Un reparto asombroso
Hola,
buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Me
encanta ver el Sagrario rodeado de flores. Además estos días son gladiolos, de
todos los colores, que han florecido en nuestra huerta, ¡está precioso!
Siempre
he pensado que, si alguna vez me ponen el oficio de sacristana, plantaría un
enorme huerto de flores para tener una gran variedad y así poder hacer ramos
que adornen y acompañen al Señor.
Sin
embargo, ayer me sucedió algo que rompió mis esquemas.
Estábamos
durante el recreo de la noche paseando por la huerta y, mientras compartíamos
las peripecias del día, una monja nos señaló sus flores, mostrándonos lo bonito
que estaba todo.
-
¡Mira, otro gladiolo! Pronto lo podré cortar para llevárselo a las sacristanas.
Un
poco más adelante, otra monja nos señalaba su espacio de jardín y, continuando
el comentario de la otra hermana, añadió:
-
Yo ya he cortado como diez gladiolos, ¡qué bien se han dado este año!
La
verdad es que llamaba la atención lo bonitos que tenían sus jardines y qué
cantidad de flores habían nacido gracias a sus cuidados.
Cuando
llegaba la hora de Completas y ya nos acercábamos a la puerta de entrada, otra
monja añadió:
-
Los bulbos nos los regaló la sacristana; gracias a eso hemos tenido estas
plantas tan bonitas -y señaló sus tiestos, que están junto a la puerta.
Cuando
llegué a Completas, no salía de mi asombro. Yo pensaba que lo ideal sería tener
un huerto de flores bien cuidado por las sacristanas para tener asegurados los
ramos del Señor. Sin embargo, ellas habían decidido repartir las semillas y los
bulbos entre las monjas. Aquel gesto hizo felices a todas, pero, además, el
Señor no se ha quedado sin ornamentación: después de cuidar las plantas y
verlas crecer, las monjas van llevando las flores a las sacristanas. Las flores
han llegado (¡aunque por otro camino!) adonde estaban destinadas inicialmente.
Me
di cuenta de que contar con el otro es amar. He descubierto que, cuando das una
semilla al hermano, le estás mostrando que le quieres, que cuentas con él; le
das la oportunidad de responsabilizarse, de crecer y de dar frutos. Cuando, en
lugar de guardarte tus semillas, las repartes con los hermanos, al final, el
amor hará que vuelvan a ti los frutos.
Jesús
nunca se quedó nada para sí, siempre lo repartía todo entre los discípulos y la
gente que le iba a ver. Él sabía que, cuando das, todo se multiplica.
Hoy
el reto del amor es compartir algo tuyo con otra persona. Te darás cuenta de
que, cuando compartes, todo se multiplica. Recuerda, que sea algo real y
materia.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma