Llueve
sobre mojado
Hola,
buenos días, hoy Joane nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Teníamos
las horas justas y mucho trabajo. Pero había que regar.
Para
no perder tiempo, sin ponerme la bata de huerta ni cambiarme de zapatillas, me
dispuse a hacerlo. Encendí el grifo que alimenta la manguera y fui hacia los
surcos donde están las plantas. Los tomates, sin problema; los puerros... Oh,
oh, ¡se me estaban encharcando los pies!
Y
es que la manguera tenía un par de agujeros que apuntaron con gran puntería. No
le di mucha importancia, pues aquello se solucionaba con otros calcetines y
otras zapatillas, pero, claro, el agua genera barro, y, cada vez que volvía
sobre mis pasos, la bata se iba manchando con el barro que dejaba la manguera.
No te puedes imaginar cómo terminé de barro y agua.
¿Y
sabes qué fue lo mejor? Que al cabo de dos horas cayó un generoso chaparrón
empapando toda la huerta sin dejarse nada. Y así me pasó hasta tres veces en la
misma semana.
Cuántas
veces nos pasa que cogemos nuestra pequeña regadera pensando que podemos llegar
a todo: a regar a nuestros amigos, a nuestra familia... Vemos el WhatsApp y hay
una lista interminable de mensajes que contestar, nosotros no sabemos ni hacia
dónde enchufar la manguera, y nos quejamos: "¡No me puedo partir!".
Terminamos
mojados, embarrados, pues la manguera tiene un agujero en el que no hemos caído
o el barro que arrastra nos mancha, no podemos con ello... acabamos agotados y
frustrados, pues no llegamos a todo. ¿Y lo peor de todo? ¡Que a las dos horas
llueve! Siempre hay alguien que llega por ti, alguien que tiende una mano, que
da una palabra.
Pensamos
que los frutos dependen de nuestros esfuerzos; creemos que nuestra seguridad
está en la manguera, pero no, ¡ningún agricultor suspira por nuestra pobre
manguera! Pero sí que desean la lluvia que todo lo cubre y a todo alcanza. Sin
embargo, qué difícil es confiar en que en algún momento caerá...
Cristo
es esa lluvia capaz de dar vida donde sientes que no hay, donde sientes que no
llegas. Cuántas veces intentas llegar a tu hijo, a compañero o familiar, tratas
de regarle con palabras y sientes que, al final, terminas tú embarrado y
mojado, sin resultado.
Mira
al cielo, pide lluvia sobre todo lo que te preocupa y te rodea, deja que Cristo
tome la iniciativa. Hoy no es importante la fuerza de voluntad, el esfuerzo que
pongas en regar, sino que dejes que llueva sobre todo. Lo fundamental es que
Cristo pueda actuar en los que te rodean, que el Espíritu Santo te insinúe las
palabras y los pasos a dar con cada uno desde el Amor, y después, sí... ¡a
coger la manguera y a regar!
Hoy
el reto del amor es que dejes todo aquello a lo que no llegas y transformes la
acción en oración. Ora cinco minutos por la persona o circunstancia que más te
preocupa, por lo que crees que tienes que regar. No estás solo. Deja que Cristo
mande la lluvia y después... llegará tiempo de regadera.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma