No hay nada más
complicado... o tal vez nada más sencillo
No hay nada más complicado que la
conversión, o tal vez, nada más sencillo, si me dejo hacer por Dios. Es difícil
cuando me empeño en que sea todo fruto de mi esfuerzo. Lo sujeto a mi voluntad.
Y exijo la perfección a mis actos sin alegrarme de mi situación actual, de mi
sí de ahora a Dios. Es fácil cuando simplemente me dejo hacer y llevar por Él.
Cuando dejo crecer en mí el deseo de estar con Él para siempre.
Importa el presente. El aquí y el ahora. La
conversión no significa que a partir de ahora el converso no se vaya a
equivocar de nuevo. Es una alegría en presente, no en futuro.
Jesús me muestra a un Dios que me ama y me espera tal como
estoy ahora. A un Dios que me va a buscar donde me encuentre.
Dios lo deja todo por buscarme a mí, que no lo busco tantas veces, que me alejo
voluntariamente. Y cuando me encuentra hace una fiesta y se alegra de estar
conmigo.
Me desborda esta manera de vivir y de amar.
¡Cuánto me cuesta creerme que Dios me ama como soy y se alegra al abrazarme! ¡Cuánto me cuesta creer en su
misericordia al contemplar mi historia, llena de luces y de sombras!
Él me
conoce, ve la verdad y la mentira de mi vida y quiere vivir conmigo sabiendo
cuántas contradicciones hay en mí. Él me conoce en profundidad y me llama
tiernamente tal como soy ahora, no como yo creo que debería ser. Y me acompaña, y me enseña con
paciencia.
Comenta el Papa Francisco en la
exhortación Amoris Laetitia: “Sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que
acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de
las personas que se van construyendo día a día”.
Jesús me muestra lo que puedo llegar a
ser y me acompaña con paciencia. Me mira con misericordia, me abraza como soy y
sueña con lo que puedo llegar a ser si me dejo hacer.
Me gustaría creer de verdad en su
misericordia para poder calmar mi sed. Y me gustaría vivir el camino con Él,
aprendiendo de Él.
Así aprenderé a dejar que cualquiera se
acerque a mí. Viviré con el alma abierta a lo que Dios me regale. Me gustaría
convertirme de verdad para poder ser camino de conversión para otros. Me
gustaría volver siempre a buscar a mi padre. A colgarme en sus hombros, a
hundirme en su pecho.
Quiero ese amor que es capaz de mover el
mundo. Creo en eso. Lo creo profundamente. Pero, ¡qué pequeño es mi amor! Tal
vez no acabo de convertirme.
Quiero aprender a mirar como mira Jesús.
Con su mirada misericordiosa. Cada hombre tiene un valor sagrado. Eso lo
aprendo de Jesús. Quiero ser su amigo, vivir con Él.
Quiero sentirme amado en lo que soy para
que muchos se sientan amados en lo que son. Más allá de su pecado. Amados como hijos.
Todos somos pecadores, todos necesitamos que Jesús nos busque, nos acoja y sane
nuestras heridas. Necesitamos
que se alegre porque he vuelto, porque estoy con Él.
Fuente:
Aleteia