Hay que
volver a una educación sexual seria donde estén presentes los valores humanos y
porqué no, cristianos. Una auténtica educación para el amor
Para mí es indudable que el niño, cualquier niño, tiene derecho a nacer, a vivir, a crecer sano y feliz en una familia estable y amorosa., siendo el hogar familiar el mejor ámbito para la acogida de los hijos y para darles seguridad afectiva. Y lo que pienso yo lo piensa mucha gente, pues la familia suele ser la institución más valorada en muchas encuestas.
Pero con lo
sexualmente políticamente correcto parece ser que de lo que se trata es
incapacitar a nuestros jóvenes con el objetivo de conseguir que no puedan
contraer matrimonio.
Recuerdo cuando
me venían a clase los de Sanidad a dar una educación sexual que no pasaba de
ser una instrucción a fin que supiesen ponerse un preservativo y tratar así de
prevenir embarazos y evitar enfermedades venéreas, porque con el pretexto de
neutralidad se evitaba cualquier educación en valores y en concreto sobre todo
la palabra castidad, que no es otra cosa sino el dominio de la sexualidad por
la razón para aprender a respetarse a sí mismo y a los demás, era
cuidadosamente evitada.
Su enseñanza,
nos decían, era objetiva, neutral y científica, es decir con una total ausencia
de valores y una gran presencia de errores, como muestra su rotundo fracaso a
la hora de prevenir embarazos no deseados, pues con una instrucción así el
número de abortos ha ido en progresión constante.
A mí me llamó
especialmente la atención la afirmación que les merecía tanto respeto un chico
que se acostase como uno que no lo hiciera, lo que no deja de ser falso porque
por ejemplo no me merece el mismo respeto el buen estudiante que el malo, y
tampoco opino que merece la misma estima un joven que tiene valores que uno que
no los tiene.
Desde luego si
da lo mismo, para mí está claro que el que no tiene relaciones sexuales es
tonto. Eso dicho a adolescentes me parecía gravísimo y entonces yo ya tenía
claro que si se empieza a ir a la cama a los quince años, para la edad del
matrimonio ya se han acostado con una media de cinco a seis personas y como el
matrimonio no cambia sustancialmente las personas después de la boda seguirían
las infidelidades y la ruptura de los matrimonios. Para muchos el único
principio moral que han recibido es me apetece o no me apetece.
Desgraciadamente
el tiempo ha confirmado mi pesimismo. Recuerdo el asombro de tantos jóvenes de
ambos sexos cuando les decía que la causa de sus repetidos fracasos en el
noviazgo era que de entrada se iban a la cama sin ningún esfuerzo por madurar
humanamente y mucho menos cristianamente, con lo cual a muchos se les está
pasando hasta la edad de casarse. Debo decir que hasta a los curas nos da apuro
hablar de castidad y por ello una generación en la que muchos han sido educados
sin valores no es extraño que fracase rotundamente.
Es cierto que
no es la única causa, las cifras del paro juvenil son también muy elocuentes,
pero quien renuncia a dar valores y aquí hay que hacer un llamamiento a padres
y educadores, no se extrañen que luego no se recoja lo que no se ha sembrado.
El problema no está en cuántos lo hacen, sino qué es lo realmente mejor, y
aunque aparentemente el irse a la cama y la convivencia previa parece que
debería llevar a una mayor estabilidad de la pareja, al saber ambos lo que es
una vida en común, el alejarse de Dios, que es el autor e inventor del Amor,
con la realización de actos que en sí son pecado, no llevan al éxito de esta
realización de la persona ni de la pareja.
Una encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) titulado “Encuesta sobre fecundidad y familia” de 1995, confirmado por otros trabajos y estadísticas de Francia, Suecia y Estados Unidos, señala que entre las mujeres nacidas a finales de los años sesenta, se han separado en los primeros cinco años de matrimonio entre las que cohabitaron previamente, una cuarta parte, y de las que se casaron directamente, sin cohabitación previa, algo menos del cuatro por ciento.
Es decir, las
relaciones sexuales previas no ayudan a poder fundar una familia estable, sino
todo lo contrario. La solución: volver a una educación sexual seria donde estén
presentes los valores humanos y porqué no, cristianos. Una auténtica educación
para el amor.
Por: Pedro Trevijano