Dios conoce nuestra debilidad, sabe que nos recordamos de Él para pedir ayuda, y con la sonrisa indulgente de un padre, Dios responde afectuosamente
“La muerte inminente ha
llevado a aquellos hombres paganos a la oración, ha hecho también que el
profeta, no obstante todo, viviera su propia vocación al servicio de los demás
aceptando sacrificarse por ellos, y ahora conduce a los sobrevivientes al
reconocimiento del verdadero Señor y a la alabanza”, con estas palabras el Papa
Francisco explicó en la Audiencia General del tercer miércoles de enero, el
vínculo entre esperanza y oración.
Continuando su ciclo de
catequesis sobre “la esperanza cristiana”, el Obispo de Roma comentando el
Libro de Jonás, dijo que la historia de este profeta es una especie de
“parábola que contiene una gran enseñanza, aquella de la misericordia de Dios
que perdona”.
Cuando Dios envía a Jonás a predicar a Nínive, el profeta, que
conoce la bondad del Señor y su deseo de perdonar, trata de escapar a su misión
y huye. “Durante su fuga, el profeta entra en contacto con algunos paganos, los
marineros del navío en el cual se había embarcado para alejarse de Dios y de su
misión”. Y huye lejos, precisó el Papa, porque Nínive estaba en la zona de Irak
y él huye a España. “Y es justamente el comportamiento de estos hombres –
afirmó el Pontífice – como después será el de los habitantes de Nínive, que nos
permite hoy reflexionar un poco sobre la esperanza que, ante el peligro y la
muerte, se expresa en oración”.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
En la Sagrada Escritura,
entre los profetas de Israel, resalta una figura un poco anómala, un profeta
que trata de escaparse de la llamada del Señor rechazando en ponerse al
servicio del plan divino de salvación. Se trata del profeta Jonás, de quien se
narra la historia en un pequeño libro de sólo cuatro capítulos, una especie de
parábola que contiene una gran enseñanza, aquella de la misericordia de Dios
que perdona.
Jonás es un profeta “en
salida” – pero también un profeta en fuga –, es un profeta en salida que Dios
invita ir “a las periferias”, a Nínive, para convertir a los habitantes de
aquella gran ciudad. Pero Nínive, para un israelita como Jonás, representa una
realidad peligrosa, el enemigo que ponía en peligro a la misma Jerusalén, y por
lo tanto de destruir, no cierto para salvar. Por eso, cuando Dios envía a Jonás
a predicar en aquella ciudad, el profeta, que conoce la bondad del Señor y su
deseo de perdonar, trata de escapar de su misión y huye.
Durante su fuga, el
profeta entra en contacto con algunos paganos, los marineros del navío en el
cual se había embarcado para alejarse de Dios y de su misión. Y huye lejos,
porque Nínive estaba en la zona de Irak y él huye a España, huye en serio. Y es
justamente el comportamiento de estos hombres, como después será el de los
habitantes de Nínive, que nos permite hoy reflexionar un poco sobre la
esperanza que, ante el peligro y la muerte, se expresa en oración.
De hecho, durante la
travesía en el mar, se desata una fuerte tormenta, y Jonás baja a la bodega del
barco y se queda dormido. Los marineros en cambio, viéndose perdidos,
«invocaron cada uno a su dios», eran paganos (Jon 1,5). El capitán de la nave
despertó a Jonás diciéndole: «¿Qué haces aquí dormido? Levántate e invoca a tu
dios. Tal vez ese dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos» (Jon
1,6).
La reacción de estos
“paganos” es la justa reacción ante la muerte, ante el peligro; porque es
entonces que el hombre tiene la completa experiencia de la propia fragilidad y
de la necesidad de salvación. El instintivo horror de morir revela la necesidad
de esperar en el Dios de la vida. «Tal vez Dios se acuerde de nosotros, para
que no perezcamos»: son las palabras de la esperanza que se convierte en
oración, aquella suplica llena de angustia que sale de los labios del hombre
ante un inminente peligro de muerte.
Con demasiada facilidad
despreciamos el dirigirnos a Dios en la necesidad como si fuera solo una
oración interesada, y por ello imperfecta. Pero Dios conoce nuestra debilidad,
sabe que nos recordamos de Él para pedir ayuda, y con la sonrisa indulgente de
un padre, Dios responde afectuosamente.
Cuando Jonás,
reconociendo sus propias responsabilidades, se hace arrojar al mar para salvar
a sus compañeros de viaje, la tempestad se calma. La muerte inminente ha
llevado a aquellos hombres paganos a la oración, ha hecho también que el
profeta, no obstante todo, viviera su propia vocación al servicio de los demás
aceptando sacrificarse por ellos, y ahora conduce a los sobrevivientes al
reconocimiento del verdadero Señor y a la alabanza.
Los marineros, que habían
orado por miedo dirigiéndose a sus dioses, ahora, con sincero temor del Señor,
reconocen al verdadero Dios y ofrecen sacrificios y elevan votos. La esperanza,
que les había llevado a orar para no morir, se revela aún más potente y obra en
una realidad que va más allá de cuanto ellos esperaban: no solo no perecen en
la tempestad, sino se abren al reconocimiento del verdadero y único Señor del
cielo y de la tierra.
Sucesivamente, también
los habitantes de Nínive, ante la perspectiva de ser destruidos, oraran,
impulsados por la esperanza en el perdón de Dios. Harán penitencia, invocaran
al Señor y se convertirán a Él, empezando por el rey, que, como el capitán del
barco, da voz a la esperanza diciendo: «Tal vez Dios se vuelva atrás y se
arrepienta, […] de manera que no perezcamos» (Jon 3,9). También para ellos,
como para la tripulación en la tormenta, haber enfrentado la muerte y haber
salido vivos los ha llevado a la verdad.
Así, bajo la misericordia divina, y
todavía más a la luz del misterio pascual, la muerte puede convertirse, como ha
sido para San Francisco de Asís, en “nuestra hermana muerte” y representar,
para todo hombre y para cada uno de nosotros, la sorprendente ocasión para
conocer la esperanza y encontrar al Señor. Que el Señor nos haga entender esto,
la relación entre oración y esperanza. La oración te lleva adelante en la
esperanza y cuando las cosas se vuelven oscuras, más oración. Y habrá más
esperanza. Gracias.
Fuente: Radio Vaticano