Las
proclama por el mundo un sacerdote que vive en un infierno y parece que viene
del cielo
El
padre Ibrahim Alsabagh visita España de la mano de Ayuda a la Iglesia
Necesitada y de la ONG CESAL para una serie de conferencias en las que
explica la situación de la Iglesia en la ciudad de Alepo. El pasado 20 de
Abril estuvo en el Caixafórum de Barcelona, donde pronunció una charla titulada
“Con Siria en el corazón. Guerra y Esperanza desde Alepo”. Allí hizo una
síntesis de su libro Un instante antes del alba (Ediciones Encuentro,
2017).
El
padre Ibrahim es franciscano y rector de la Parroquia latina de San Francisco
en Alepo, además de vicario episcopal, desde el año 2014. En ese tiempo no
solo ha visto los efectos de la guerra en la ciudad y en la población, sino que
les ha plantado cara con una osadía que parece echar raíces en aquello tan
olvidado de que la fe mueve montañas.
Nos
cuenta que lo primero que sintió cuando llegó a su nuevo encargo pastoral en
Alepo fue “tristeza, producto de la destrucción generalizada y el sufrimiento
de la gente. Vivían sin agua, sin electricidad, sin trabajo, sin ingresos y,
por tanto, con hambre. La gente no tenía dinero ni para comprar verdura”.
Afirma,
acto seguido: “Me di cuenta de que allí, antes que hablar de Jesús, se
necesitaba ayuda humanitaria”. Se pusieron manos a la obra y su valoración de
los años que allí lleva es que “cuanto más aumentan las necesidades materiales
más lo hace también la gracia del Señor. Hay muchos testimonios de la
presencia del Señor en nuestras condiciones de vida infernales”.
Actualmente,
tienen funcionando 33 proyectos en los que intentan atender las necesidades de
la población de las diferentes iglesias católicas de la zona e incluso de la
población musulmana.
El
abanico de ayudas va desde el reparto mensual de una caja de alimentos
básicos para las familias hasta la distribución de agua mediante 8 pequeños
camiones cisterna por toda la ciudad, pasando por la reconstrucción de las
casas bajo los bombardeos, por el pago de las deudas bancarias acumuladas que
los parroquianos son incapaces de afrontar o por los subsidios que dan a las
parejas que deciden casarse en mitad de la guerra y estar abiertos a la vida, porque,
como el mismo afirma, “la Iglesia no puede decir que te tienes que casar y
después no ayudar a estos matrimonios, que son el martirio blanco, el
signo ordinario de que la vida vence a la muerte”.
Muchos
de estos proyectos “parecían demenciales”, pero salen adelante gracias a la
colaboración de la Providencia, de la que este sacerdote ha deducido una serie
de leyes de Dios: 1. La vida consiste en darla por Dios y por tanto por
los demás; 2. A la hora de ayudar el límite está en lo que uno tiene: mientras
quede algo en las propias arcas hay que darlo; 3. Ante las necesidades humanas
urgentes uno reza, se lanza y después ya si acaso entiende.
La
primera de estas leyes evangélicas, que en gran parte de Occidente, dentro y
fuera de la Iglesia, suponen un cambio de paradigma, se ilustra en el hecho de
que el padre Ibrahim visita y ayuda también a las mujeres y niños sunitas
alojados por el gobierno en campos, cuyos maridos y padres están alistados en
el ISIS y son los mismos que han estado bombardeando sus casas durante los
últimos años, hasta que la parte Este de la ciudad quedó milagrosamente
liberada el 22 de diciembre de 2016.
La
segunda ley la vemos, por ejemplo, en la decisión unánime de los obispos de la
región de no comenzar la reconstrucción de las iglesias demolidas mientras
tengan pendiente una sola solicitud de ayuda para reconstruir una casa.
La
tercera se puede comprobar en el proyecto consistente en pagar las deudas
bancarias acumuladas de los solicitantes. Como él mismo cuenta, “empezamos con
algunas familias latinas, después corrió la voz y se sumaron de otros ritos, y
ahora ayudamos a más de 600 familias”.
Lo
curioso es que, haciendo balance después del primer año, se dieron cuenta de
que cuando comenzaron el proyecto tenían en su cuenta bancaria solo el 2 % de
lo que después gastaron, 600.000 euros. “No sé de dónde salía el dinero. Un
regalo tras otro de la providencia”.
Sin
embargo, lo más impresionante de todo no es escuchar sus relatos impregnados de
este siempre nuevo paradigma evangélico de la caridad, sino ver el rostro del
padre Ibrahim mientras los narra. Vive en un infierno y parece que viene
del cielo. Testimonia con su paz y su sonrisa que en él la vida ya ha
vencido a la muerte. Uno no puede recordar a Nietzsche en aquello que decía de
que “si los cristianos tuvieran cara de resucitados yo también creería”.
Jorge Martínez
Lucena
Fuente:
Aleteia
