Iglesia
y Ciencia (III)
Hemos visto la influencia determinante que tuvo el
Cristianismo y la Iglesia para el desarrollo de la Ciencia. Pero es
probable que haya surgido el cuestionamiento siempre presente:
1. ¿Y
Galileo? ¿La Iglesia no condenó a Galileo por sus planteamientos
científicos?
Con este caso la Iglesia ha quedado muy mal parada, debido
sobre todo a la versión
unilateral y malintencionada que los enemigos de la Iglesia se
han encargado de promover y remachar a lo largo de los siglos.
Sin embargo, es
curioso que sea el único caso en la historia que pueden esgrimir los enemigos
de la Iglesia para tratar de mostrar que ésta estaba en contra de la Ciencia.
Así lo planteó el Cardenal John Henry Newman, converso del Anglicanismo en el
Siglo 19, quién fue beatificado por Benedicto XVI.
2. ¿Qué fue lo que realmente sucedió en el caso Galileo?
En el Siglo 17 Galileo
sostenía la teoría de Copérnico del heliocentrismo (el sol como
centro del sistema solar y la tierra moviéndose alrededor del sol).
No podía demostrar aún esta teoría; le faltaban muchas
pruebas. Y algunas de las que proponía eran equivocadas:
llegó a proponer las mareas como prueba del movimiento terrestre, cosa
que resulta risible hoy en día cuando sabemos que las mareas dependen de
fuerzas gravitacionales ejercidas por la luna. La falta de pruebas, por
supuesto, creaba muchas suspicacias acerca de esta revolucionaria teoría.
Pero hasta allí no había mayor problema. La Iglesia no había
puesto ninguna objeción a que el sol resultara ser el centro del sistema solar
y que la tierra se moviera alrededor del sol. Consideraba que la teoría
copernicana explicaba mejor que otros sistemas los fenómenos celestes.
La Iglesia, entonces, aceptaba la teoría heliocéntrica, pero
siempre como hipótesis, hasta que quedara demostrada con hechos comprobables.
Sin embargo, la postura de Galileo era de una convicción
fuera de duda, pero sin pruebas. Galileo insistió en
defender la verdad literal del sistema copernicano, y no aceptaba comprometerse a transmitir
este modelo sólo como hipótesis.
El problema surgió cuando Galileo, además, propuso la
reinterpretación de ciertos versículos de la Biblia.
Al llegar a este punto, los
Teólogos consideraron que Galileo había pisado un terreno que pertenecía al
Magisterio de la Iglesia.
3. ¿Y qué versículos bíblicos tenía en mente Galileo?
Del Libro de
Josué (Jos 10,
13-14). Ya el título que colocan al Capítulo 10 de Josué algunas
Biblias, nos da una idea de qué pasaba por la cabeza de Galileo: El sol se detiene - El sol se
detuvo sobre Gabaón.
“El sol se detiene o se detuvo” va en contradicción a la
teoría –no comprobada aún, recordemos- de Copérnico y Galileo.
Este pasaje del Antiguo Testamento relata que cinco reyes
amorreos, enemigos del Pueblo de Israel, sitiaron Gabaón, debido a que los
gabaonitas habían hecho pacto con Israel. A cuenta de este pacto, los
gabaonitas llamaron a Josué, líder del pueblo de Israel, para que los
defendiera.
Yavé dijo a Josué: ‘nos los temas, porque los he puesto
en tus manos y ninguno de ellos te podrá resistir’ (Jos 10, 8). Este
fue el día en que Josué pidió a Yavé a la vista de todo Israel que se detuviera
el sol. Necesitaba más tiempo a la luz del día para terminar de
liquidar a todos los adversarios.
El sol se detuvo en medio del cielo y no se apresuró a
ponerse casi un día entero. No hubo día igual, ni
antes ni después en que Yavé haya obedecido una orden de un hombre. Es
que Yavé peleaba por Israel (Jos 10, 13b-14).
La primera cosa es aclarar el lenguaje: decir que el sol
se detuvo puede ser una manera de decir que el tiempo se detuvo.
Igual decimos nosotros aún hoy en día: “el sol salió”, “el sol se puso”,
sabiendo que en la realidad no es que el sol sale y se oculta, sino que se debe
esto al movimiento de rotación de la tierra.
