"Fui acogida entre los brazos de la Virgen María, a la que nunca
me había acostumbrado a llamar por su nombre”
“He dejado de esperar poder
liberarme algún día de la etiqueta ‘la hija de Stalin’. No puedes llorar tu
destino, aunque lamento que mi madre no se casara con un carpintero”. Estas son
las palabras pronunciadas, en una de sus últimas entrevistas, por Svetlana
Iosifovna Allilueva, hija de Joseph Stalin y de su segunda mujer, Nadezhda
Allilueva.
Svetlana nació en 1926,
cuando su padre era ya primer secretario general del Partido comunista
soviético. La madre murió seis años después, oficialmente de peritonitis pero
casi seguramente por suicidio, en la noche del 8 noviembre de 1932. Ella vivió
esporádicamente con sus padres (aunque era la preferida de su padre Joseph) y creció
con una niñera.
Sin embargo, las relaciones
con su padre se deterioraron a la edad de 16 años, sea porque Stalin hizo
“desaparecer” a dos tíos a los que ella estaba muy unida, sea porque encontró
un documento reservado sobre el suicidio de su madre, que le había sido
ocultado. “Algo dentro de mí se destruyó”, recordaba. “Ya no volvía a ser capaz
de respetar la palabra y la voluntad de mi padre”.
Poco después, de hecho, se
enamoró de un director de cine judío de 40 años, Aleksei Kapler, que, con una
excusa, fue condenado por Stalin a diez años de exilio en una ciudad siberiana,
pues desaprobaba su relación. A los 17 años se casó con Grigory Morozov, un
compañero de estudios, también judío, tras recibir el permiso – de mala gana –
del padre (“Es primavera. Si quieres casarte, hazlo, vete al infierno”, fue su
reacción), quien nunca quiso ver al esposo.
En 1945 tuvieron un hijo,
Joseph, pero se divorciaron en 1947. Dos años después, Stalin combinó su
segundo matrimonio con Yuri Zhdanov (hijo de un colaborador suyo), pero también
este matrimonio – del que nació su hija, Yekaterina – naufragó casi en seguida.
En 1953, Svetlana asistió a
la muerte de su padre. La describió así: “La agonía era terrible, fue
literalmente sofocado por la muerte. En el que parecía ser el último instante
de vida, abrió de repente los ojos, arrojando una mirada sobre los presentes en
la habitación, una mirada terrible, alocada o quizás de rabia, llena de miedo.
Después, de repente, levantó la mano izquierda. El gesto era incomprensible,
parecía de amenaza. Murió al instante siguiente”. Muchos hablan de muerte por
envenenamiento, y hay quien sospecha incluso de Svetlana.
Después de la muerte del
padre, ella asumió el apellido de la madre, Allilueva, y trabajó como profesora
y traductora en Moscú. En 1963 vivió con un político comunista indio de nombre
Brajesh Singh, hasta el día de la muerte de él. Con ocasión de ello se traslado
a la India, sumergiéndose en las costumbres locales y abandonando el ateísmo en
el que había sido educada por su padre y por la sociedad soviética. Se bautizó
en la Iglesia ortodoxa rusa y, tras un encuentro con el embajador americano en
Nueva Delhi, decidió huir a Estados Unidos, donde obtuvo asilo político,
viviendo bajo la protección de los servicios secretos.
La conversión al catolicismo
llegó gracias a su relación con el monasterio carmelita de Friburgo, donde
estuvo oculta durante un mes, y a continuación, a su amistad con el padre
Garbolino, un sacerdote italiano de Pennsylvania, que la invitó a ir en peregrinación a Fátima
con ocasión del 70° aniversario de las apariciones.
“En 1969 el padre Garbolino
vino a visitarme a Princeton, entonces yo era divorciada e infeliz, pero él,
como buen sacerdote, siempre encontró las palabras adecuadas y me prometió
rezar por mi”, escribió la mujer, que en aquel momento se había apasionado por
los libros de Raïssa Maritain, mujer rusa de Jacques Maritain, también ella
convertida al catolicismo tras haber sido criada en el judaísmo y en el
ateísmo.
