Podríamos decir que siempre se
tuvo la costumbre de reservar el Santísimo Sacramento, durante el primer
milenio, más por motivo de distribuir la comunión a los enfermos
El canon 13 del
I Concilio de Nicea (325), con el cual se establecía que los penitentes
próximos a morir no debían, según una antigua y canónica disciplina, ser
privados del viático eucarístico, nos permite concluir que el uso de conservar
la Eucaristía en las iglesias debía remontarse a una edad bastante remota, sino
apostólica. Esto se deduce de cuanto dice San Justino (I Apología, 67), que
después de la celebración de la misa dominical, los diáconos estaban encargados
de llevar el Pan consagrado a los ausentes, y de análogos testimonios de la
época.
Los mismos
fieles gozaban de la facultad de tener la Eucaristía en sus casas. Existen
testimonios de Tertuliano y San Cipriano para África, y de San Hipólito para
Roma, el cual advierte a un fiel de estar bien en guardia ut non
infidelis gustet eucharistia, aut ne sorix aut animal aliud, aut ne quid cadat
et pereat de ea. (Traditio Apostolica, c. 37, ed.
Botte, 1964, 84). Tertuliano, advertía entre los inconvenientes del matrimonio
de un fiel con un pagano, la dificultad para el cónyuge cristiano de comulgar
en casa. (De uxore).
Sabemos, pues,
que las especies eucarísticas se conservaban, pero, ¿dónde? Las primeras
noticias son de las llamadas Constitutiones Apostolicas, las cuales
amonestan a los diáconos a llevar el sobrante de las especies consagradas
(ambas especies) durante la Misa, a un local a propósito, llamado Pastoforio
(de “pastos” = tálamo, es decir, el tálamo o lecho nupcial preparado para el
Esposo Jesucristo, como explica San Jerónimo), que en Oriente se ubicaba al
costado sur del altar.
En Occidente se
denominó secretarium osacrarium, y tenían sus llaves
los diáconos, a los que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, competía la
administración de la Eucaristía. En dichos locales, la Eucaristía, envuelta en
un cofrecito o pequeña arca, o también en un blanco lino, estaba dentro de un
armario (conditorium) y este fue el primer tabernáculo o sagrario, y por
el local en donde se ubicaba dio origen al nombre de la «sacristía». De este
modo lo reservaban también los fieles en sus casas.
Después del año
1000, se distinguen varios sistemas de custodia del Santísimo Sacramento:
a) La sacristía,
a la que nos hemos referido.
b) El propitiatorium o
cofrecito sobre la parte posterior del altar, y que contenía la píxide
eucarística (precursor de los modernos sagrarios) cerrado con llave y bien
seguro, que se impuso sobre todo en Milán, en tiempos de San Carlos Borromeo
(s. XVI).
c) La paloma
eucarística, que ya se usaba en los Bautisterios para guardar el Santo
Crisma, pasó a utilizarse para la reserva del Santísimo. La paloma, apoyada en
un plato mayor, colgaba de unas cadenillas sobre el altar. (Está en uso, aún
hoy, en la catedral de Amiens).
d) El tabernáculo
mural, es el más difundido, a partir del S. XIII, sobre todo en Italia
y Alemania, por ser el más práctico y seguro. Se colocaba al lado del altar (cornu
Evangeliio lado norte). Muchos de estos tabernáculos se han usado
posteriormente para custodiar los óleos santos.
e) Las edícolas
del Sacramento, o construcciones altas cercanas al altar, iluminadas,
en las que se reservaba el Santísimo en un vaso transparente, resguardado por
una reja metálica, y que respondía al deseo de los fieles de contemplar la
Hostia, por lo que llegaron a ser una especie de exposición permanente del
Santísimo Sacramento para la adoración de los fieles.
f) El tabernáculo
altar, última fase antes del Concilio Vaticano II. A instancias del
Obispo de Verona, Matteo Giberti (+1543) comenzó a colocarse el tabernáculo
directamente sobre el altar.
Actualmente, se
dispone que el Sagrario o tabernáculo se coloque en una parte de la iglesia que
sea digna, insigne, bien visible, decorosamente adornada y apta para la oración
(Cf. OGMR, 314). Dicho lugar, podría ser el presbiterio, aunque, en
razón del signo, es más conveniente que no esté colocado sobre el mismo altar
mayor, o bien, en una capilla apta para la adoración y oración privada de los
fieles, siempre unida estructuralmente a la iglesia y bien visible (Cf. OGMR,
315).
Resumiendo,
podríamos decir que siempre se tuvo la costumbre de reservar el Santísimo
Sacramento, durante el primer milenio, más por motivo de distribuir la comunión
a los enfermos. Durante el segundo milenio, en cambio, se desarrolló más la
idea del tabernáculo como tienda sagrada, como lugar de la presencia permanente
de Cristo en la Hostia consagrada, y por tanto, a la comunión de los enfermos,
se agregó el motivo de la adoración.
«Que nadie diga
ahora: la Eucaristía está para comerla y no para adorarla. No es, en absoluto,
un «pan corriente», como destacan, una y otra vez, las tradiciones más
antiguas. Comerla es-lo acabamos de decir- un proceso espiritual que abarca
toda la realidad humana. «Comerlo» significa adorarle. «Comerlo» significa
dejar que entre en mí de modo que mi yo sea transformado y se abra al gran
nosotros, de manera que lleguemos a ser «uno sólo» con Él (Gal 3, 17). De esta
forma, la adoración no se opone a la comunión, ni se sitúa paralelamente a
ella: la comunión alcanza su profundidad sólo si es sostenida y comprendida por
la adoración» (J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia. Una
introducción, Ed. Cristiandad, Madrid 32001, 112).
P. Jon M. de
Arza, IVE
Fuente: el
teólogo responde