La Iglesia distingue muy
bien tres situaciones que son semejantes pero bien diferentes: Cuidados
paliativos; Encarnizamiento terapéutico y Eutanasia
Pregunta:
Padre
Nelson, mi familia está viviendo una situación muy difícil. Una tía mía, muy
mayor, está en cuidados intensivos hace ya bastantes días. Su condición es
estable pero los médicos han sido claros en decir que está con muerte cerebral
total y que en realidad son los aparatos de respiración y demás los que la
mantienen viva, de modo que han pedido que se reúna la familia y decida si se
procede a desconectarla. Pero, ¿eso no es eutanasia, lo que prohíbe la Iglesia?
Gracias por su enseñanza. --F.G.H.
Respuesta:
Ante
todo, me uno al dolor que ustedes deben estar padeciendo al ver a una persona
tan cercana en esa condición.
La
Iglesia distingue muy bien tres situaciones que son semejantes pero bien
diferentes:
Cuidados
paliativos;
Encarnizamiento
terapéutico;
Eutanasia
o suicidio asistido.
Los cuidados
paliativos son
el conjunto de recursos que ofrece la medicina moderna para hacer más
soportables condiciones de sufrimiento físico o moral, ofrecer las mejores
posibilidades de recuperación si ello es todavía posible, y mejorar en general
la calidad de vida de un enfermo que, por todas las indicaciones, se encuentra
en la última fase de su vida mortal. Estos cuidados incluyen de modo muy
importante la llamada "clínica del dolor" es decir, el uso dosificado
pero en general creciente de anestésicos que permitan sobrellevar cuadros de
malestar físico y dolor que sería insoportable.
Al
respecto, la medicina actual ha evolucionado mucho. Aunque algunas de estas
tecnologías médicas puedan apresurar el deceso del paciente, la intención no es
causar la muerte sino llevar el último tramo de la vida de la mejor y más
humana forma posible; por consiguientes se aplica en este caso el principio moral
que se llama del "doble efecto": una práctica puede tener más de una
consecuencia; pero se realiza no por los efectos no deseados, como en este caso
que la muerte suceda un poco antes, sino por el efecto deseado: la calidad de
vida restante.
El encarnizamiento
terapéutico es
una situación distinta. Cuando absolutamente toda esperanza de recuperar la
conciencia, y todo trazo de vida cerebral ha desaparecido sin posibilidad de
retorno, mantener una especie de vida artificial en todo dependiente de unos aparatos
sofisticados ya no corresponde ni a la dignidad del paciente ni al proceso
emocional de sus parientes o relacionados. Si se pretendiera continuar esa
situación indefinidamente, con el único resultado de tener un cuerpo que
respira y por el que circula sangre, tendríamos que hablar de encarnizamiento
terapéutico, y no es algo que la Iglesia Católica pida a nadie.
Hay
que tener cuidado, sin embargo, porque no basta lo que se suele llamar
"estado de coma" para declarar que la persona puede legítimamente ser
desconectada de los aparatos que le permiten vivir. Hay noticias, incluso
recientes, sobre casos de personas que han pasado años en coma y luego
despiertan. Para que estemos en el caso moral aquí descrito tendría que darse
una muerte cerebral completa, de modo que el cerebro ni siquiera envíe a los
pulmones la señal de la respiración, pues se considera que ese intercambio de
señales nerviosas pertenece a los estratos más profundos de la actividad
cerebral.
Tanto la eutanasia
como el suicidio asistido suponen, en cambio, una intervención médica que
efectivamente procura la muerte de una persona que, sin esa intervención podría
vivir, incluso con cierta calidad. La experiencia ha mostrado que las leyes de
eutanasia, lo mismo que otras leyes inmorales, se introducen siempre como
respuesta a casos emocionalmente extremos. Al poco tiempo, las condiciones se
van ampliando hasta llegar a lo que hay en Suiza, Holanda y otros sitios:
muerte a la carta. Por supuesto, esto es moralmente reprobable y así lo ha declarado
la Iglesia.
Dios
bendiga tu familia y todas las familias de los pacientes en grave condición.
Por:
-Fr. Nelson Medina, OP