Esta manera de expresarnos actualmente parece también
contradecir la teoría de Copérnico y de Galileo ¿no?
Sin embargo en tiempos de Josué se pensaba que la tierra era
el centro y que se movía el sol. Y en tiempos de Galileo (Siglo 17)
apenas comenzaba a formularse la teoría heliocéntrica (sol es el centro).
4. ¿Cómo es que se complica la relación de Galileo con la
Iglesia?
Galileo era admirado y reconocido por Sacerdotes, Cardenales
y por el mismo Papa Urbano VIII quien, siendo aún Cardenal, lo
felicitó por el libro suyo en que planteaba la Teoría de Copérnico. Y posteriormente lo condecoró y lo
estimuló a seguir en su trabajo.
La cuestión se complica cuando Galileo no sólo desoye la
instrucción de la Iglesia de considerar el heliocentrismo sólo como hipótesis,
sino que propuso que la Iglesia debía re-interpretar algunos pasajes de la
Escritura que estaban en contradicción con el heliocentrismo.
Se estaba refiriendo precisamente a estos textos de la batalla de Josué en
Gabaón, en que se hablaba del sol deteniéndose por casi un día.
La Iglesia consideró que Galileo estaba interviniendo en el
terreno teológico y lo declaró sospechoso de herejía por
esto y por proponer como verdad irrefutable algo que para el momento era sólo
una hipótesis que aún requería pruebas.
Se ha querido siempre hacer creer que la Iglesia es enemiga
de la ciencia, por la condena de Galileo. Como
vemos esta condena no tuvo
que ver con los avances de la Ciencia, sino porque Galileo pisó el terreno
bíblico-teológico y además desobedeció la instrucción de
plantear el heliocentrismo sólo como teoría hasta que se pudiera comprobar.
5. ¿Qué pensar de esta situación?
«No es del todo cierto retratar a Galileo como una víctima
inocente de la ignorancia y los prejuicios», dice el historiador inglés, Paul Langford
de Oxford. «Los
acontecimientos que siguieron son en parte imputables al propio Galileo, que se
negó al consenso, entró a debatir sin disponer de pruebas suficientes y se
metió en el terreno de los teólogos».
Fue, entonces, la insistencia de Galileo en proponer
que el modelo heliocéntrico parecía estar en contradicción con ciertos pasajes
de la Sagrada Escritura lo que desencadenó el problema.
Las ideas acerca del movimiento de los planetas eran bien
contrapuestas: Galileo (Siglo 17) sostenía que la tierra se mueve y el sol
es inmóvil; algunos en la Iglesia afirmaban que la tierra está en reposo y el
sol se mueve. Un siglo después (Siglo 18), los astrónomos seguidores de
Newton, adoptando una teoría absoluta del espacio, aseguraban que se mueven
tanto el sol como la tierra.
A pesar de estas opiniones divergentes, es de hacer notar que
tampoco la Iglesia se mostró inflexible. Es famosa la observación que en
su momento realizó el Cardenal Roberto Belarmino (Santo y Doctor de la
Iglesia): si hubiera una prueba real de que el Sol ocupa el centro del
universo, de que la Tierra se encuentra en el tercer cielo, y de que el Sol no
gira alrededor de la Tierra, sino que es ésta la que gira alrededor del Sol, deberíamos proceder con suma cautela a la
hora de explicar determinados pasajes de las Escrituras que parecen apuntar a
lo contrario y admitir que no supimos comprenderlos, antes de
proclamar como falsa una opinión que ha demostrado ser verdadera. Por lo
que a mí respecta, no creeré en la existencia de dichas pruebas hasta que me
sean presentadas. (citas de Thomas Woods, Cómo la Iglesia construyó la Civilización Occidental)
Si Galileo se hubiera ceñido a presentar su teoría como
hipótesis hasta que quedara fehacientemente demostrada, hubiera podido seguir
escribiendo todo cuanto deseara.
De hecho, los
científicos católicos tuvieron autorización, en lo esencial, para proseguir
libremente con sus investigaciones, siempre y cuando presentaran el movimiento
de la Tierra como hipótesis (tal como exigía el decreto del
Santo Oficio de 1616).
6. ¿Por qué la Iglesia podía decretar tal orden a la
comunidad científica de aquel momento?
En esa época había muy poca diferenciación en los campos de
acción de las diferentes disciplinas y la Teología.
