Es Dios quien ha salido al encuentro del hombre y le ha enviado a su Hijo para que, viviendo en él, no equivoque el camino de su búsqueda insaciable de Dios
En
el discurso de despedida que Jesús dirige a sus apóstoles en la última cena,
narrado en el cuarto evangelio, Tomás y Felipe le interrumpen para pedirle
aclaraciones de lo que dice. Como en otras ocasiones, las palabras de Jesús les
resultan enigmáticas, dada la idea que se habían hecho de la misión de Cristo.
Jesús
les anuncia su muerte mediante la imagen de su vuelta al Padre, y afirma que va
a prepararles una morada para que estén siempre con él, concluyendo con esta
afirmación: «adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le replica: «Señor, no
sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». A pesar de que Jesús
había dicho que se iba al Padre, Tomás, el apóstol pragmático que necesita ver
y tocar, no entiende el significado de estas palabras y pregunta por el lugar
al que va Jesús y por el camino. Jesús aclara sus dudas con su famoso
dicho: «Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre, sino por mí».
A
continuación, Jesús habla del Padre, y Felipe, curioso por conocer ya al Padre,
le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Con cierto reproche, Jesús le
dice: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha
visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre?».
No
sé si, después de veinte siglos, estas aclaraciones de Jesús son comprendidas
por los que le seguimos. Las dos cuestiones que Tomás y Felipe plantean a Jesús
siguen teniendo enorme actualidad. ¿Cuál es el camino para llegar a Dios? ¿Cómo
podemos verlo? Llegar a Dios y verlo cara a cara es la aspiración más profunda
del corazón humano, incluso de aquel que no se formula estas preguntas de modo
explícito. ¿Quién no se tambalea ante la muerte propia o la de un ser amado?
¿Quién no se pregunta, cuando está solo, sobre el más allá? Y quienes tenemos
el don de la fe, ¿no desearíamos saber cómo es Dios y vislumbrar, aunque fuera
un instante, el perfil de su rostro, la luz de su eternidad? Todos tenemos algo
de Felipe y Tomás en nosotros, es fácil simpatizar con sus preguntas, que no
son tan torpes como parecen.
Si
el hombre no buscara el camino hacia Dios, no existirían las religiones. Hasta
el hombre primitivo hizo sus tanteos en busca del camino hacia Dios. También el
hombre moderno, a pesar de sus rechazos a las religiones existentes,
experimenta el tirón de Dios y lo expresa en diversas formas de buscarlo. El
sociólogo de la religión, P. Berger, escribía en 1999: «El mundo actual… es
furiosamente religioso como era antes, y en algunos lugares, incluso más que
anteriormente. Esto significa que la totalidad de la literatura de los historiadores
y sociólogos sobre la “teoría de la secularización” es esencialmente errónea».
Jesús
se presenta como el camino hacia el Padre. Y la razón que da es muy poderosa:
Él y el Padre son uno. Quien le ve a él, ve al Padre. Estas palabras nos ayudan
a entender que el cristianismo no es una religión más, un sistema de signos y
símbolos, que nos conducen a Dios. El cristianismo es, sobre todo, una
revelación. Dios se nos ha manifestado en Cristo. No es el hombre quien ha
salido al encuentro de Dios y ha descubierto el modo de llegar a él.
Es Dios
quien ha salido al encuentro del hombre y le ha enviado a su Hijo para que,
viviendo en él, no equivoque el camino de su búsqueda insaciable de Dios. Se
comprende, entonces, el reproche de Jesús a Felipe: tanto tiempo entre vosotros
y aún no me conocéis. Quien ha visto a Cristo ha visto al Padre. Y los
apóstoles vieron a Cristo, antes y después de resucitar de entre los muertos.
Este es el testimonio gozoso de la Pascua, el que dan aquellos que, con sus
preguntas, hicieron que Cristo respondiera a las nuestras.
+
César Franco
Obispo
de Segovia
Fuente: Diócesis de Segovia