Nadie puede controlar
completamente la realidad que lo rodea, ni siquiera a sí mismo
Tal vez, cuando uno está cansado de la
vida y teme el futuro, lo que quiere es cambiar, ir a otro lugar, hacer algo
diferente. Pero a veces Dios nos pide que nos quedemos donde estamos. Ahí
quietos. Haciendo lo que sabemos hacer. Cuesta esa espera. Cuesta tener
paciencia con Dios.
Decía santa Teresa: “Si en medio de las adversidades persevera el corazón con
serenidad, con gozo y con paz, esto es amor”. El amor sabe perseverar. No es
impaciente. No desespera nunca.
¡Qué común es ver hoy la desesperación en
los ojos de los hombres! Muchos desesperan en el camino. ¡Cuánto
cuesta enfrentar la frustración y el fracaso!
El otro día leía: “Muchos hombres se sienten frustrados, o desalentados, o incluso
derrotados cuando se encuentran frente a una situación o un mal contra el que
no pueden hacer mucho. Todo puede generar una amarga frustración y, a veces, un
sentimiento de absoluta desesperanza”. El corazón se turba y no ve una salida.
Me gustaría tener siempre una mirada de
cielo. Una mirada positiva sobre la vida. No dramatizar en exceso. No hundirme ante las contrariedades del
camino.
¿Dónde se encuentra mi nivel de
tolerancia a la frustración? Podemos tener baja tolerancia a la
frustración sin saberlo. Cuando gestionamos negativamente nuestros
sentimientos en las situaciones de estrés. ¿Soy de los que se
ahogan en un vaso de agua? Puede ser.
Cuando no acepto los fracasos, que las
cosas no salgan como yo quiero, ¿cómo reacciono? La inmadurez del alma se
muestra en esta incapacidad de afrontar las frustraciones.
El otro día leía: “Sentir ansiedad nos remite al misterio de la vida. Nos hace
presente nuestra fragilidad, pero también el espíritu de búsqueda, de
exploración. Y sobre todo nos hace tomar conciencia de algo tan importante como
que ninguno
de nosotros puede controlar completamente la realidad que lo rodea, ni siquiera
a sí mismo y menos aún a los demás. Una cosa parece
cierta: no es fácil, incluso en ocasiones resulta imposible, dominar
la ansiedad”. La ansiedad ante lo que no controlamos.
Ante lo que escapa de nuestro poder.
No podemos asegurarnos ni siquiera una
hora más de vida. Nada es
seguro en este camino. Y las pocas certezas que nos acompañan a
veces caen cuando nos turbamos ante un fracaso y nos hundimos al no saber
manejar la frustración con una cierta altura.
Es necesario asumir que somos inmaduros. Que tenemos una baja tolerancia de la
frustración y que con facilidad nos ponemos ansiosos. Es necesario porque es
la única forma de crecer, de madurar. El que piensa que ya lo
sabe todo y lo controla todo corre más peligro de perderse y no crecer. El que
reconoce su debilidad está en el lugar perfecto para iniciar un camino de
conversión.
Aceptar la realidad tal como es y besarla
con humildad es el verdadero camino de la santidad al que estamos llamados.
Jesús me lo recuerda: “No os toca a vosotros conocer los
tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad”.
El futuro genera ansiedad en mi alma. El
futuro incierto. Las mil variables que no controlo. Jesús me pide que confíe en
su amor, en su presencia y que no quiera manejar todo en mi vida. Que me deje
llevar, que me abandone. Tal vez es la única manera de no vivir ansioso. De no vivir lleno de miedos, angustiado
por temer que mi vida se pierda.
Por Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia