¿Hay
un oxímoron oculto en la expresión “científico católico”? No. Un físico cuenta
cómo encontró la fe
Como
soy el físico mimado de nuestra parroquia, hace unas semanas el diácono me
enseñó un recorte de prensa sobre el evento de la Sociedad de Científicos
Católicos que se celebró recientemente en Chicago. Al ser miembro de dicha
sociedad, conocía la existencia del evento, pero lamentablemente no pude
asistir.
Pero después de leer el artículo, hubo algo que me sorprendió. ¿Por qué una reunión de científicos que también son católicos romanos es tan llamativo como para hacer una noticia con tal cobertura? ¿Acaso hay un oxímoron oculto en la expresión “científico católico”?
La
respuesta es no, pero antes de profundizar en ella, me gustaría explicar
algunos datos biográficos sobre mí. A pesar de que mis bisabuelos eran
rabinos, crecí como un judío secular. A mi manera, creía en un Creador. Mi
pasión en la adolescencia era la astronomía, y al visitar el planetario de mi
ciudad y construir un telescopio reflector de 15 centímetros, comprendí
instintivamente las palabras del salmo 19: “El cielo proclama la gloria de
Dios”.
Durante
el verano que trabajé para el Servicio Forestal de los Estados Unidos en el
parque nacional de Yosemite, en mi época de estudiante, solía descansar bajo los
árboles inmensos y admiraba la obra del Creador.
No
fue mi pasado como judío lo que impidió que buscara una fe más personal
en Dios. Más bien, el principal obstáculo fue mi creencia en que la
ciencia podía explicar todo lo que uno necesitaba para entender el mundo.
Contemplaba el universo con admiración y asombro, como si fuese la creación de
una deidad, pero esa deidad no podía ser un Dios viviente.
En
aquella época no me interesaba la filosofía de la ciencia, por qué funcionaba o
cuáles eran sus límites. Me dedicaba a mi trabajo de una forma casi
egoísta, y estaba seguro de que si había elementos que la ciencia no podía
explicar aún, como el amor y la moralidad, pronto lo haría.
Hechos que me marcaron
Una
vez en la edad adulta, ocurrieron algunos hechos que me impulsaron abuscar
ayuda fuera de mi trabajo. Gracias a la actuación afortunada del Espíritu
Santo, algo me impulsó a leer ¿Quién movió la piedra?, del autor Frank
Morrison. Al leer el relato de los días previos y posteriores a la crucifixión
de Cristo, me dio la impresión de que si sus argumentos se expusieran
ante un jurado imparcial, este determinaría que los relatos bíblicos de la
resurrección fueron verdad más allá de toda duda razonable.
Aún
más me impresiona que en las escrituras del Nuevo Testamento, los
testimonios de gente ignorante y analfabeta, como pescadores, cobradores de
impuestos o mujeres, fueron capaces de debatir con filósofos griegos y
académicos judíos y poder así difundir la fe cristiana por todo el Imperio
romano, padeciendo apuros y dolores e incluso muriendo para conseguirlo. Sin
lugar a dudas, debieron inspirarse en los encuentros con un Jesús resucitado y
la voz interior del Espíritu Santo.
Qué dirían mis colegas
También
me di cuenta de que, si el relato de la resurrección del Evangelio es digno de
nuestra fe, también lo debe ser el resto, particularmente la narración donde
Jesús da a Pedro las llaves del Reino de los cielos, fundando así la Iglesia
Católica. Por consiguiente, la religión cristiana a la que me debía convertir
era la católica romana.
Quiero
recalcar que todo el proceso de comprensión y conversión fue una decisión
tomada de forma racional, no hubo visiones ni voces, solo apliqué un enfoque
descendente. Decidí convertirme en católico, a sabiendas de que mi esposa,
católica de toda la vida, estaría encantada, y que mis amigos científicos se
horrorizarían. Me imaginaba lo que la gente diría de mí: “¿Qué ha pasado con
el Bob de siempre?”, “¿Se ha vuelto loco con la vejez?”, “Si ya no investiga,
necesita practicar la religión para mantener la mente ocupada”.
