SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS: "HISTORIA DE UN ALMA" (CAPÍTULO VI EL VIAJE A ROMA 1887)

Nápoles, Asís, regreso a Francia (II)

En Florencia tuve la dicha de contemplar a santa María Magdalena de Pazzis, colocada en medio del coro de las carmelitas, que nos abrieron la reja. 

Como no sabíamos que íbamos a disfrutar de tal privilegio, y muchas personas deseaban hacer tocar sus rosarios en el sepulcro de la santa, no había nadie más que yo que pudiese pasar la mano por entre la reja que nos separaba de él. Por eso, todos me traían sus rosarios, y yo me sentía muy orgullosa de mi oficio... Siempre tenía que encontrar la forma de tocarlo todo. 

Así, en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén (en Roma) pudimos venerar varios fragmentos de la verdadera Cruz, dos espinas y uno de los sagrados clavos, encerrado en un magnífico relicario de oro labrado, pero sin cristal, por lo que, al venerar la sagrada reliquia, encontré la forma de pasar mi dedito por una de las aberturas del relicario y pude tocar el clavo que bañó la sangre de Jesús... La verdad es que era demasiado atrevida...

Por suerte, Dios, que conoce el fondo de los corazones, sabe que mi intención era pura y que por nada del mundo hubiera querido desagradarle. Me portaba con él como un niño que piensa que todo le está permitido y mira como suyos los tesoros de su padre. Todavía hoy sigo sin comprender por qué en Italia se excomulga tan fácilmente a las mujeres. A cada paso nos decían: «¡No entréis aquí... No entréis allá, que quedaréis excomulgadas...!» ¡Pobres mujeres! ¡Qué despreciadas son...! 

Sin embargo, ellas aman a Dios en número mucho mayor que los hombres, y durante la pasión de Nuestro Señor las mujeres tuvieron más valor que los apóstoles, pues desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron en enjugar la Faz adorable de Jesús... Seguramente por eso él permite que el desprecio sea su lote en la tierra, ya que lo escogió también para sí mismo... En el cielo demostrará claramente que sus pensamientos no son los de los hombres, pues entonces los últimos serán los primeros... 

Más de una vez, durante el viaje, no tuve la paciencia de esperar al cielo para ser la primera... Un día en que visitábamos un convento de Padres carmelitas, no me conformé con seguir a los peregrinos por las galerías exteriores y me metí por los claustro interiores... 

De pronto vi a un anciano carmelita que desde lejos me hacía señas de que me alejase; pero yo, en vez de marcharme, me acerqué a él y, señalándole los cuadros del claustro, le di a entender por señas que eran bonitos. El se dio cuenta, por mis cabellos que caían sobre la espalda y por mi aspecto juvenil, que era una niña, me sonrió con bondad y se alejó, al ver que no tenía delante de él a una enemiga. Si hubiese podido hablarle en italiano, le habría dicho que era un futura carmelita; pero por culpa de los constructores de la torre de Babel, no pude hacerlo. 

Después de visitar también Pisa y Génova, volvimos a Francia. En el trayecto, el panorama era magnífico. A veces bordeábamos el mar, y la vía del tren pasaba tan cerca de él, que me parecía que las olas iban a llegar hasta nosotros (aquel espectáculo fue debido a una tempestad, y era de noche, lo que hacía que la escena fuese aún más impresionante). Otras veces atravesábamos llanuras cubiertas de naranjos con su fruta ya madura, o de verdes olivos de escaso follaje, o de esbeltas palmeras... 

A la caída de la tarde, veíamos los numerosos puertecitos de mar iluminarse con multitud de luces, mientras en el cielo empezaban a brillar las primeras estrellas... Y a la vista de todas aquellas cosas, que yo miraba por primera y por última vez en mi vida, ¡mi alma se llenaba de poesía...! Pero las veía desvanecerse sin la menor pena. Mi corazón aspiraba a otras maravillas. Había contemplado ya bastante las bellezas de la tierra, y sólo las del cielo eran ya el objeto de sus deseos. Y para ofrecérselas a las almas, ¡quería convertirme en prisionera ...!

Fuente: Catholic. net