Cuatro
aspectos plenos de una hermosa vida familiar
Esa mañana no pude más y
abandone la oficina en manos de mi asistente, no me podía concentrar. El día
anterior había sido mi cumpleaños, y ni mi esposa ni mis hijos se acordaron,
antes no me importaba, pero ahora lo necesito.
Me sentía frustrado y sobre
todo, culpable, pues yo mismo, atareado en ganar dinero, casi siempre olvide alimentar
valores para permanecer muy unidos y festejar nuestra vida familiar.
De pronto mi matrimonio
y familia, que parecían perfectos ante nuestro pudiente entorno social,
empezó a no serlo tanto ante mis ojos.
Mi empresa crecía, mi
esposa se veía contenta con una apretada agenda social y mis hijos en la
adolescencia y primera juventud, eran buenos estudiantes. Vivíamos de
prisa con un mínimo trato que parecía ser lo funcional. En los
fugaces contactos entre nosotros, hablábamos solo de cosas: de
noticias, calificaciones, diversión, del último viaje, de trabajo, o…dinero.
Parecía que no hacía falta tiempo ni la confiada intimidad tan
necesaria para alimentar el amor… pero el mínimo trato ocultaba en
realidad una real indiferencia. Por ello el más pequeño
conflicto ponía en evidencia un egoísmo en el que nadie cedía un ápice. Era
un primero yo, después yo y por ultimo yo.
Había un equilibrio que
exigía demasiadas condiciones que alimentaban el egoísmo. La vivencia del amor
familiar se nos iba de las manos. Yo había participado en todo aquello, ahora
me sentía decepcionado, triste…solo.
Eso
sí, teníamos mucho dinero.
Un día, sin haberlo
planeado acepte la invitación de un viejo amigo a la celebración de sus bodas
de plata, lo hice siguiendo un impulso por alejarme un poco del trabajo,
compromisos y las prisas… quería pensar, sobre todo, en mi crisis
familiar. Lo hice sin despedirme de mi esposa, ni de mis hijos, seguro de
que no habrían querido acompañarme, entre otras razones porque mi amigo
no figuraba entre la lista de nuestras selectas y ricas amistades. Yo mismo lo
admito, siempre lo había ignorado por los mismos motivos, aunque él siempre me
busco. Por eso tenía años de no verlo, a pesar de que vivía en una pequeña
ciudad a solo a una hora de camino.
Decidido tome una
carretera secundaria sombreada por añosos y grandes árboles entre campos
labrados.
Al llegar, me estacione
frente a una modesta casa con un pequeño y cuidado jardín en cuya cochera
observe un auto de modelo viejo muy bien conservado. Mi amigo salió a recibirme
con la más cordial y sincera sonrisa, orgulloso me paso a su casa y me presento
a sus amables hijos, nueras, yernos y primeros nietos, para luego irnos todos a
misa y regresar a departir.
Mientras, me avergüenza reconocerlo,
prejuiciosamente yo me medía haciendo rápidas comparaciones tratando de
justificarme en lo que consideraba mis logros y encontrar una respuesta a
mi frustración. Así que hice consideraciones sobre su ciudad, colonia,
coche, casa, vestimenta, amistades, la misma fiesta… Vaya pensé, es un
pobretón, dos de mis coches valen un poco más que todo esto… pero… bueno,
ya estoy aquí. Y me decidí a convivir de amable manera, por aquello
de que lo cortés no quita lo adinerado.
Al final todos salieron
a despedirme, poniéndose a mis órdenes entre abrazos confiados, sobre todo mi
amigo. Emprendí el regreso pero ya no era el mismo, hubiera querido quedarme
más tiempo en ese ambiente de acogedor calor humano, fresco, espontaneo. Un
ambiente sin los encorsetamientos a que tan acostumbrado estaba.
En el camino retome las
comparaciones, pero ahora, desde otros ángulos donde resulte ser yo el pobretón
y mi amigo poseedor de una riqueza que quedo muy clara ante mis ojos. Una
riqueza que envidie con envidia de la buena, y para la que mi dinero no alcanzaba,
no servía.
