Lu Cantautora nos comparte su testimonio acerca de cómo Dios la salvó y sano de todas sus heridas del pasado. Una fuerte historia que hoy conmueve el corazón
Courtesy of Lu Cantautora |
Dios nunca nos deja solos, Él siempre está para apoyarnos
incluso en los momentos de dificultad y soledad. Lu cantautora es un testigo de su amor
incondicional. Ella pasó por varias situaciones en la vida que la fueron
llevando a un estado depresivo, pero, a pesar de todo ello, encontró ese amor
que era necesario para que ella pudiera sanar.
Aleteia entrevistó a esta artista que nos cuenta su
testimonio al haber abortado y encontrado el perdón y sanación que tanto
esperaba.
La renuncia a un sueño: el voleibol
Desde pequeña había entrenado para ser jugadora profesional
de voleibol. Toda su adolescencia se encaminó a esta vida del deporte. Sin
embargo, en un partido sufrió un ataque epiléptico que duró más de 42 minutos
por negligencia médica.
Para cuando llegó al hospital, cayó en paro por dos minutos,
y aunque la revivieron, pasó los siguientes meses en silla de ruedas
recuperándose. Este fue el primer incidente de varios que vivió hasta que tuvo
que reconocer que no podía seguir en el voleibol.
Aunque se sentía devastada, decidió que era mejor ignorar
esas emociones. Busco otra profesión y la encontró en el canto. Se volvió
cantante católica. Pero dentro de ella existía un coraje hacia al Señor porque
no entendía ese nuevo plan de vida.
En ese momento, no quería relacionarse con Dios, pero ahí
había encontrado una vocación y tenía que cantar la música, aunque por dentro
se sintiera como un “zombie”.
Las inseguridades se hicieron presentes
Pasaron los años, pero la depresión no abandonó a Lucero.
Cada vez iba generando más inseguridades a pesar de las experiencias que vivía.
Porque, en el fondo, ella tenía miedo de no ser suficiente por su estado mental
y las adicciones que tenía. Se sentía incapaz de amar y ser amada.
En el 2013 mantenía relaciones pasajeras, buscando aquel
rápido consuelo para aliviar su dolor. No se imaginó que quedaría embarazada
aquel año. Cuando se dio cuenta, entró en pánico, no se creía capaz de cuidar a
alguien tan frágil en sus brazos y le dio un gran terror la idea de ser mamá.
“Que voy a andar cuidando a alguien más, si no puedo cuidarme a mí misma”.
Ante estos temores, decidió abortar. Por quince días intentó
abortar de forma natural, pero no funcionó, así que buscó un método abortivo
para hacerlo en casa, a escondidas de todos. Y para no pensar en lo que había
hecho, llenó su agenda de pendientes y trabajo.
Sin embargo, un año y medio después, llegó la culpa al ver
como un papá joven llevaba a su bebé en brazos. A Lucero le surgieron
pensamientos de cómo hubiese sido su vida si ella hubiera decidido quedarse con
el bebé.
A partir de ahí empezó con alucinaciones. Veía a un niño
corriendo por los pasillos, escuchaba el llanto de un bebe y soñaba la posible
apariencia de su hijo al crecer. Su cuerpo empezó a sufrir más enfermedades
como la disautonomía y la diabetes.
“Mi cuerpo no recibía bien los tratamientos que me hacía
para que me sintiera mejor. Todo se me complicaba, mi cuerpo estaba en este
modo de “no vamos a vivir”. Lo que no podía expresar llorando, el cuerpo lo
expresó con enfermedades”.
Perdió la esperanza de sanar, la motivación para seguir
proyectos de vida, su fuerza de voluntad y sus ganas de vivir. Huía de las
relaciones y no lograba continuar las terapias psicológicas ni buscar ayuda
espiritual.
Se dieron otros dos abortos que fueron muchos más dolorosos.
Sentía que no iba a cambiar, viviendo una desolación en la que no quería salir
de la cama. Intentó cometer suicidio en varias ocasiones porque quería escapar
de sí misma.
Una nueva mirada
Asistió a la Jornada Mundial de la Juventud en Portugal y
ahí fue donde la presencia de Dios comenzó a ser más visible. Vio la alegría y
el amor de los jóvenes a Cristo, esas ganas de vivir y misionar. Lucero empezó
a cuestionarse y sentirse hipócrita por estar profesando algo que ella no
estaba viviendo.
Al regresar del viaje, empezó a tener crisis que la llevaron
a estar en cama y no podía consumir ningún alimento. Ya no trabajaba con la
frecuencia que lo hacía, sus deudas y adicciones crecían. Ella pensaba que “ya
no servía para vivir”.
Renunció a Dios; dejó de cantar en servicios, retiros, no
compuso canciones. Se mantuvo cantando en lugares sociales y en pocas misas.
Ser pequeña para encontrar a Dios
Al inicio de este año le decía a los demás que estaba muy
ocupada, cuando realmente la estaba pasando mal, se incrementaron sus intentos
de suicidio. Ella le preguntaba a Dios constantemente:
¿Qué buscas de esta persona que no ha hecho nada bien?
A mediados de este año, su depresión se agravó. Tuvo crisis
tan fuertes que perdía la conciencia y cuando despertaba sus pensamientos
quedaban en el limbo. Para ella tener esperanza era imposible. Y aunque sus
amigas le trataron de ayudar, les decían que la dejaran sola.
“Yo creo que cuando el ser humano es tan orgulloso, tan
necio, se vuelve incapaz de pedir ayuda. Dios nunca se aleja, Dios vive en
nosotros, parte de nuestro aliento. Pero eso era algo que yo no veía, no
aceptaba”.
En una noche, donde pensaba que se iba a morir, sintió la
presencia del Señor muy fuerte en esa habitación donde ella había perdido las
fuerzas para vivir. Empezó a sentir un terror nocturno que hizo que se sintiera
pequeña.
“Y es que era lo que necesitaba, que me reconociera pequeña,
frágil, para que su presencia me invadiera. Me hizo sentir que Él nunca se
había ido. No quería que mi historia terminara ahí, [Él quería] que yo
experimentara su Misericordia”.
Ocurrió ahí el gran milagro: ella pudo llorar. Fue un llanto
estruendoso que soltaba todos los sufrimientos que se había reservado por años.
En ese instante, recuperó la movilidad, “mi cuerpo reconoció quién era su
creador. Di el salto de la cama sin entender qué había pasado”, menciona
Lucero.
Actualmente, habla con alegría de su encuentro con Dios, de
cómo pudo abrir su corazón para hablar de las batallas que padeció por años y
que ahora está sanando a través de la ayuda psicológica y espiritual. Incluso,
también está curando sus enfermedades físicas.
“El poder reconciliarme con Dios, confesarme y comulgar es
lo que me está dando, una fuerza impresionante que yo no había experimentado
antes. Ha sido hermoso poder reconocer que solo Él iba a poder ayudarme”.
Yohana
Rodríguez
Fuente: Aleteia