Irse a un
ghetto de amigos que piensan como nosotros es la opción más sencilla, pero
también la más sectaria
¿Te has dado cuenta? Las personas están
más divididas que nunca.
Aquí en Estados Unidos existen estados
democráticos y estados republicanos. Se dividen en función de quien va a la
iglesia y quien no, en función de quien se define “a favor de esto” o “en contra
de aquello”. Hay quien toma café como Dios manda y los que se equivocan en todo
y añaden nata. Pero estoy divagando.
Y desde que los foros en Internet han
vuelto fácil encontrar personas que piensan como nosotros, podemos dividirnos
todavía más, sobre la base de intereses comunes y pasatiempos compartidos. Es
fantástico encontrar este oasis en el desierto, grupos en los que se es uno
mismo y se construyen amistades partiendo de aquello que se tiene en común. Lo
se. El mundo es un lugar estresante y es agradable poder divertirse con
personas similares a nosotros.
Discutir continuamente sobre cuestiones
políticas o religiosas corre el riesgo de quemar la tierra a nuestro alrededor,
no es ciertamente un buen modo de crear amistades. Necesitamos, hasta un cierto
punto, relacionarnos con personas que piensan como nosotros y en quienes
podemos escondernos de este mundo tan frenético.
Cuando estoy cansado de las noticias
políticas porque parece que el mundo esté yendo directamente hacia el infierno,
tiendo a encerrarme en mi zona de confort y ponerme a la defensiva. Cuando hago
esto me siento como un hobbit: como contento en una bella casa de la Comarca,
mientras la Tierra Media se quema alrededor. De hecho, cortar los puentes
ofrece comodidad y seguridad… pero ¿puedo realmente decir que me vuelve una
persona mejor? ¿Tú que piensas?
Mantener sólo aquellas amistades que
forman parte de mi zona de confort nos impide crecer
Considera por ejemplo el hecho que
Facebook tiene un algoritmo que nos cataloga en base a nuestras ideas
políticas. Todos los posts y las historias que no están en consonancia con esas
preferencias políticas tienen menos posibilidades de aparecer en las propias
noticias. En resumen, Facebook nos considera avestruces que necesitan esconder
la cabeza bajo la arena para no ver lo que hacen “las personas malas”… no sea
que entremos en contacto con un poco de verdad. Sí, de esta forma las redes
sociales son más relajantes, no estamos aislados. Y este aislamiento es una
arma de doble filo: nosotros no escuchamos a los demás, y los demás no nos
escuchan a nosotros.
Cuando no veo la hora de decir algo que
pienso sobre un argumento importante, en realidad estoy sólo “predicando a
quien ya se ha convertido”. Quien tiene otra opinión no verá lo que he escrito,
y no habrá posibilidad de interactuar. Esta división artificial empobrece mi
vida, porque pierdo la oportunidad de ver lo que otras personas tienen que
ofrecer. Pierdo la oportunidad de poner en discusión mis convicciones. A la
larga, este tendrá un impacto sobre mi capacidad de mostrar empatía: los puntos
de vista distintos al mío terminarán con la pertenencia a un grupo abstracto de
“otras personas” (que tenderé a rechazar), en lugar de pertenecer a un amigo
que conozco y respeto. Mantener sólo esas amistades que forman parte de nuestra
zona de confort nos impide crecer.
Ciertamente, no debemos sentirnos
obligados a confrontarnos con quien sea; pero ¿dónde está el límite? ¿Cuán
incómodos deberíamos sentirnos, antes de cortar la amistad de una persona que tiene
otras convicciones? Y ¿qué decir del vecino de la puerta de al lado, con quien
quizá no tengo nada en común, que tiene otra religión, que pertenece a otra
clase social y que quizá no tiene mis mismos valores? ¿Debería ignorarlo
simplemente por el hecho de venir de un mundo distinto?
Cada persona merece respeto: cada vez que
somos capaces de respetarnos mutuamente, es posible mantener la amistad
Evitar esos encuentros potencialmente
vergonzosos es seguramente el camino más simple, pero nadie merece ser
ignorado. Aunque no sepa lo que tengo en común con mi vecino, con un viejo
amigo que no veo desde hace años, o con el pariente taciturno que encuentro en
las reuniones familiares, debería intentar mirar más profundamente. Nuestros
puntos en común podrían tener que ver con la manera en que miramos la vida, una
experiencia, o incluso un aspecto de la nuestra personalidad. Sin más, todos
compartimos una cosa: cada persona merece respeto. Como consecuencia cada vez
que somos capaces de respetarnos mutuamente, es posible mantener la amistad.
Cuanto te cruzas en la oficina con ese
colega que no conoces bien, en lugar de pretender que ves tu celular o sigues
adelante. Intercambia tres palabras, aunque sea sólo para hacer conversación.
Quizá, nazca algo más sólido. Invita a cenar a tus vecinos, crea la ocasión
para conocerlos mejor. Quizá no se volverán amigos íntimos, pero nunca se sabe
qué sorprendente conexión humana podrías hacer. Y no te preocupes si a veces te
pesa: vale la pena.
Las interacciones humanas pueden ser
caóticas, y yo busco encontrar el lado positivo en mis intentos por hacer
amistad con quien es distinto a mí. Obviamente quiero protegerme a mí mismo y a
mi familia de los “malos”, pero tengo que prestar atención a este enfoque.
Después de todo, podría incluso tener una buena influencia sobre los demás, dar
un consejo a quien lo necesita o ayudar al prójimo de alguna forma. O, para
mantener un enfoque humilde, podría aprender algo que antes no conocía, mirar
el mundo desde otra perspectiva, conocer más. Y, sobretodo, podría aprovechar
la oportunidad para recordar que no importa el papel que ocupamos en este
absurdo caleidoscopio que llamamos humanidad: en esta vida estamos todos en la
misma barca.
Cada semana, Michael Rennier comparte una
reflexión sobre las lecturas dominicales y escoge una temática que podemos
hacer en nuestra vida cotidiana. La reflexión de hoy está basada en la lectura
de Lucas 19, 1-10
MICHAEL RENNIER
Fuente: Aleteia for her