Hoy en
día no es raro que nos movamos entre la proactividad y la reactividad. Es
decir, estamos ante dos tipos de personas: los proactivos y los reactivos
Cuando hablamos de proactividad, no estamos hablando
solo de aquel que toma iniciativas y hace cosas, saca proyectos adelante, etc.
Proactividad según S. Covey “significa que tenemos la iniciativa y la
responsabilidad de hacer que las cosas sucedan”. El proactivo basa su vida y
sus decisiones en valores y principios; por ello es que se hace responsable de
sus actos.
Los reactivos son más bien los que se mueven y actúan
según los estímulos que los rodean: el clima, el trato de los demás, la
valoración de los amigos, la personalidad del jefe. Las personas reactivas se
ven también afectadas por el “clima social”, si me miraron o no me miraron, si
les caí bien o mal, etc. Las personas proactivas se ven también influenciadas
por los estímulos externos, sean físicos, psicológicos o sociales, pero su
respuesta a ellos son una elección o respuesta basada en sus principios.
No es raro que muchas veces nos comportemos de manera
reactiva pensando quizás que estamos determinados a ser de tal o cual manera.
¡Yo soy así, lo siento! ¡No puedo hacer nada! ¡Estoy determinado a ser de esta
manera!, etc.
En el fondo es creer que nuestra dimensión emocional o
psicológica nos domina. Hay quienes se creen sus personajes o máscaras, así
como otros que reducen su vida a su dimensión espiritual. Sea como sea al
final, se dice erradamente: “YO NO SOY RESPONSABLE, no puedo elegir mi
respuesta”, etc.
En el fondo no asumo la responsabilidad de mi vida ni
de mis actos, soy víctima de los otros o de las circunstancias. Es decir nos
victimizamos y no asumimos la responsabilidad de nuestros actos y
comportamientos.
Con esto se quiere decir que lo más fácil es echarle
la culpa a la familia, al superior, al profesor, al amigo, al hermano, al padre
ausente, a la madre sobreprotectora, de las cosas que le suceden antes de
asumir la responsabilidad de los propios actos. Y es que hoy está muy difundida
la victimización, el creerse y hacerse las víctimas de los otros y de las
circunstancias.
En el fondo, no se está aceptando que las cosas
sucedieron, que se dieron así, que hay cosas que no se pueden controlar.
También son muchas las veces que no acepta que actué de tal o cual manera y no
se responsabiliza de los actos.
Philippe en su libro “Llamados a la vida” habla del
victimismo como el rechazo al sufrimiento, siempre se le considera injusto
–afirma en la página 110–. Todo el que sufre se cree víctima de algún otro.
Esta percepción de las cosas alimenta las exigencias más infantiles y más
irrealistas de reparación. Se trata de enfrentar y aliviar el sufrimiento o
dolor, pero es preciso aceptar la parte de sufrimiento necesario para todo
progreso humano integral. Estamos invitados a aceptar el sufrimiento y el dolor
en nuestras vidas cotidianas; de esta manera nos abrimos a vivir la paz y a
escuchar las llamadas de Dios.
Termino con una cita de Philippe en su libro “La
Confianza en Dios”:
“En conclusión, frente a la prueba no debemos tener
miedo. Aceptemos las cosas tal y como son, aunque no sean en absoluto como las
habíamos previsto desarrollar en nuestras vidas. Intentemos percibir en el
corazón de esta prueba las llamadas que nos han sido dirigidas, los cambios que
se nos han propuesto, y recibiremos la gracia para vivirlas. Es esta actitud la
que termina por convertir las cosas en positivas y permite que podamos crecer
en cualquier circunstancia”.
Por: Psi. Humberto Del Castillo Drago