"La Ascensión de Jesús al cielo constituye el fin de la misión que el Hijo ha recibido del Padre y el inicio de la continuación de esta misión por parte de Iglesia"
A la
hora del rezo de la oración mariana del Regina Coeli, el 28 de mayo,
VII domingo de Pascua y fiesta de la Ascensión del Señor, el Papa Francisco
reflexionó sobre el pasaje del Evangelio (Mt 28,16-20) que presenta el
momento de la despedida final del Resucitado a sus discípulos en
Galilea, a quienes Jesús deja "la inmensa tarea de evangelizar el
mundo", concretando este encargo con la orden de predicar y bautizar en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. v. 19).
Palabras
del Santo Padre:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
se celebra, en Italia y en otros países, la Ascensión de Jesús al cielo, que
tuvo lugar cuarenta días después de Pascua. El pasaje del Evangelio de hoy (Mt
28,16-20), con el cual concluye el Evangelio de Mateo, presenta el momento de
la despedida final del Resucitado a sus discípulos.
La
escena se desarrolla en Galilea, lugar donde Jesús les había llamado a seguirlo
para formar el primer núcleo de su nueva comunidad. Aquí por tanto, los
discípulos han pasado por el "fuego" de la pasión y de la
resurrección; a la vista del Señor resucitado se postran ante Él, aunque
algunos siguen todavía dudosos. A esta comunidad llena de miedo, Jesús deja la
inmensa tarea de evangelizar el mundo; y concreta este encargo con la
orden de predicar y bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo (cf. v. 19).
Por
tanto, la Ascensión de Jesús al cielo constituye el fin de la misión que el
Hijo ha recibido del Padre y el inicio de la continuación de esta misión por
parte de Iglesia. De hecho, a partir de este momento, la presencia de Cristo
en el mundo es mediada por sus discípulos, aquellos que creen en Él y lo
proclaman. Esta misión durará hasta el final de la historia y gozará de la
ayuda del Señor resucitado, el cual asegura: “Yo estoy con ustedes todos los
días, hasta el fin del mundo” (v. 20)
Su
presencia aporta fortaleza en la persecución, consuelo en el sufrimiento, apoyo
en las situaciones de dificultad a las que se enfrentan la misión y el anuncio
del Evangelio. La Ascensión de Jesús nos recuerda de esta ayuda de Jesús y de
su Espíritu que da confianza y seguridad a nuestro testimonio
cristiano en el mundo. Nos revela porqué existe la Iglesia: ¡existe para
anunciar el Evangelio!, ¡sólo para ésto! La Iglesia somos todos nosotros,
los bautizados. Hoy, estamos invitados a comprender mejor que Dios nos ha dado
una gran dignidad y la responsabilidad de anunciarlo al mundo, de "hacerlo
accesible a la humanidad". Esta es nuestra dignidad, ¡este es el mayor
honor en la Iglesia!
En esta fiesta de la Ascensión, mientras volvemos nuestra mirada al cielo, donde Cristo ascendió y está sentado a la derecha del Padre, fortalecemos nuestros pasos sobre la tierra para continuar con entusiasmo y coraje nuestro camino, nuestra misión de testimoniar y vivir el Evangelio en cualquier entorno. Sin embargo, somos conscientes de que ésto no depende, ante todo, de nuestras fuerzas ni de la capacidad de organización o de los recursos humanos. Sólo con la luz y el poder del Espíritu Santo podemos cumplir eficazmente nuestra misión de dar a conocer y experimentar cada vez más a los demás, el amor y la ternura de Jesús.
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a contemplar los bienes celestiales, que el Señor nos promete, y a convertirnos en testigos más creíbles de la resurrección, de la verdadera Vida.
En esta fiesta de la Ascensión, mientras volvemos nuestra mirada al cielo, donde Cristo ascendió y está sentado a la derecha del Padre, fortalecemos nuestros pasos sobre la tierra para continuar con entusiasmo y coraje nuestro camino, nuestra misión de testimoniar y vivir el Evangelio en cualquier entorno. Sin embargo, somos conscientes de que ésto no depende, ante todo, de nuestras fuerzas ni de la capacidad de organización o de los recursos humanos. Sólo con la luz y el poder del Espíritu Santo podemos cumplir eficazmente nuestra misión de dar a conocer y experimentar cada vez más a los demás, el amor y la ternura de Jesús.
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a contemplar los bienes celestiales, que el Señor nos promete, y a convertirnos en testigos más creíbles de la resurrección, de la verdadera Vida.
Fuente:
Radio Vaticano
