La fe es
vista como un peligro por los marxistas. El leninismo
percibía el peligro de la religión como tradición de valores alternativa al
comunismo
Han pasado más de 25 años desde la
caída del muro de Berlín, un tiempo largo. Una generación entera ha nacido y
crecido sin comprender lo que significaba el totalitarismo comunista en su
país.
Se escuchan los relatos de los
padres y abuelos, pero todo parece lejano. La memoria, depurada del sentimiento
hasta sí mismo, en el trabajo del historiador, ayuda a comprender, a
reconstruir biografías y decisiones, pero también las directrices de nuestro
presente y, por qué no, del futuro…
Hablamos por teléfono con el
historiador Jan Mikrut, sacerdote y profesor en la Universidad
Pontificia Gregoriana, coordinador del trabajo de docenas de investigadores que
han llevado una obra historiográfica de gran interés sobre la relación entre la
Iglesia y el comunismo en Europa oriental y en la Unión Soviética.
Una obra monumental, cuya génesis
nos explica el propio Mikrut, y que ha sido presentada hoy en Roma.
“Estábamos con otro profesor en
Rumanía para una jornada de estudios sobre el comunismo, y después de esta
jornada nació una reflexión sobre la ausencia de una obra sobre la historia de
la relación entre la Iglesia y el comunismo en Europa centro-oriental”.
“La idea inicial era escribir un
solo volumen, pero la complejidad del tema y el número de contribuciones en
continuo crecimiento nos llevó a dividir primero en dos, y después en tres
partes nuestra obra de profundización y divulgación”.
“En el primer volumen se trata solo
de los territorios de los nuevos estados nacidos tras el derrumbe de la Unión
Soviética, sin el actual territorio de Rusia, que ocupará el tercer volumen
(que se publicará en la próxima Pascua del 2017)”.
“El segundo volumen –que se
publicará en octubre– tiene como fin presentar las historias de las víctimas,
y el destino de los héroes de la fe católica en esos países, con un
importante prefacio del cardenal Schönborn”.
“Nosotros consideramos este primer
volumen como un “manual de historia de la Iglesia en Europa centro-oriental”.
El estudiante que se
encuentre con este libro entre sus manos tendrá a disposición una
amplia documentación de muchos autores y una bibliografía vasta e
internacional”.
La persecución
de la Iglesia católica en el Este Europeo y en la Unión Soviética ¿fue una
lucha contra la religión o contra un “poder alternativo” al del Régimen?
Karl Marx (1818 – 1883) decía que la
religión cristiana es el opio de los pueblos. Con la revolución bolchevique,
esta visión de la sociedad se difundió notablemente.
De esta teoría se intuye que la
fe es vista como un peligro por los marxistas. El leninismo percibía el
peligro de la religión como tradición de valores alternativa al comunismo.
Por esto, desde
el primer momento se ataca a obispos, monjes y sacerdotes. Católicos y
ortodoxos sufrieron una presión enorme, y respondieron a menudo de forma
encomiable.
Los ortodoxos, en particular,
sufrieron el encarnizamiento contra las mujeres y los hijos de los sacerdotes
amenazados, para que se rindieran.
En vuestro
trabajo ¿se ponen de manifiesto diferencias en el trato a la Iglesia en los
distintos países sometidos al régimen comunista?
En 1945, cuando los soviéticos
tomaron el poder en los países de Europa oriental, comprendieron inmediatamente
que la organización de la Iglesia católica era fuerte y capilar.
Comprendía hospitales,
periódicos, escuelas: se desmantelaron sistemáticamente y se arrogaron al
Estado estos bienes y esta actividad, para minar los fundamentos de la Iglesia.
En algunos países, como en Albania y
en la República Checa, hubo un encarnizamiento particular contra la Iglesia.
La República Checa en particular
había vivido circunstancias de larga duración, como la de Jan Hus,
para los checos un héroe nacional y positivo, y la guerra de los Treinta años,
que comenzó en Praga (1618), donde los elementos políticos y religiosos se
mezclan fuertemente.
Ya había presente un sentimiento
anticatólico, a diferencia de en Eslovaquia, que antes de 1918 formaba parte
del Reino de Hungría.
