Hemos de estar en la disponibilidad total de todos aquellos
que, en diferentes situaciones, necesitan nuestra ayuda
En esto de la fe –y de las
obras— lo más importante es no parar. No acomodarse. No dar nada por bue no o
definitivo. Y ese es, sin duda, el ejemplo que nos pone la liturgia. Los
tiempos suceden unos a otros y, afortunadamente, no hay tregua. Se terminaba el
Tiempo de Navidad con el domingo del Bautismo del Señor para iniciar ya el lunes
el Tiempo Ordinario. Los acontecimientos de la vida de Jesús siguen rápidos
ante nuestra retina en la celebración de la eucaristía diaria. Cada uno de esos
momentos nos narra el camino de hacer el bien y sanar a los enfermos y
oprimidos. En realidad, nosotros, seguidores del Maestro de Nazaret, deberíamos
no dejar de hacer el bien ni por un momento, y emplearnos a fondo para ayudar a
los enfermos y a los más pobres. Una vez que hagamos hecho eso –todos los
días—podremos continuar con otras cosas.
ACOMODACIÓN
Puede ocurrir, asimismo,
que nos sintamos muy complacidos con nuestra vida de cristianos porque, en
definitiva, el templo, la parroquia, siempre es acogedor y allí, en general,
tenemos nuestros amigos. Y día tras día cumplamos amablemente con el rito, sin
tener en cuenta todo lo que muchos hermanos necesitan de nosotros. Esa
acomodación a la devoción diaria puede ser como un parón a las auténticas
exigencias del cristiano. No se trata –para nada— de hacer de menos lo que nos
une directamente con Dios y que son los sacramentos y que estos viven
administrados dentro del rito y la celebración. Ya he expuesto mi admiración
total por la liturgia, pero sé lo que me digo. No es posible basar toda la
actividad cristiana en sólo el paso cotidiano por el templo. Hemos de, además
de ello, estar en la disponibilidad total de todos aquellos que, en diferentes
situaciones, necesitan nuestra ayuda.
NO OLVIDAD LA ORACIÓN
Podría ocurrir lo
contrario. Es decir, alguien que muy meritoriamente dedicara mucho de su tiempo
en la atención a los hermanos y que su labor fuera importante y efectiva. Pero
se olvidara de rezar. La muy absorbente dedicación a los hermanos, no puede
restar tiempo para orar, para recibir el sacramento de la Eucaristía e,
incluso, para sacar tiempo de donde no lo hay y permanecer unos minutos ante el
Sagrario. Sería también una forma de pararse de no avanzar, a pesar del gran
bien que está haciendo.
Se trata de no parar. No
dejar ni que pase un solo día sin iniciar el día con la jaculatoria de “aquí
estoy, Señor, que te parece que haga hoy”. Y esperar instrucciones… Estoy
intentando con toda esta carta que haya una rutina de usos y formas que
deshumanicen nuestro contacto con Dios o frenen lo fundamental que debe sentir
el cristiano: el amor. Y el amor tiene un enemigo mortal: la rutina. La rutina
es mala en el amor a Dios. Y lo es, también, en el amor de una pareja, o el
amor por un trabajo o una profesión. Que no lo planifiquemos todo, que dejemos
tiempos libres y cabos sueltos para poder dedicarnos al amor a Dios y a los
hermanos, sin fallar ni un solo día.
Por Ángel Gómez Escorial
Fuente: Betania