No
estamos llamados a repetir moldes
Creo que la vida se construye desde el
respeto. El respeto a mi propia vida. El respeto a la vida de aquellos a los
que yo ayudo a caminar. El respeto a la vida tal y como es. El respeto a ese
camino que otros siguen sin pedirme consejo. El mismo respeto que tiene Dios al
mirar mi vida.
En la película Come, reza, ama dice uno de los protagonistas: “Dios vive en ti, como tú. No le interesa
la fachada de una persona espiritual. Dios vive en mí, como yo”.
A Dios no le interesan mis moldes, mis fachadas, mis caricaturas que esconden mi vida. Mis formalismos, mis rigideces. A Jesús le importo yo, en mi esencia, en mi pureza.
En la vida hay muchos caminos, muchas
formas, muchos estilos. Aunque a mí sólo me gusten algunos.
Una persona le decía a otro que no estaba
casado ni era consagrado: “En
la vida hay que optar. O camino, o carretera. No hay más. ¿Tú que eliges?”.
Demasiado estrecho. Medimos con nuestra vara de medir. Sólo cabe nuestra mirada
sobre la vida. Lo demás está equivocado. Pero no es así.
Hay muchos caminos. Y Dios me ama a mí
como soy. Pero no a
mí sólo en un camino determinado, cumpliendo sus expectativas. Me quiere a mí
en el mejor camino que Él hubiera podido soñar para mí. La mejor versión de mí.
Mi yo más verdadero.
Yo no suelo ser así con los demás. Ni
conmigo mismo. Si no cumplo, si no llego al ideal marcado, si me choco una y
otra vez con mi debilidad, experimento mi pobreza y me rebelo.
Decía el padre José Kentenich: “Numerosas enfermedades tienen su origen
en que el hombre ya no percibe ni asume cabalmente sus debilidades”.
Las enfermedades del alma surgen cuando
soy muy rígido con mi vida.
Todo tiene que calzar. Todo tiene que estar en orden. Y si hay desorden o
inmadurez, actúo como cuchillo de doble filo. Corto, cerceno. No tengo
misericordia con mis errores, con mis debilidades. Soy inflexible.
Quiero aprender a perdonar siempre mi
error, mi debilidad.
¡Qué importante para la vida! Asumir
que tal vez nunca encajaré en el molde que creía perfecto.
Puede ser que nunca haga todo como creo que debería ser hecho.
Tengo una originalidad dentro, muy
dentro, escondida. Mi originalidad, el
sueño de Dios conmigo. Es Dios el que me ha hecho tan distinto
al resto. Me ha dado un camino. El suyo. Me ha enseñado a vivir siendo
auténtico, veraz, franco. Respetando las voces que gritan en el corazón.
Podré cometer errores. Podré fallar y
caer. Podré no ser tan bueno como quisiera. Pero mis debilidades son el
trampolín hasta lo más alto.
Necesito experimentar la misericordia en
mi vida para caminar. Si no me sé amado de verdad, en lo más hondo, en mi
realidad, tal y como soy hoy, si no me sé amado por misericordia, no voy a ser
capaz nunca de amar así, de mirar así.
Es verdad que “Dios nos ha llamado a todos para que seamos águilas, para
aspirar a los altos ideales”. No me ha llamado a repetir moldes. A ser
santo como aquel otro santo. No. Mi santidad es original, única. Es mi camino
propio. El mío, no el de otro. Eso me da paz.
No tengo que repetir nada. Tantas veces
intento copiar otros moldes. Saber que yo tengo mi camino propio es un alivio,
y es un acicate para la lucha.
No quiero asustarme de mi debilidad.
Decía el Padre Kentenich que el
hombre evita mirar su interior “porque siente que en su interior el panorama es terrible”.
Yo no lo veo así. Veo mis sombras y mis
durezas. Mis inmadureces y torpezas. Pero no es terrible. Soy así. Es parte de
mí. No quiero dejar de
mirar en mi interior. Con ojos de sorpresa. Alegre.
Allí donde hay desorden, impurezas,
dolores, amarguras, allí,
entre las sombras, hay tanta belleza, tantos dones maravillosos
escondidos, tantas semillas de plenitud,… Soy mucho más de lo que yo mismo veo.
No me asusto ante lo imperfecto. Dios tampoco se asusta al mirarme. Al
contrario. Se alegra. Yo también. Él está enamorado de mi pequeñez, de mi
pobreza. Construye con el barro de mi vida. No necesita contar
con un conjunto de piezas perfectamente dispuestas.
Dios me quiere en mi limitación. Me
quiere frágil. Se maravilla al verme. Más de lo que yo me alegro al ver de
nuevo las mismas caídas en mi camino. No importa. Hay mucho camino por
recorrer.
Estoy llamado a ser un gran santo. A mi
manera. Según mi estilo. A partir del material con el que Dios me ha creado.
Eso me da alegría.
Comenta el Padre Kentenich: “¡Qué haríamos nosotros en nuestra
vida espiritual sin el abono de nuestras miserias, de nuestras faltas!”.
Es un consuelo mirar así mi fragilidad,
mis faltas. Mirar en lo más hondo del corazón sin asustarme. Sonreír, confiar.
Dios lo puede hacer todo con mi miseria.
Dios puede sacar verdes jardines del
corazón si me dejo hacer por su amor. Puede hacer una obra de arte conmigo si me dejo tocar por
su misericordia.
Él me quiere como soy, no como creo que
debería ser. Él me
sueña porque quiere que sea pleno y feliz. Pero sólo puede construir a partir
de donde estoy. Me mira y
se enamora más todavía. Esta
mirada de Dios me salva siempre. Me hace mejor. Me eleva. Me sana.
Fuente: Aleteia