Deseo que el mundo me
diga para qué he nacido, pero...
Jesús hoy se retira a orar, a un lugar
solitario. Seguramente había turbación en su alma. Vuelve con los suyos y les
pregunta: “Una vez que Jesús
estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: – ¿Quién dice
la gente que soy Yo?”.
Jesús, en un momento de turbación, busca
su complicidad, su cercanía, su cariño. Es la pregunta que tiene que ver con su
camino de salvación. Con su forma de caminar y de mirar el mundo. Con su forma
de amar y dar la vida. Esa
es la pregunta de Jesús.
En la película Killing Jesus, ponen esta
escena justo después de la muerte de Juan. El dolor embarga a Jesús y se retira a orar. En esa lucha
interior surge la pregunta: ¿Quién soy Yo? La pregunta que
acompaña a Jesús toda su vida. Se irá desvelando lentamente, de la mano de los
suyos, de la mano de su Padre, en la fuerza del Espíritu.
Es la pregunta con la que tranquiliza el
alma. Quiere saber por qué
le siguen, por qué le buscan. A Jesús no le importa que le
sigan las masas. No busca ser popular. Simplemente sabe que tiene un sentido
todo lo que hace. Tiene una misión. Va desvelando la voluntad de Dios y les
pide ayuda a los suyos.
No sé bien si las respuestas calmaron su
corazón. No sé bien si le dieron algo de luz y de esperanza: “Unos que Juan el Bautista, otros que
Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”.
Tal vez no le aclararon mucho. Tal vez se
quedaron en la superficie de su verdad más honda. No lo conocían del todo. No veían su alma.
Sólo lo escuchaban y veían sus milagros pero no sabían quién era de verdad, en
lo más profundo. Sabían que era un profeta. Pero no sabían su identidad.
Esta pregunta es siempre la misma: ¿Quién soy yo para los hombres?
Es la primera pregunta que todos nos hacemos. ¿Qué piensan los demás de mí? Me
interesa saber lo que dicen de mí. Me gusta preguntarlo para estar tranquilo,
para conocerme mejor. ¿Quién dicen los demás que soy yo?
Busco conocerme mejor. Deseo que el mundo me diga para qué he
nacido, qué tengo que hacer con mi vida. Es la pregunta más
verdadera que me hago. Responde a la inquietud sobre mi forma de relacionarme
con Dios y con los hombres.
Estoy aquí para algo, eso seguro. Pero
muchas veces no lo sé.
Tiene sentido mi vida, pero en ocasiones dudo. Y pregunto: ¿Qué dice la gente
de mí? Muchos seguidores. Pocos seguidores. Admiración. Indiferencia. Rechazo.
Respeto. Amor.
Busco que el mundo me afirme. Y me
contento en ocasiones con esa opinión del mundo, de aquellos que no me conocen
tanto, que sólo leen lo que escribo, o miran las fotos que cuelgo, o me ven
moverme de lejos. Y creo
que me basta ese juicio superficial para vivir sin ahondar en el misterio de mi
vida. Pero no basta.
Hoy Jesús me mira a mí. Y yo le pregunto:
“Jesús,
¿quién soy yo para ti?”.
Es una pregunta verdadera. No me basta lo que dice el mundo. La pregunta que
aflora con fuerza desde mi interior: ¿Quién soy yo de verdad? ¿Con quién ha soñado Dios al crearme?
¿Estoy cerca de ese sueño o todavía lo veo desde lejos?
Sé que tengo una misión en la vida. A
veces no la hago realidad. En otras ocasiones no logro descifrar el camino y no
percibo lo que quiere Dios de mí.
A veces me confundo y pienso que soy lo
que los demás creen que soy, lo que los demás esperan y desean. A veces me siguen, me buscan, y esperan
de mí lo que no soy. Y yo trato de cumplir, de estar a la altura de lo
esperado. Pero me confundo.
Es como si me motivara ser lo que
parezco, lo que muestro, y no lo que llevo dentro. En lo más profundo de mi ser
sólo Dios me conoce de verdad.
Hay un grito callado que sólo Él escucha. Una voz oculta que Él pronuncia.
Dios ha sembrado en mi alma la semilla de
la inmortalidad. Ha creído en mí mucho antes de que yo creyera. Me ha pensado
con mi rostro. Me ha deseado con mi voz exacta. Él sabe lo que quiere que yo
sea, lo que ya soy. Aunque yo mismo a veces lo desconozco.
Hoy le pregunto a Él para que me diga
quién soy. Tiene que ver esta pregunta con lo que el padre José Kentenich llama
el ideal personal. Él temía educar a los hombres no en su originalidad, sino en
copiar moldes.
Les decía: “Ni siquiera el revivir la vida de los santos está al
resguardo de suscitar el desarrollo de un impersonalismo, de crear esclavos,
borregos, no personalidades vigorosas”.
Cada uno tiene en su interior un camino
único. Un nombre dormido,
como dice el P. Kentenich: “Nuestro
ideal personal dormita en lo profundo de mi interior, en el subconsciente”. Está
dormido. Quiero que despierte.
Por eso no me amoldo ni siquiera a la
vida de otros santos, por muy santos que sean. No repito modelos de santidad. No quiero ser como los otros, quiero ser
yo mismo. En eso consiste la verdadera santidad. En dar vida
desde lo que soy, no desde lo que debería ser o desde lo que sería bueno que
fuera. No.
Tengo un potencial escondido en mi
corazón. Una fuente original de la que brota un agua verdadera. Le pregunto por
eso hoy a Jesús: “Jesús, ¿quién
soy yo para ti?”. Dios
me ha pensado. Me ha soñado. Eso me da paz.
No tengo que encajar en otro molde
distinto. No tengo que luchar con pasión por entrar donde no encajo. Tengo que
ser fiel a mí mismo, a lo que Dios ha sembrado en mí.
No es tan sencillo porque vivo
comparándome. Vivo en relación a otros, siguiendo otros modelos, imitando otras
tendencias. Me
cuesta pararme a pensar quién soy yo de verdad.
Dios conoce mi verdad más oculta, más
auténtica y me sigue queriendo tal y como soy. Con su amor logra sacar la mejor
versión que hay en mí. Por eso, lo más importante, es que Dios me diga todos
los días que me quiere como soy, que me acoge como soy. En mi originalidad. En
mis formas. Con mis límites.
Así es como queremos ser amados. Sólo
Dios me ama así. Sólo Él puede. Hoy escucho que he sido “revestido de Cristo”. Su
amor me cubre. Soy Cristo
en medio de los hombres.
Pero desde mi verdad, desde mi forma de
amar y entregarme.
Desde mi manera original de servir y dar la vida. Eso me conforta.
Sólo tengo que ahondar en mi corazón.
Dejar que en el silencio resuene su voz y sepa quién soy de verdad. No lo que
los demás creen que soy, no lo que muestran mis fotografías o mis escritos.
Soy mucho más. La verdad oculta que sólo Dios conoce. El
tesoro más sagrado en el que yo mismo temo adentrarme.
Hoy le pido a Jesús que me muestre mi
rostro. Que me ayude a ser fiel a la semilla sembrada en mi alma. Él sabe lo
que de verdad me hace feliz. Él conoce los caminos que sacarán mi belleza más
oculta.
Ahí, en lo secreto de mi corazón, Dios me
permitirá quererme como soy. Sin barreras. Sin límites. Sin tener que desear
ser lo que no soy. Sin pretender imitar a otros. Sin querer responder a lo que
el mundo espera. Mi camino de santidad es mío, original, único. En él descanso. Sólo Dios me conoce.
Fuente: Aleteia