Frente a ese
deseo de estar siempre conectado, el deseo de estar totalmente desconectado
Hay una tendencia que me lleva a alejarme
de Dios y de los hombres. Es la tendencia de querer estar solo. No quiero que
me molesten, que me cambien los planes. Quiero vivir en paz sin que nadie se
meta en mi vida, en mi mundo, en mi comodidad.
Es el pecado del egoísmo que me lleva a aislarme
de los hombres y a alejarme de Dios. Yo y mi comodidad. Yo y mis aficiones.
Deja de conmoverme el sufrimiento de los hombres. Tanto sufrimiento ha acabado
por hacerme indiferente ante el dolor.
En la exhortación apostólica Amoris Laetitia comenta el
papa Francisco: “Una de las mayores pobrezas de la cultura
actual es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas y
de la fragilidad de las relaciones. La libertad para elegir permite
proyectar la propia vida y cultivar lo mejor de uno mismo, pero si no tiene
objetivos nobles y disciplina personal, degenera en una incapacidad de donarse
generosamente. Se
teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo
tiempo crece el temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar el
logro de las aspiraciones personales”.
Puedo elegir con quién caminar en la vida. Puedo
decidir lo que hago con mi tiempo. Puedo optar libremente. O me comprometo o no
me comprometo. Sigo a alguien o no sigo a nadie. Entrego mi vida o me la guardo
para no perderla.
Tiene algo de atractiva una vida cuidada
y protegida. Un
jardín en el que nadie me perturba. Una casa solitaria en lo alto de un monte
donde nadie puede acceder. Yo y mi mundo interior. Yo y mi soledad. Yo y mi
libertad.
El papa Francisco comenta el peligro de
esa soledad: “Si uno se
estanca, corre el riesgo de ser egoísta y el agua estancada es la primera que
se corrompe”. Es el
peligro de buscar mi comodidad y estancarme. De querer estar
solo y perderme. De aislarme de esta vida tan conectada y quedar fuera de todo.
Frente a ese deseo de estar siempre
conectado, el deseo de estar totalmente desconectado. Fuera de las redes sociales. Fuera del
teléfono. Fuera del mundo. Aislado, solo, sin nadie que me perturbe.
Frente al miedo que nos da la soledad, el
deseo de decidir yo cuándo y quiénes pueden perturbar mi paraíso en la tierra. Puedo cuidar tanto mi tiempo que no se lo
entrego a nadie. Cuido
mis vínculos para que no haya demasiada intimidad.
Y cuando me exigen más de lo que quiero
dar, me alejo. Cada
uno sigue su vida. No hay compromiso por nadie. Ahora estamos bien juntos. Más
tarde puede que no funcione. No me quiero comprometer a nada para siempre. ¿Y
si luego no soy fiel? ¿Y si el amor desaparece? Es mejor vivir un presente eterno sin demasiados
compromisos.
No sé si ahora vale más o menos la
palabra que antes. No lo sé. Lo que sí sé es que hay personas de palabra. Y otras cuya
palabra vale muy poco. Personas que cuando te prometen algo
sabes que lo van a hacer, sabes que van a estar ahí y no van a claudicar. Y
otras que, aunque te lo aseguren, dudas porque mañana habrán cambiado de
opinión, pensarán otra cosa, seguirán otro camino.
Personas de una sola palabra hay pocas. Y
personas con muchas palabras hay más. El pecado del egoísmo es muy grande. Hoy pienso de una forma, porque me
conviene. Mañana, si no me conviene, pienso lo contrario.
La comodidad, el deseo de estar yo bien,
asentado, guardado, protegido. Con mis horarios cómodos. Con mi sueño y mi
descanso protegido. Que no me perturben en mis planes propios. Hacer mi vida.
Guardarla para no perderla.
En lugar de crear hogares donde otros
puedan descansar, aislarme en mi hogar donde nadie entra. Uno habla de solidaridad y luego vive
su vida. Da miedo un excesivo compromiso.
Decía Jean Vanier: “Yo diría que la necesidad más fundamental de
nuestra sociedad no consiste en tener cada vez más profesores en las
universidades, sino en tener hombres y mujeres que creen juntos comunidades de
acogida para las personas desorientadas, solas y perdidas”.
Acoger al que está solo. Comprender al
que nadie comprende. Escuchar a aquel al que nadie sigue. Abrirme para aceptar
al que es distinto, al que no crea tendencias, al que está solo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia