Dejémonos
guiar por la luz que viene de Fátima. Que el Corazón Inmaculado de María sea
siempre nuestro refugio, nuestra consolación y el camino que nos conduce a
Cristo
Tras
regresar de su Viaje Apostólico a Fátima y canonizar a los hermanos Jacinta y Francisco Marto,
dos de los tres pastorcitos a quienes se les apareción la Virgen María hace ya
un siglo, el Papa Francisco compartió algunos de los momentos más
significativos de esta peregrinación ante miles de fieles y peregrinos reunidos
en la Plaza de San Pedro, el domingo 14 de mayo a la hora del rezo del Regina
Coeli.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ayer
por la noche regresé de la peregrinación a Fátima: ¡saludemos a la
Virgen de Fátima! Y nuestra oración mariana de hoy adquiere un significado
particular lleno de memoria y de profecía para quien mira la historia con los
ojos de la fe.
En
Fátima me sumí en la oración del santo Pueblo fiel, oración que allí fluye
desde hace cien años como un río, para implorar la protección maternal de María
sobre el mundo entero. Doy gracias al Señor que me ha concedido ir a los pies de
la Virgen Madre como peregrino de esperanza y de paz. Y agradezco de corazón a
los Obispos, al Obispo de Leiría en Fátima, a las Autoridades del Estado,
el Presidente de la República, y a todos aquellos que han ofrecido su
colaboración.
Desde
el inicio, cuando en la Capilla de las Apariciones permanecí por largo tiempo
en silencio, acompañado por el silencio orante de todos los peregrinos, se creó
un clima de recogimiento y contemplativo, en el cual se desarrollaron los
varios momentos de oración. Y al centro de todo estuvo y está el Señor
Resucitado, presente en medio a su Pueblo en la Palabra y en la Eucaristía.
Presente en medio a los tantos enfermos, que son protagonistas de la vida
litúrgica y pastoral de Fátima, como de cada santuario mariano.
En
Fátima la Virgen eligió el corazón inocente y la sencillez de los
pequeños Francisco, Jacinta y Lucía, como depositarios de su mensaje.
Estos niños lo acogieron dignamente, tanto que fueron reconocidos como testigos
confiables de las apariciones, transformándose en modelos de vida cristiana.
Con
la canonización de Francisco y Jacinta, quise proponer a toda la Iglesia su
ejemplo de adhesión a Cristo y el testimonio evangélico. Y también quise
proponer a toda la Iglesia que cuide a los niños. Su santidad no es consecuencia
de las apariciones sino de la fidelidad y del ardor con el cual ellos
correspondieron al privilegio recibido de poder ver a la Virgen María.
Después
del encuentro con la “bella Señora” – así la llamaban – ellos recitaban
frecuentemente el Rosario, hacían penitencia y ofrecían sacrificios para
obtener el final de la guerra y por las almas más necesitadas de la divina
misericordia.
También
hoy hay tanta necesidad de oración y de penitencia para implorar la gracia de
la conversión, para implorar el final de tantas guerras que están por todas
partes en el mundo y que se extienden cada vez más, como también el final de
los absurdos conflictos: grandes y familiares, pequeños que desfiguran el
rostro de la humanidad.
Dejémonos
guiar por la luz que viene de Fátima. Que el Corazón Inmaculado de María sea
siempre nuestro refugio, nuestra consolación y el camino que nos conduce a
Cristo.
Traducción del italiano: María Cecilia Mutual
Radio Vaticano