Nadie puede acabar con
la libertad más honda que late en mi alma
¡Cuánto poder de atracción tiene el
respeto en la vida! ¡Qué atractivas son las personas que respetan! ¡Qué
atractivos esos lugares donde reina el respeto! Cuando hay respeto puedo ser yo
mismo sin miedo a la imposición. Respetan mis decisiones aunque no las
compartan. Me dejan ser como soy sin querer cambiarme.
El respeto salva mi libertad de decisión.
Me deja espacio para ser yo mismo. No tengo que caber en un molde para que me
acepten.
Pienso que Dios me mira con infinito
respeto y me cuida pacientemente. Conoce mis límites. Y le conmueve mi deseo
por llegar más lejos, más alto. Le gusta mi deseo de dar la vida. Me muestra el
ideal que arde en mi alma. Y me anima a no dejar de luchar en la dirección que
marcan mis sueños.
Pero respeta mis decisiones, mis tiempos,
mis desvíos. Aguarda a la puerta de la casa esperando mi regreso cuando me he
ido por el camino equivocado. Estoy llamado a ser una persona libre, autónoma,
capaz de tomar su vida en mis manos y tomar decisiones en Dios.
El otro día leía: “Al cuerpo se le puede encerrar, pero
nada es capaz de destruir la libertad más profunda del hombre, la libertad del
alma, como tampoco la libertad de la inteligencia y la voluntad. Estas son las
facultades más excelentes y nobles del hombre, las que hacen que sea la clase
de hombre que es, y nada las puede constreñir”.
Nadie puede acabar con la libertad más
honda que late en mi alma.
Podrán quitarme la libertad física, podrán atarme y forzarme a ir por un lugar.
Pero seguiré siendo interiormente libre. De mí depende dejar de ser libre y
pasar a ser esclavo. De mí y mis ataduras.
Quiero ser libre para educar hombres
libres. Quiero ser libre para decidirme, libre para darme. Libre y no depender
de lo que los demás esperan de mí.
El primer respeto que tengo que tener es
hacia mí mismo.Quiero aprender a reconocer y respetar lo que grita en mi
alma. Esa voz que quiere amar y ser amado. Quiero ser libre de
tantas ataduras que me esclavizan. Quiero
ser esclavo de Dios para ser libre ante los hombres.
El primer respeto es hacia mí mismo. No
quiero atarme a los moldes que me imponen. No quiero vivir constreñido en unos
límites que yo no deseo.
Quiero darme con libertad. Sin miedo al
rechazo o al fracaso.
Decir lo que pienso sin miedo a las reacciones. Escribir lo que sueño sin miedo
a la desaprobación. Hacer lo que tiene que ver con la voz de mi corazón sin
miedo a dejar de lado otras voces.
Lo sé, el mayor respeto es el de Dios
hacia mí. Él me mira así, conmovido y se alegra. Me ve en mi pecado y espera.
Ve la fuerza interior de mi alma y se emociona. Y me respeta con un amor
infinito. Respeta mis decisiones, mi forma de amar y darme y no me deja nunca
solo por los caminos.
Cuando descubro cómo me respeta Dios,
comienzo a respetar así a los hombres, comienzo a respetarme a mí mismo en mi
debilidad. Cuando descubro a Dios que me ama como soy, tal vez comienzo a
amarme a mí mismo como soy sin querer ser otro, sin más pretensiones. Le pido a Dios ese respeto a mi vida. Ese
respeto a la vida de los otros.
Fuente:
Aleteia