El Obispo de Roma dijo que, “el Señor
no quiere hombres y mujeres que caminan detrás de Él de mala gana, sin tener en
el corazón el viento de la felicidad”
El Papa Francisco reflexionó en la Audiencia General del último miércoles
de agosto, sobre la relación entre la esperanza y la memoria de la vocación.
Texto de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera regresar sobre un tema importante: la relación entre la
esperanza y la memoria, con particular referencia a la memoria de la vocación.
Y tomo como ícono la llamada de los primeros discípulos de Jesús. En sus
memorias se quedó tan marcada esta experiencia, que alguno registró incluso la
hora: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1, 39). El evangelista Juan
narra el episodio como un nítido recuerdo de juventud, que se quedó intacto en
su memoria de anciano: porque Juan escribió estas cosas cuando era anciano.
El encuentro había sucedió cerca del río Jordán, donde Juan Bautista
bautizaba; y aquellos jóvenes galileos habían escogido al Bautista como guía
espiritual. Un día llega Jesús, y se hizo bautizar en el río. Al día siguiente
pasó de nuevo, y entonces el que bautizaba – es decir, Juan Bautista – dijo a
dos de sus discípulos: «Este es el Cordero de Dios» (v. 36).
Y para estos dos fue la “centella”. Dejaron a su primer maestro y se
pusieron en el seguimiento de Jesús. Por el camino, Él se gira hacia ellos y
les plantea la pregunta decisiva: «¿Qué quieren?» (v. 38). Jesús aparece en los
Evangelio como un experto del corazón humano. En ese momento había encontrado a
dos jóvenes en búsqueda, sanamente inquietos. De hecho, ¿qué juventud es una
juventud satisfecha, sin una pregunta de sentido? Los jóvenes que no buscan
nada, no son jóvenes, son jubilados, han envejecido antes de tiempo. Es triste
ver jóvenes jubilados. Y Jesús, a través de todo el Evangelio, en todos los
encuentros que le suceden a lo largo del camino, se presenta como un
“incendiario” de corazones. De ahí ésta pregunta que busca hacer emerger el
deseo de vida y de felicidad que cada joven se lleva dentro: “¿Qué cosa
buscas?”. Hoy quisiera preguntarles a los jóvenes que están aquí en la Plaza y
a aquellos que nos escuchan a través de los medios de comunicación: “¿Tú, que
eres joven, qué cosa buscas? ¿Qué cosa buscas en tu corazón?”.
La vocación de Juan y de Andrés comienza así: es el inicio de una amistad
con Jesús tan fuerte que impone una comunión de vida y de pasiones con Él. Los
dos discípulos comienzan a estar con Jesús y enseguida se transforman en
misioneros, porque cuando termina el encuentro no regresan a casa tranquilos:
tanto es así que sus respectivos hermanos – Simón y Santiago – son enseguida
incluidos en el seguimiento. Fueron donde estaban ellos y les han dicho:
“¡Hemos encontrado al Mesías, hemos encontrado a un gran profeta!”, dan la
noticia. Son misioneros de ese encuentro. Fue un encuentro tan conmovedor, tan feliz
que los discípulos recordaran por siempre ese día que iluminó y orientó su
juventud.
¿Cómo se descubre la propia vocación en este mundo? Se puede descubrir de
varios modos, pero esta página del Evangelio nos dice que el primer indicador
es la alegría del encuentro con Jesús. Matrimonio, vida consagrada, sacerdocio:
cada vocación verdadera inicia con un encuentro con Jesús que nos dona una
alegría y una esperanza nueva; y nos conduce, incluso a través de pruebas y
dificultades, a un encuentro siempre más pleno, crece, ese encuentro, más
grande, ese encuentro con Él y a la plenitud de la alegría.
El Señor no quiere hombres y mujeres que caminan detrás de Él de mala gana,
sin tener en el corazón el viento de la felicidad. Ustedes, que están aquí en
la Plaza, les pregunto – cada uno responda a sí mismo – ustedes, ¿tienen en el
corazón el viento de la felicidad? Cada uno se pregunte: ¿Yo tengo dentro de
mí, en el corazón, el viento de la felicidad? Jesús quiere personas que han
experimentado que estar con Él nos da una felicidad inmensa, que se puede
renovar cada día de la vida. Un discípulo del Reino de Dios que no sea gozoso
no evangeliza este mundo, es uno triste. Se convierte en predicador de Jesús no
afinando las armas de la retórica: tú puedes hablar, hablar, hablar pero si no
hay otra cosa. ¿Cómo se convierte en predicador de Jesús? Custodiando en los
ojos el brillo de la verdadera felicidad. Vemos a tantos cristianos, incluso
entre nosotros, que con los ojos te transmiten la alegría de la fe: con los ojos.
Por este motivo el cristiano – como la Virgen María – custodia la llama de
su enamoramiento: enamorados de Jesús. Cierto, hay pruebas en la vida, existen
momentos en los cuales se necesita ir adelante no obstante el frío y el viento
contrario, no obstante tantas amarguras. Pero los cristianos conocen el camino
que conduce a aquel sagrado fuego que los ha encendido una vez por siempre.
Y por favor, le pido: no escuchemos a personas desilusionadas e infelices;
no escuchemos a quien recomienda cínicamente no cultivar la esperanza en la
vida; no confiemos en quien apaga desde el inicio todo entusiasmo diciendo que
ningún proyecto vale el sacrificio de toda una vida; no escuchemos a los
“viejos” de corazón que sofocan la euforia juvenil. Vayamos donde los viejos
que tienen los ojos brillantes de esperanza. Cultivemos en cambio, sanas
utopías: Dios nos quiere capaces de soñar como Él y con Él, mientras caminamos
bien atentos a la realidad. Soñar en un mundo diferente. Y si un sueño se
apaga, volver a soñarlo de nuevo, recurriendo con esperanza a la memoria de los
orígenes, a esas brazas que, tal vez después de una vida no tan buena, están
escondidas bajo las cenizas del primer encuentro con Jesús.
Es esta pues, una dinámica fundamental de la vida cristiana: recordarse de
Jesús. Pablo decía a su discípulo: “Recuérdate de Jesucristo” (2 Tim 2,8); este
es el consejo del gran San Pablo: “Recuérdate de Jesucristo”. Recordarse de
Jesús, del fuego de amor con el cual un día hemos concebido nuestra vida como
un proyecto de bien, y a vivificar con esta llama nuestra esperanza. Gracias.
Traducción del italiano, Renato Martínez
Radio Vaticano
