Debemos descubrir la belleza de la oración del Señor y recitarla con sus propios sentimientos, nunca a la ligera
Jesús no sólo nos ha dicho que debemos orar,
sino que nos ha dejado la mejor oración para dirigirnos a Dios: el Padre
Nuestro. La compuso él mismo a petición de los apóstoles y la recitamos dentro
de la Eucaristía.
Es la oración perfecta: en ella nos dirigimos a Dios con las
palabras de Cristo y pedimos lo que realmente necesitamos. En el evangelio de
hoy leemos la versión de Lucas, más breve que la de Mateo recitada en la
liturgia.
Y
pone un ejemplo que nos anima a confiar en que Dios nos concederá lo que le
pidamos. Dice que si ninguno de nosotros, aunque seamos malos, da a su hijo una
piedra cuando le pide pan, ni una serpiente por un pez, ni un escorpión cuando
le pide un huevo, ¡cuánto más Dios nos dará el Espíritu Santo a los que se lo
piden!
Estas palabras suscitan en nosotros una cierta
perplejidad. Normalmente, cuando pedimos a Dios algo, hacemos como nuestros
hijos: pedimos cosas materiales: pan, alimento, vestido, salud. No somos tan
perfectos como para pedirle el Espíritu Santo. Parece que Cristo se evade de
las necesidades normales de los hombres a las que parece aludir cuando dice:
«pedid y se os dará», «llamad y se os abrirá», «buscad y hallaréis». ¿Qué
persona corriente, cuando va a orar, pide lo primero el Espíritu Santo?
Las palabras de Jesús no son una evasiva.
Concuerdan con otras del sermón de la montaña donde Jesús exhorta a sus
discípulos a buscar primero el Reino de Dios y su justicia, que todo lo demás
se nos dará por añadidura. Si nos acostumbráramos a pedir lo verdaderamente necesario,
seguramente el resto de nuestras necesidades quedarían en segundo término y
dejaríamos en manos de Dios, Padre bueno y providente, la solución de muchos
problemas. En ocasiones, dice el apóstol, pedimos y no recibimos porque pedimos
mal. Sólo Dios conoce lo que en cada momento necesitamos.
Esto no significa que
no podamos acudir, como pobres, ante el Señor de toda dádiva. Jesús invita a
venir a él a todos los cansados y agobiados para ser aliviados. Toda necesidad
es objeto de la oración, pero no podemos olvidarnos de lo fundamental. En el
Padre Nuestro, la mayoría de las peticiones hacen referencia a realidades
espirituales: el Reino de Dios, el perdón de los pecados, la tentación a que
nos vemos sometido, la victoria sobre el mal. Son peticiones esenciales, que
Lucas sintetiza en pedir el Espíritu Santo.
Debemos descubrir la belleza de la
oración del Señor y recitarla con sus propios sentimientos, nunca a la ligera.
Dice santa Teresa de Lisieux que, al orar con ella, era tanto lo que le decía
la primera palabra —Padre— que no conseguía seguir adelante considerando lo que
significaba poder llamar así a Dios. En realidad, si lo pensamos bien, Cristo,
al enseñarnos a orar, nos ha introducido en su más profunda intimidad y nos ha
revelado sus propios sentimientos, su relación personal con Dios, a quien nos
permite llamar Padre.
Por eso produce tanta tristeza que haya cristianos que no
conozcan esta oración, la recen con rutina o la hayan olvidado. Viven en lo que
Eugenio D´Ors denominaba «la orfandad de los que nos saben rezar el Padre
Nuestro». Es una dramática orfandad que Cristo nos quiso evitar cuando enseñó a
los suyos esta oración. Bien rezada, es la síntesis perfecta de la enseñanza de
Cristo sobre Dios y sobre lo que todo hombre necesita pedir en su camino por
este mundo.
+ César Franco Martínez
Obispo de Segovia.
Fuente: Obispado de Segovia
Fuente: Obispado de Segovia