En Eslovaquia, entre 1939 y 1945, el
presidente, Jozef Tiso, era incluso sacerdote, y su Partido Popular
era muy fuerte y difundido sobre todo en las pequeñas ciudades y en las áreas
rurales.
La reacción de los comunistas fue
particularmente virulenta cuando tomaron el poder después de la segunda guerra
mundial.
Alemania del Este vio un crecimiento
de la presencia católica a causa de la llegada de muchos refugiados, aunque el
país era de mayoría luterana.
El bien probado
modelo soviético fue introducido en todos los países, y después adecuado a las
diversas realidades locales.
En Polonia se intentó destruir la
solidaridad interna, pero una población numerosa, 40 millones, y unitaria por
lengua y tradición religiosa, permitió a la Iglesia polaca sobrevivir, con
éxito, respecto a países con pequeñas minorías de católicos y pluralismo.
Entre 1772 y 1795, Polonia había
perdido la independencia y había sido dividida entre Rusia, Prusia y Austria:
las invasiones posteriores crearon un sentimiento nacional que identificaba al
otro, ortodoxo, como ruso invasor, generando así una fuerte identidad católica
del pueblo polaco.
Gran parte de
la Iglesia ortodoxa, casi toda, sufrió el régimen soviético. ¿La opresión
comunista atacó de manera distinta a católicos y ortodoxos? El Papa Francisco
recuerda a menudo el tema del “ecumenismo de la sangre”, del testimonio. ¿Las
Iglesias de entonces intentaron una colaboración?
En algunos países de mayoría
ortodoxa, como por ejemplo Rumanía, donde había una comunidad greco-católica,
las relaciones entre las jerarquías fueron esporádicas, pero entre el clero
parroquial las relaciones de ayuda mutua fueron más
difundidas.
Sin embargo, no hay que olvidar la
acción sistemática de demolición de la experiencia ligada a la Iglesia
greco-católica, literalmente depurada y anexionada a la Iglesia ortodoxa en
países como Eslovaquia.
El comunismo de
un lado y de otro del “Telón de Acero” tienen significados muy distintos para
los europeos: el Este ha significado casi exclusivamente la privación de la
libertad, en el Oeste la percepción es más ambigua a causa del papel positivo
contra el nazifascismo y – en Italia – la larga dialéctica democrática. ¿Qué
implica en la valoración “pública” de este nudo fundamental de la historia
contemporánea?
El comunismo en
Italia y Francia no tenía un carácter marcadamente antirreligioso, porque los
comunistas no tenían el poder político.
En segundo lugar en Occidente no se
conocían a fondo los desarrollos de las persecuciones efectuadas en Europa
oriental.
En 1956, no por casualidad, se
produjo un momento de reflexión traumático en los comunistas italianos, después
de los hechos de Budapest.
Hay una sensibilidad distinta para
los investigadores italianos y franceses –respecto a los de Europa
centro-oriental– al hablar del comunismo: estos últimos tienen una experiencia
y una memoria viva, con una valoración diversa de la historia y un peso
consiguiente también en la historiografía.
Ahora que han
pasado 25 años desde el fin del comunismo en Europa, es un buen momento, tiempo
suficiente para una primera valoración serena.
En las
sociedades ex-soviéticas, al comunismo se le ha sustituido por el consumismo:
¿cuál es el más peligroso para la fe?
En la primera etapa (1989-90) había
una gran euforia, finalmente los católicos se podían reunir y se celebraba
libremente.
Después, el papa Juan Pablo II, como
eslavo, comprendió bien las condiciones de las Iglesias en Europa oriental,
ayudándolas concretamente.
Las
persecuciones de la Iglesia pueden mostrar que no es la cantidad de creyentes,
sino la calidad de su fe, la que marcó la diferencia durante las persecuciones.
Después de 1990 la Iglesia, aparte
del entusiasmo, ha tenido que rendir cuentas con los jóvenes, fascinados por elmaterialismo y
por los medios de comunicación masivos. Naturalmente todo esto ha causado una
cierta crisis.
Cambió también la Ost
Politik de la Iglesia durante el pontificado de Wojtyła: en 1979 la
visita del Papa a Polonia dio empuje a Solidarność. La importante visión de la
Europa con “dos pulmones”, con la mano tendida hacia los ortodoxos, fue también
un momento de cambio.
Fuente: LUCANDREA MASSARO/Aleteia