Y en el caso concreto de Galileo se
llevó al campo de la doctrina de la fe una cuestión que de hecho pertenecía a
la investigación científica.
Sin embargo, para evitar caer en análisis inadecuados,
debemos tener en cuenta que esa
forma del actuar eclesial no puede ser juzgada según nuestras categorías
actuales, sino según las categorías propias del pasado.
Ya el Concilio Vaticano II (1962-1965) reconoció y deploró
algunas intervenciones indebidas de ciertos cristianos que, por no haber
percibido suficientemente la
legítima autonomía de la Ciencia, habían suscitado polémicas y
controversias, de modo que llevaron a hacer pensar que había oposición entre
Ciencia y Fe (cf. GS n.36). Sin nombrarlo, el Concilio estaba
refiriéndose al caso Galileo.
Quizá sea esta la razón por la cual el Historiador Thomas
Woods dice: “la condena de Galileo, aun cuando se examine en su debido
contexto, lejos de las crónicas exageradas y sensacionalistas tan comunes en
los medios de comunicación, fue ciertamente un tropiezo de la Iglesia y
contribuyó a establecer el mito de su hostilidad hacia la Ciencia.” (Cómo la Iglesia construyó la
Civilización Occidental).
En conclusión: buena
parte de la creencia de que la Iglesia está en contra de la Ciencia y ha
impedido su avance se debe a la versión interesada, incompleta y unilateral
sobre Galileo, que los enemigos de la Iglesia han remachado a
lo largo de la historia a través de todos los medios de expresión a su alcance.
7. ¿Qué
ha dicho la Iglesia recientemente sobre el caso Galileo?
Movido por esa declaración del Concilio Vaticano II sobre la
autonomía de la Ciencia y por la confusión milenaria sobre el caso Galileo, el
Papa Juan Pablo II constituyó en 1981 una comisión formada por cuatro grupos de
trabajo (exegético-cultural, científico-epistemológico, histórico y jurídico),
la cual presentó sus conclusiones tras 11 años de trabajo, el 31 de octubre de
1992, con motivo del 350
aniversario de la muerte de Galileo.
El Papa Juan Pablo II aprovechó la ocasión para pronunciar un
importante discurso sobre el caso Galileo, en el que se presenta un balance de
resultados de dichos estudios.
Nos decía que en primer lugar, debemos partir del principio
de que no puede haber una
verdadera contradicción entre la Ciencia y la Fe. De
hecho, una de las causas del proceso a Galileo se debió a que «la mayoría de
los Teólogos no percibía la distinción formal entre la sagrada Escritura y su
interpretación, y ello llevó a trasladar indebidamente al campo de la doctrina
de la fe una cuestión que de hecho pertenecía a la investigación científica.»
(JP II-31 de octubre de 1992)
También reconoció el Papa que se habían cometido errores e
incluso injusticias. Sin embargo, para juzgarlos correctamente hay que
tener en cuenta el concreto contexto histórico en que sucedieron los hechos,
sin caer en fáciles anacronismos y en simplificaciones baratas.
Por su parte, el error de algunos Teólogos del tiempo de
Galileo (no por cierto del Cardenal Roberto Belarmino) fue el de no hacer una
cabal interpretación de la Escritura, al quedarse con el sentido literal de
ésta, y al no discernir entre el ámbito de la Ciencia y el de la Revelación,
los cuales, si bien no se oponen, tampoco deben confundirse.
La reflexión del Papa al respecto es perfectamente
pertinente: «En realidad, la
Escritura no se ocupa de detalles del mundo físico, cuyo conocimiento está confiado a la
experiencia y los razonamientos humanos. Existen dos
campos del saber: el que
tiene su fuente en la Revelación y el que la razón puede descubrir con sus
solas fuerzas. A este último pertenecen las ciencias
experimentales y la filosofía. La
distinción entre los dos campos del saber no debe entenderse como una
oposición. Los dos sectores no son totalmente extraños el
uno al otro, sino que tienen puntos de encuentro.» (JPII, Discurso a la
Pontificia Academia de las Ciencias, 31 de octubre de 1992)
A pesar de todo, el
de Galileo es un capítulo confuso de la historia de la Iglesia y la Ciencia,
que opaca todo lo que dentro y desde la Iglesia se ha hecho para el desarrollo
de la Ciencia.
Fuente: buenanueva.net