Tras haber escrito dos
autobiografías – que se convirtieron en best-seller –, en las que denunció a su
padre como un “monstruo” y atacaba a todo el sistema soviético –, entre 1970 y
1973 se unió en (tercer) matrimonio con William Wesley Peters, del que se
separó cuatro años después. De esa unión nació Olga. Asumió el nombre de Lana
Peters y en 1982 se transfirió a Cambridge, Inglaterra donde, con ocasión de la
fiesta de Santa Lucía, pidió y obtuvo el bautismo católico. En cierto momento,
contaba la propia Svetlana, incluso se planteó la posibilidad de ser monja.
Tras una breve permanencia en la Unión Soviética (desencantada de Occidente) y
en los Estados Unidos, volvió al Reino Unido hasta el 2009.
La correspondencia con el
sacerdote católico inglés que la acogió en la Iglesia católica el 13 de
diciembre de 1982, que vio la luz ya después de su muerte, revela la
profundidad de su fe cristiana. “Gracias y de nuevo gracias”, escribía al
sacerdote pocos días después del bautismo. “Gracias por haber abierto esta
puerta para mí. No puedo describir la oscuridad de los últimos años, y la gran
paz interior que me posee ahora”.
El 7 de noviembre de 1982,
antes de su bautismo, describió su “constante y persistente admiración por la
Iglesia de Roma” y el deseo “de estar allí”. “Como
una brújula gira siempre hacia el Polo Norte, yo sigo girando todo el tiempo
hacia la misma dirección: Roma. Acudo a la misa en Cambridge, miro a los
mártires ingleses y a la Virgen, observo la vuelta de los fieles a sus
asientos, tras haber recibido la Comunión: miro los rostros limpios de la
gente. Me gusta ver esa transformación tan visible”.
La misma fe se ve también
diez años más tarde, en una carta del 7 de diciembre de 1992, en la que cuenta
que acudía cotidianamente los sacramentos y la iglesia carmelita de Kensington
Church Street, al oeste de Londres. “Me siento fuerte y más fuerte después de
estos 10 años, estoy en el lugar justo”. La última carta al sacerdote está
fechada el 23 de enero de 1993.
La hija Olga, nieta de
Stalin, tiene hoy 44 años y vive con el nombre de Chrese Evans en Portland,
Oregon. Un periodista del Daily
Mail logró
encontrarla, amante de las armas y de los tatuajes, recuerda de su madre:
“Tenía una fe increíble, me amó de un modo incondicional, como no he sentido de
nadie más”.
En el libro “The Last Words”,
dedicado a su amigo sacerdote, Svetlana hablaba de la abuela paterna, que mandó
al joven Stalin al seminario ortodoxo de Tbilisi, en Georgia. “Pienso que todos los problemas y la
crueldad de mi padre, la inhumanidad de su partido, fueron causadas por la
abolición del cristianismo”, escribió. “Sus problemas comenzaron cuando
abandonó el seminario a la edad de 20 años. Fue entonces, justo entonces,
cuando su joven alma dejó de combatir el mal, y fue aferrada por el Mal, que
nunca la abandonaría”.
“Recé a Dios por primera vez
a los 36 años, pidiendo que curara a mi hermano Vasilij”, escribió. “No sabía
ninguna oración, ni siquiera el Padre Nuestro. Me bauticé como ortodoxa el 20
de mayo de 1962, tuve la alegría de conocer a Cristo, pero ignoraba casi toda
la doctrina cristiana. Maduré la conversión católica durante mucho tiempo, y
del catolicismo aprendí sobre todo esto: la bendición de la vida cotidiana,
incluso de la acción más pequeña y oculta. Nunca había sido capaz de perdonar y
de arrepentirme; hoy,
como católica, soy distinta a antes, sobre todo desde que voy a misa a diario.
Fui acogida entre los brazos de la Virgen María, a la que nunca me había
acostumbrado a llamar por su nombre”.
Svetlana Stalin murió el 22
de noviembre de 2011. Esta es la increíble historia de conversión de la hija
del más sanguinario dictador de la historia, jefe del primer país oficial y
políticamente ateo.
Fuente: UNIONE CRISTIANI CATTOLICI RAZIONALI/Aleteia