Pequeña
oración para aprender a pedir
Es tan importante confiar y esperar… Pero
muchas veces me falta fe. Jesús se pregunta: “Pero,
cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. No sé bien qué responder. Si
Dios viniera ahora, ¿encontrará tanta fe en mí? Me impresiona. No lo sé, creo
que no.
A veces pido y quiero que se me dé
exactamente lo que le pido, tal como se lo pido y en el plazo en el que lo
quiero. Como un niño caprichoso. Y si no me lo da, me enfado, me alejo.
Uso a Dios sólo como expendedor de
respuestas en la misma medida en la que expreso mi
necesidad. Me
falta confiar más en Él. En sus plazos, en sus procesos. Me
cuesta respetar sus tiempos.
Se me olvida que Él siempre supera mis
expectativas y me desborda. Al final me da más de lo que le pido. Pero tal vez
de otra forma. En otro momento. ¡Qué difícil es verlo!
Le pido que me traiga la montaña, que la
rebaje porque no puedo subirla. Pero Dios no lo hace así. Y me da, quizás,
fuerzas para remontarla. Me regala un compañero de camino y la alegría de
llegar arriba tras el esfuerzo. Y con todo eso me hace agradecido.
Lo he vivido tantas veces… Una renuncia se convierte en fuente de
esperanza. Un desamor que me parecía imposible de superar, más
adelante me hace agrandar mi corazón. Una cruz me lleva más alto. Así aprendo a
recibir y descubro cómo consolar a otros.
No sé cómo, pero Dios convierte todo lo que hago, lo que
siento, en un camino para acercarse a mí. Toca mi vida y la hace milagrosa. Y me
llena y me habla al corazón.
Nunca me va a dejar en medio de mi cruz.
Se sube a mi madero. Camina en medio de mi noche. No me suelta la mano en mi
dolor. Me escucha, me calma. Pronuncia mi nombre, lo repite cada día en su
corazón.
Yo le pido que me solucione un problema.
Le pido paz y felicidad. Y Él se abaja hasta mí, me sostiene, se hace camino
para que pueda pisarlo.
A veces me detengo en medio de mi vida,
miro el camino, y lo veo junto a mí. Lo veo agachado, abrazándome, consolándome.
Y antes no supe verlo. Cuando iba en medio del bosque los árboles tan cercanos
y numerosos no me dejaban ver su rostro. Desde la montaña veo más clara su
presencia.
Es verdad que yo le pedía otra cosa más
pequeña en ese momento. Porque me gusta pedirle cosas concretas. Me apasiona hablarle de lo que necesito,
de mi sed, de mis miedos, de mis sueños, de las personas que amo.
Y sé que a Él le gusta escucharme, quiere
que le pida, que le suplique ayuda. Sabe todo lo que necesito. Pero quiere
escucharme.
Se compadece de mí como hacía Jesús por
los caminos. Me escucha, me guarda junto a Él, viene a mí, y siempre me da más.
Recoge en sus manos mis súplicas. Las acaricia. Las sostiene. Y yo espero,
aguardo. Y se conmueve. Y me abraza.
Ojalá supiera verlo. Ojalá supiera golpear el corazón de
Dios con confianza de niño. ¿Qué le
pido yo a Dios? ¿Cuáles son mis peticiones más profundas?
Hoy se lo quiero entregar todo. Quiero
confiar en Él como un niño. Y repito las palabras de una persona que rezaba
así:
“Creo en ti, Señor, creo que vas conmigo
y que todo lo que a mí me pasa a ti te importa. Creo que conoces mi vida y
caminas por ella junto a mí, que nada de lo mío te es ajeno. Que me das más de
lo que pido, que no me pides nada. Que no estas lejano en el cielo impartiendo
justicia, sino que vas a mi lado, sufriendo y alegrándote conmigo. Ábreme el
corazón. Para aprender a pedir y a dar”.
Esta es mi petición, pase lo que pase en
mi vida. Le pido
que se quede conmigo y
no se vaya. Le pido que me ayude a ser todo para los demás. A pedir con
humildad. A dar con generosidad. En eso consiste la vida de los niños.
Por eso no sé bien si habrá fe en el
mundo. No sé si hay fe hoy en mi corazón. Tanta fe como yo quisiera. Porque la fe es un don que le pido cada mañana.
Para creer más en su amor, en su presencia a mi lado. Quiero tener más fe.
Decía el padre José Kentenich: “Nosotros
creemos con firmeza porque es el Padre quien lo ha dicho; y lo que Él dice es
siempre verdadero, aun cuando yo no pueda entenderlo. A juicio de Jesús, la fe sencilla en Dios
Padre es un don precioso”.
Me gustaría tener esa fe de los niños
para creer. Se la pido. Necesito vivir anclado en sus brazos. Con todos mis
sueños y deseos. Con todas mis peticiones sencillas y concretas. Confiando
siempre.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia