Incluso el hecho de no elegir es una opción
Me gusta poder elegir. Optar. O me quedo quieto. O doy el primer
paso. Me alegra poder tener ante mis ojos varios caminos. Tomo uno. Dejo el
otro. Me duele confundirme y tener que volver a empezar. No me gusta el error.
Pero forma parte de mis elecciones libres. No siempre acierto.
Elijo lo que hago. Respondo sí
o no a una propuesta. Elijo subir al monte. O bajar al valle. Elijo lo que hago
en las horas libres que tengo por delante. Elijo llenarlas de actividades o
dejarlas vacías, por si surge algo nuevo con lo que no contaba. Elijo
planificar mi futuro entero, para evitar tropiezos. O elijo esperar y ver lo
que depara la vida. Sin planes tan definidos.
Elijo amar o pasar de largo por
delante de las personas. Echar raíces en un lugar o no prestar
atención a la vida que me rodea. Elijo mirar lo que tengo delante o cerrar los
ojos. Oír las palabras o tapar los sentidos.
Tengo menos margen de acción
que hace años, cuando era más joven y tenía una vida entera por delante. Tal
vez el abanico de posibilidades se reduce cuando voy avanzando, paso a paso.
Pero creo que soy más libre que entonces.
Hace poco leía algo interesante
sobre mi camino de libertad: “Lo ya elegido condiciona el hoy. Hay que aceptar que lo ya
elegido condicione. A nosotros nos parece un límite pero es nuestra grandeza.
No se pueden tener siempre todas las puertas abiertas de par en par. Mantenemos
abierta una, la dirección elegida y cerramos las demás. Encontrar luego las
otras puertas cerradas y no ser libres para abrirlas es exactamente nuestra
libertad concreta, ejercida”.
No tengo todas las puertas
abiertas de par en par. No tengo tantos caminos posibles ante mis ojos. He
optado. Se han cerrado puertas. No las dejo abiertas. Se han reducido las
opciones que tengo. Pero sé que no se reduce mi libertad. Tiene un sentido la
vida que vivo. Vivo con un sentido. Camino con un propósito. Vuelvo a elegir ante nuevos caminos. Vuelvo a
dejar de lado alguna opción posible.
Y el mismo hecho de no elegir es ya una opción que tomo.
Elijo permanecer al margen del problema. Me evado. Tomo otro camino. Da miedo elegir a veces. Porque cada elección lleva consigo una
responsabilidad. Hay un compromiso que me ata a la vida. Y no me hace
esclavo, todo lo contrario, crece mi libertad echando raíces en el alma.
Pero veo hoy un miedo al compromiso en tantos corazones
rotos. Miedo a tomar decisiones eternas desde la contingencia de mi vida.
Decía el papa Francisco en la
exhortación Amoris Laetitia: “Me refiero a la
velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva a otra. Creen
que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a
gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente. Pienso también en el temor
que despierta la perspectiva de un compromiso permanente, en la obsesión por el
tiempo libre, en las relaciones que miden costos y beneficios y se mantienen
únicamente si son un medio para remediar la soledad, para tener protección o
para recibir algún servicio”.
El amor no me ata. El amor verdadero me libera. Me hace más capaz de
decidirme por la vida. Opto. Elijo. Disminuyen las opciones que puedo tomar.
Pero nunca mi capacidad de ser libre en lo que he decidido. Soy un hombre
libre. Soy un hombre atado y libre. Hombre en cadenas que me liberan. ¡Qué
paradoja!
Elijo pertenecer a alguien, a
algún lugar, a una misión, a una vocación, a un camino. Pertenecer a Dios en el
lugar que ha dibujado para mí. Vuelvo a optar. Vuelvo a elegir ese amor que me
hace más hombre, más pleno.
Me gustan las opciones claras.
Las elecciones tomadas en verdad. Sin dejar puertas abiertas que me confunden. Decisiones
tomadas desde lo más auténtico de mi ser. Sin mentiras, sin falsas apariencias.
Me gusta la verdad de una
mirada, de una palabra dicha para siempre. Detesto las medias verdades. Y las medias mentiras. Me
gustan las personas que hoy dicen lo mismo que ayer y lo mismo que mañana. Sé
que puedo confiar en ellas. Sé que si las sigo no van a cambiar de rumbo cuando
menos lo espere.
Elijo a aquellos que me dan paz
y son seguro en mi vida. Elijo a los que eligen la
verdad y no se arrepienten. Y me hablan del mismo
Dios en el que yo creo. Elijo siempre de nuevo, cada mañana al levantarme.
Vuelvo a decir que sí, que quiero la vida como es. El amor como ha surgido.
Elijo el día que aparece detrás
de la cortina. Ese día. No otro que no tengo ante mí. Elijo lo que soy y lo que
sueño. No lo que pudo haber sido. Me gusta ser libre para volver a decir que sí
o que no a mi propia vida. Por la mañana o por la noche. Con presión o sin
presiones. Soy libre. Y esa libertad mía me recuerda a la de Jesús. Me gusta parecerme a Él. Digo que sí y lo sigo.
Lo elijo a Él.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia