malawi y organiza
cenas de “fundraising” para recaudar fondos».
Aún
así, «sigue habiendo muchas deficiencias». La responsable de AI cuenta que se
sigue persiguiendo a los albinos y que, muchas veces, las autoridades no
tienen los medios suficientes para evitarlo. No es raro que se dé un aviso en
una aldea y que el coche de policía no pueda acudir porque esté haciendo otra
tarea. Tampoco es extraño que no exista una documentación clara y completa a la
que recurrir para estudiar estos casos: «No se están registrando
informáticamente los delitos; y estos datos tampoco se comparten para que
puedan acceder a ellos la Fiscalía y la Policía».
La
situación empeora si se habla de zonas rurales, donde la vida de los albinos se
convierte en un verdadero infierno. En las ciudades, «la gente tiene más acceso
a centros médicos, educación, medios de comunicación… está más informada»,
mientras que en las zonas rurales «está más extendido el prejuicio», vivir
tranquilo es más complicado y moverse de un pueblo a otro es, muchas veces,
casi una misión imposible. Cacho recuerda que hay casos en los que «una persona
que quería acudir a un juicio para testificar pero que no contaba con los
suficientes medios para trasladarse, al final, no ha podido ir». Esto refleja
que, a pesar de los avances, existe aún un largo camino por recorrer.
María
Jesús Guzmán
Fuente:
ABC