CÓMO UNOS SOSTENEMOS LAS VIDAS DE LOS OTROS

Lo que yo hago es un bien que suma o un mal que resta

A veces me faltará perseverancia en la oración y tendré que confiar más en los que me acompañan, en los que recorren el camino conmigo. Mi vida sostenida por otros.

Porque son otros los que me ayudan a rezar con su testimonio, con sus palabras, con sus vidas. Me sostienen con su perseverancia, con su fidelidad, con su ejemplo, cuando yo me canso, cuando mis brazos me pesan, cuando no quiero seguir. Son ellos los que me llevan en volandas a lo más alto.

Tengo claro que es la oración de los otros la que sostiene mi vocación, mi camino, mi vida. Lo he comprobado tantas veces en mi sacerdocio. La oración de mis hermanos, de mis hijos espirituales. La oración por mí de tantos. Esa oración oculta y silenciosa.

Y sé también que mi propia oración sostiene la vida de muchos. Creo en el poder de los vasos comunicantes. Lo que yo hago tiene trascendencia. Es un bien que suma. Es un mal que resta. Es una oración que se eleva y eleva a otros.

No camino solo. No me salvo solo. No llego al cielo solo. Llego con los brazos que han sostenido mis brazos. Llego con las vidas que he sostenido en mis brazos.

Muchas veces me turba la soledad y el cansancio. Necesito a otros. Nos necesitamos los unos a los otros. Mi fe aumenta la fe de otros. La fe de otros aumenta mi fe.

Decía el Papa Francisco: “Querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con Él, es animarse a construir con Él, es animarse a jugarse con Él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo”.

Me gusta esa imagen de la unidad, de la comunidad. Una familia unida. Una familia anclada en Dios. ¡Qué fácil es separar! ¡Cuántas personas hay que están solas, que sufren solas, que se ahogan solas! ¡Cuánto individualismo a mi alrededor!

Unir es más difícil que dividir. Hace falta mucha humildad y nos sobra el orgullo. Para unir tengo que ceder, renunciar a mi amor propio, no querer tener la razón, aunque la tenga.

Sueño con esa comunidad que se acompaña y cuida. Esa comunidad de corazones unidos en Dios. Esa comunidad de oración que tiene una misión común. Un camino en común. Una vida en común. Es la comunión de los santos a la que todos estamos llamados.

No vamos solos. Nos sostenemos los unos a los otros. A veces con dolor. A veces con alegría. Jesús en medio nos cuida. En medio de los árboles. En la montaña.

CARLOS PADILLA ESTEBAN


Fuente: Aleteia