Aún
así, fui a ver al sacerdote de mi esposa y le dije que quería
convertirme al catolicismo.
Existen
distintas categorías en mi nuevo sistema de creencias, así que, volviendo a la
pregunta sobre el oxímoron, me gustaría dividir la pregunta “¿en qué debe creer
un científico católico?” en dos partes.
Creencia en un Dios creador
Como
ya he explicado, incluso cuando era un adolescente agnóstico, me permití pensar
que lo que quiera que crease el mundo, definitivamente hizo una obra
maravillosa. Probablemente existan varios científicos que hayan sentido lo
mismo. No todos piensan que las cantidades abstractas procedentes de
ecuaciones, como la gravedad o las fluctuaciones cuánticas, fueron las
responsables de la creación. Creo que es probable que muchos
científicos, si alguna vez piensan en Dios, lo hagan de la misma forma que
Einstein (“Der Alte”): un Dios creador pero impersonal.
Creencia en un Dios personal
Varios
años antes de mi conversión, poco a poco fui creyendo que teníaque
existir un Dios personal, uno que cuidara de todos nosotros. De lo
contrario, el mundo carecería de sentido.
La
conversión para mí no fue un proceso discontinuo y bien definido: antes de la
conversión, agnóstico, y después, creyente de todos los dogmas y doctrinas de
la Iglesia. ¿Cómo creció y se transformó mi fe?
Creencia en Jesucristo y el dogma católico
Durante
el ritual de iniciación cristiana de adultos, cuando recibía catequesis antes
de bautizarme en la Vigilia Pascual, expresé mis dudas sobre algunos dogmas de
la Iglesia, concretamente sobre el más importante, que es la Transubstanciación
del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Como
físico, me fue difícil entender cómo las moléculas de la hostia sagrada y el
vino se podían transformar en carne y sangre. En aquel entonces desconocía el
significado de los conceptos aristotélicos de “sustancia” y “accidente”. El
sabio sacerdote que me daba catequesis, el padre McA, me preguntó: “¿Crees en
la resurrección de Jesucristo y su nacimiento virginal?”.
“Por
supuesto. Por eso me estoy convirtiendo en católico”, le contesté.
“Entonces,
si puedes creer en dos milagros, ¿por qué no creer en más?”
Al escuchar el Adoro Te Devote
Esa
respuesta me pareció perfectamente lógica, pero mi fe en la Eucaristía no llegó
finalmente por un compromiso intelectual, sino a través de la música. Semanas
después de que el sacerdote me hablara sobre los milagros, la parroquia celebró
la devoción de las 40 horas, y se nos invitó a mí y a otros catecúmenos a
participar en la Adoración al Santísimo Sacramento.
Y
entonces ocurrió. Mientras se llevaba la custodia durante la procesión, se
recitaba el Tantum
Ergo, y leí su letra: “Præstet fides supplementum, Sensuum
defectui”.
Todavía
recordaba el latín que aprendí en el instituto, y lo entendí: “La fe
suplirá la incapacidad de los sentidos”.
Ahí
estaba. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras comprendía que la hostia ante
mí era realmente el cuerpo de Cristo, un misterio más allá de la
ciencia y la filosofía. Mi fe.
Santo
Tomás de Aquino escribió grandes obras de teología y
filosofía, pero quizás sus himnos han sido la evangelización más efectiva, al
alcanzar y educar al mayor número de personas.
Conforme
ha ido pasando el tiempo, he podido comparar mi fe católica con un árbol,
plantado en lo más profundo de los cimientos de la fe. El suelo es la creencia
en la Trinidad que alimenta mi fe, y es el dogma y las doctrinas de dicha fe lo
que constituye las raíces de mi creencia religiosa.
Escrito
por Robert Kurland.
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