El Pontífice advierte sobre una fe “hágalo usted mismo”, o los que buscan
en Jesús un refugio psicológico donde estar seguros
El papa Francisco ha reflexionado este
miércoles en la catequesis realizada en la audiencia general de los miércoles
en la Plaza de San Pedro, sobre el pasaje de Juan el Bautista que pide a
sus discípulos que pregunten a Jesús si es el Mesías o tienen que esperar a
otro. De este modo, el Santo Padre a explicado que Él responde ser el
instrumento concreto de la misericordia del Padre, que va al encuentro de todos
llevando la consolación y la salvación.
El Santo Padre advierte así del peligro
de una fe “hágalo usted mismo” que
reduce a Dios para propios deseos, a usar su
santo nombre para justificar los propios intereses, o al odio y la violencia.
También de reducir la fe en un refugio psicológico en los momentos
difíciles; de tener una fe impermeable al amor misericordioso incapaz
de ayudar a los hermanos, o de sofocar la fe en una relación
íntima con Jesús y anulado su impulso misionero capaz de transformar el mundo y
la historia.
Publicamos a continuación el texto
completo de la catequesis de la audiencia general
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos
días!
Hemos escuchado un pasaje del Evangelio
de Mateo (11, 2-6). El intento del evangelista es el de hacernos entrar más
profundamente en el misterio de Jesús, para acoger su bondad y su misericordia.
El episodio es el siguiente: Juan Bautista manda a sus discípulos a ver a
Jesús, y Juan estaba en la cárcel, para hacerles una pregunta muy clara: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar
a otro?” (v. 3). Era precisamente el momento de la
oscuridad, el Bautista esperaba con ansia el Mesías y en su predicación lo
había descrito con fuerza, como un juez que finalmente habría instaurado el
reino de Dios y purificado a su pueblo, premiando a los buenos y castigando a
los malos.
Él predicaba así: “El hacha ya está
puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será
cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,
10).
Ahora que Jesús había empezado su misión pública con un estilo muy diferente,
Juan sufre y en la doble oscuridad, la de la celda y la del corazón, no
entiende este estilo y quiere saber si es precisamente Él el Mesías, o si se
debe esperar a otro.
La respuesta de Jesús parece a primera
vista no corresponder a la petición del Bautista. Jesús, de hecho, dice:
“Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los
paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los
muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel
para quien yo no sea motivo de escándalo!” (vv. 4-6). Esta es la respuesta de
Jesús. Aquí se hace claro el intento del Señor Jesús: Él responde ser el
instrumento concreto de la misericordia del Padre, que va al encuentro de todos
llevando la consolación y la salvación, y de esta forma manifiesta el juicio de
Dios. Los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos, recuperan su dignidad y
ya no son excluidos por su enfermedad, los muertos vuelven a la vida, mientras
que a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Y esto se convierte en la
síntesis de la acción de Jesús, que de esta forma hace visible y tangible el
actuar mismo de Dios. El mensaje que la Iglesia recibe por este pasaje de la
vida de Cristo es muy claro. Dios no ha mandado a su Hijo en el mundo para
castigar a los pecadores ni para destruir a los malvados.
Sin embargo, a ellos se les dirige la
invitación a la conversión para que, viendo los signos de la bondad divina,
puedan reencontrar el camino de vuelta. Como dice el Salmo: “Si tienes en
cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra
el perdón, para que seas temido”. (130, 3-4).
La justicia que el Bautista ponía al
centro de su predicación, en Jesús se manifiesta en primer lugar como
misericordia. Y las dudas del Precursor no hacen otra cosa que anticipar el
desconcierto que Jesús suscitará después con sus acciones y sus palabras. Se
comprende por tanto, la conclusión de la respuesta de Jesús: ¡Y feliz aquel
para quien yo no sea motivo de escándalo! (v. 6). Escándalo significa
obstáculo. Por eso Jesús advierte de un peligro particular: si el obstáculo
para creer son sobre todo sus acciones de misericordia, esto significa que se
tiene una falsa imagen del Mesías. Beatos sin embargo aquellos que, frente a
los gestos y a las palabras de Jesús, dan alegría al Padre que está en el cielo.
La advertencia de Jesús siempre es
actual: también hoy el hombre construye imágenes de Dios que le impiden gustar
su presencia real. Algunos se crean una fe “hágalo usted mismo” que reduce
a Dios en el espacio limitado de los propios deseos y de las propias
convicciones. Pero esta fe no es conversión al Señor que se revela, es más, le
impide provocar nuestra vida y nuestra conciencia.
Otros reducen a Dios a un falso ídolo;
usan su santo nombre para justificar los propios intereses o incluso el odio y
la violencia.
Para otros, Dios es solo un refugio
psicológico donde se puede estar seguros en los momentos difíciles: se
trata de una fe plegada sobre sí misma, impermeable a la fuerza del amor misericordioso
de Jesús que empuja hacia los hermanos.
Otros consideran a Cristo solo un buen
maestro de enseñanzas éticas, uno entre los muchos de la historia.
Finalmente, hay quien sofoca la fe en una
relación puramente íntima con Jesús, anulado su impulso misionero capaz de
transformar el mundo y la historia. Nosotros cristianos creemos en el Dios de
Jesús, el cristiano cree en el Dios de Jesucristo y su deseo es el de crecer en
la experiencia viva de su misterio de amor.
Comprometámonos a no poner ningún obstáculo
al actuar misericordioso del Padre, pero pidamos el don de una fe grande para
convertirnos también nosotros en signos e instrumentos de misericordia.
Fuente:
Zenit