Es
importante entender también cómo el hombre, haciendo mal uso de su libertad,
opta por alejarse de su Creador, rompe con Él y peca
“Junto a la conciencia queda también
oscurecido el sentido de Dios, y entonces, perdido este decisivo punto de
referencia interior, se pierde el sentido del pecado. He aquí por qué mi
Predecesor Pío XII, con una frase que ha llegado a ser casi proverbial, pudo
declarar en una ocasión que «el pecado del siglo es la pérdida del sentido del
pecado»”.
Las palabras de Juan Pablo II resuenan en nuestra
mente y corazón para tratar de entender nuestra propia realidad. En otros
artículos hemos entendido la grandeza de nuestra naturaleza al ser creados a
imagen y semejanza de Dios, invitados a plenificar nuestra existencia viviendo
el amor.
Es importante entender también cómo el hombre,
haciendo mal uso de su libertad, opta por alejarse de su Creador, rompe con Él
y peca. El pecado es ruptura, rechazo y desconfianza del Plan de Dios. Por el
pecado la imagen queda oscurecida y la semejanza perdida. Nuestros primeros
padres rompen la comunión con Dios, quieren alcanzar su realización y felicidad
no con Él sino frente a Él, incluso contra Él.
No podemos entender la realidad del mundo y del hombre
actual si olvidamos la importancia del pecado. “El mal procede de la
desobediencia y el rechazo con que la criatura humana desde su libertad
responde a Dios y a sus amorosos designios es la fuente de toda ruptura, y no
sólo ello, sino es fuerza de ruptura, de anti-amor que obstaculizará
permanentemente el crecimiento en el amor y la comunión, tanto desde el corazón
de los hombres, como desde las diversas estructuras por ellos creadas, en las
cuales el pecado de sus autores ha impreso su huella destructora”.
Muy equivocados estamos los seres humanos cuando
queremos entendernos a nosotros mismos y nos olvidamos del pecado, que es un
dato antropológico fundamental. Hoy en día la conciencia del pecado y el
sentido del mismo están oscurecidos, porque el ser humano vive de espaldas a
Dios y a sí mismo.
Se trata de mirarnos integralmente, como Dios nos
mira, sabiéndonos hijos de Dios, creados por amor y con una libertad que, mal
empleada, introdujo una alteración que afectó la realidad del ser humano y sus
relaciones básicas.
Por Humberto Del Castillo Drago
Fuente: Psicología y virtud/ Areté