Una riqueza que puedo
describir en cuatro aspectos plenos de una hermosa vida familiar.
- A la
iglesia asistieron muchos de sus amigos, cuya estima solo tenía que ver
con que eran verdaderamente queridos en su comunidad. No eran relaciones
de conveniencia, ni de simple afinidad socioeconómica.
- Sus hijos
guardaban un ambiente de confianza entre ellos unidos por el amor, la
admiración y el respeto hacia sus padres. Su ambiente era auténticamente
alegre y festivo en torno al motivo de celebración.
- Mi amigo
se tomaba constantemente de la mano con su esposa, y en los ojos de ambos
se podía ver la alegría de un amor del que hacían participes a los
demás. Daban testimonio de la promesa hecha hacia veinticinco años
en el altar, de amarse y respetarse todos los días de su vida, habiendo
sin dudas pasado muchas pruebas, como todo matrimonio.
- Mi amigo y
su esposa hablaban orgullosos y agradecidos de Dios por la familia
que habían formado.
Ellos
tenían lo esencial y lo valoraban como una verdad que nada ni nadie les podría
quitar.
Mi familia en cambio,
dependía solo de lo que se puede ver, tocar, medir y a lo que corresponde un
valor por el que se pueda comprar.
Estábamos olvidando que
el verdadero valor de las cosas solo se ve con el corazón. En otras
palabras, de seguir así, terminaríamos tan pobres que lo único
que tendríamos seria dinero, y el dinero es algo que cualquiera puede terminar
perdiendo.
Regrese decidido a
comenzar un proceso de restauración de lazos familiares, consciente de
que implicaría paciencia para lograr mejorar gradualmente, y de
que nunca es tarde para el amor.
El plan consistió
en concienciar a mi esposa, y luego a nuestros hijos, de la necesidad de
cambios importantísimos, participando más que nada con nuestro ejemplo de
padres.
Nos
pusimos de acuerdo en aspectos como:
- Comer
siempre juntos, los que coincidamos en casa.
- Promover
charlas de sobremesa, sin celular, de preferencia con la nota de anécdotas
familiares.
- Hacer del
domingo un día familiar, comiendo en casa, ya que en los restaurantes se
da el compromiso de departir con conocidos, más ruido y distractores y no
se da la intimidad familiar.
- Buscar a
mis hijos uno a uno, para un trato personal, dependiendo de las
circunstancias, en alguna caminata, café o desayuno.
- Asistir a
misa juntos los domingos.
- Proponer
charlas en la que nos abramos a compartir sentimientos,
convicciones, alegrías, penas, en torno a los sucesos en la vida de cada
miembro de la familia.
- Dar
ejemplo en manifestaciones de afecto abrazando a mis hijos, a mi esposa.
- Establecer
reglas en el uso de audífonos y celulares, etc. en los momentos de
convivencia.
- Dar
ejemplo de una nueva actitud conciliadora en el manejo o de
conflictos, promoviendo la generosidad y la solidaridad.
- Aprender a
pedir las cosas por favor, y dar las gracias.
- Quien
salga de viaje, llamar, enviar whatsapp con manifestaciones de
cariño y comentarios sobre las vivencias del momento y algunas fotos.
- Cuando
coincidan eventos sociales con los de la familia, darle
prioridad a la familia.
Entre tantos otros
aspectos que se pueden ir incorporando gradualmente.
Es importante no
proponerse muchos cambios desde un principio, pues al no alcanzarlos, puede darse
el desánimo. Es mejor, pocos, concretos e ir construyendo sobre estos.
Nosotros vamos logrando
con mucha paciencia reavivar los lazos del amor, no ha sido fácil, pero cada
pequeño logro crea grandes dosis de satisfacción por las que vale la pena
seguir adelante en el proyecto de reconstruir una comunidad de vida y amor.
Esforzándonos por escoger la mejor parte del matrimonio y la familia, esa que
nada ni nadie nos podrá quitar.
La
familia contiene en sí toda la capacidad natural de auto regenerarse, si
se apela con toda libertad al amor incondicional que funda las relaciones de
sus miembros.
Por
Orfa Astorga de Lira.
Máster
en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.
Fuente: Aleteia