Misioneros libres y
gozosos del Evangelio: amar a Jesús, separándose de sí mismos, dando un nuevo
significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Cristo
En
la soleada mañana del domingo 2 de julio el Papa Francisco rezó la oración
mariana del Ángelus, como es habitual, asomado a la ventana del Palacio
Apostólico Vaticano. La oración del Ángelus dominical junto a los fieles en la
Plaza de san Pedro es la única cita pública que mantendrá el Obispo de Roma
durante el mes de julio, período de verano en Europa.
A continuación las palabras del Papa Francisco antes de la
oración del Ángelus:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
liturgia del día nos presenta las últimas líneas del discurso misionero del
capítulo 10 del Evangelio de Mateo (cf. 10, 37 a 42), con el que Jesús instruye
a los doce apóstoles, en el momento en que por primera vez los envía en misión
a los pueblos de Galilea y Judea. En esta parte final, Jesús subraya dos
aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su
vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el
segundo, que el misionero no se lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través
de Él, el amor del Padre Celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque
cuanto más Jesús está en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más
este discípulo es "transparente" a su presencia. Van juntos, ambos.
«El
que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí...» (v. 37). El
afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y
hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a
Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y privados de reconocimiento, al
contrario, sino porque la condición del discípulo exige una relación
prioritaria con el Maestro. Cualquier discípulo, sea un laico, una laica, un
sacerdote, un obispo: la relación prioritaria. Tal vez la primera pregunta que
debemos hacer a un cristiano es: ¿Tú te encuentras con Jesús? ¿Le rezas a
Jesús? La relación. Casi se podría parafrasear el libro del Génesis: Por
tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a Jesucristo, y serán
una sola carne. (cf. Gn 2, 24).
Quien
se deja atraer a este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se
convierte en un representante suyo, un "embajador", sobre todo con la
forma de ser, de vivir. Hasta el punto que Jesús mismo, enviando a los
discípulos en misión, les dice: "El que los recibe a ustedes, me recibe a
mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió." (Mt 10, 40). Es
necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es
verdaderamente "el Señor", es verdaderamente el centro de su vida, el
todo de la vida. No importa si después, como toda persona humana, tiene sus
limitaciones e incluso sus errores - siempre que tenga la humildad de
reconocerlos -; lo importante es que no tenga el corazón doble: esto es
peligroso. "Yo soy cristiano, soy discípulo de Jesús, soy sacerdote, soy
obispo, pero tengo el corazón doble". No, esto no va. No tiene que tener
corazón doble, sino el corazón simple, unido; que no tenga el pie en dos
zapatos, sino que sea honesto consigo mismo y con los demás. La doblez no es
cristiana, por eso Jesús le reza al Padre para que los discípulos no caigan en
el espíritu del mundo. O estás con Jesús, con el Espíritu de Jesús, o estás con
el espíritu del mundo.
Y
aquí nuestra experiencia de sacerdotes nos enseña una cosa muy bella, una cosa
muy importante: es precisamente esta acogida del santo pueblo fiel de Dios, es
precisamente aquel “vaso de agua fresca" (v 42), del cual habla el Señor
en el Evangelio de hoy, dado con fe afectuosa, que te ayuda a ser un buen sacerdote.
Hay una reciprocidad también en la misión: si tú dejas todo por Jesús, la gente
reconoce en ti al Señor; pero al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a
Él, a renovarte y purificarte de los compromisos, y a superar las tentaciones.
Cuanto más un sacerdote sea cercano al pueblo de Dios, más se sentirá cercano a
Jesús, y cuanto más esté cercano a Jesús, tanto más se sentirá cercano al
pueblo de Dios.
La
Virgen María ha experimentado en primera persona lo que significa amar a Jesús
separándose de sí misma, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a
partir de la fe en Él. Con su materna intercesión, nos ayude a ser misioneros
libres y gozosos del Evangelio.
Griselda
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