La dignidad que nos da el perdón de
Dios es aquella de levantarnos, ponernos siempre de pie, porque Él ha creado al
hombre y a la mujer para estar en pie
El Papa Francisco habló en la catequesis de este
miércoles de la misericordia de Dios y su perdón frente al pecado, para lo que
reflexionó sobre el salmo 51 “Miserere”.
“Todos nosotros somos pecadores, pero con el perdón nos convertimos en
criaturas nuevas, llenas del Espíritu y llenas de alegría”, explicó
“Ahora, una nueva realidad comienza para nosotros: un nuevo corazón, un
nuevo espíritu, una nueva vida.
Nosotros, pecadores, perdonados, que hemos acogido la gracia divina, podemos
enseñar a los demás a no pecar más”.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Terminamos hoy las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo
Testamento, y lo hacemos meditando el Salmo 51, llamado Miserere. Se trata de
una oración penitencial en la cual la súplica de perdón es precedida por la
confesión de la culpa y en la cual el orante, dejándose purificar por el amor del
Señor, se convierte en una nueva creatura, capaz de obediencia, de firmeza de
espíritu, y de alabanza sincera.
El “título” que la antigua tradición hebrea ha puesto a este Salmo hace
referencia al rey David y a su pecado con Betsabé, la mujer de Urías el Hitita.
Conocemos bien los hechos. El rey David, llamado por Dios a pastorear el pueblo
y a guiarlo por caminos de obediencia a la Ley divina, traiciona su propia
misión y, después de haber cometido adulterio con Betsabé, hace asesinar al
marido. ¡Un horrible pecado! El profeta Natán le revela su culpa y lo ayuda a
reconocerlo. Es el momento de la reconciliación con Dios, en la confesión del
propio pecado. ¡Y en esto David ha sido humilde, ha sido grande!
Quien ora con este Salmo está invitado a tener los mismos sentimientos de
arrepentimiento y de confianza en Dios que tuvo David cuando se había
arrepentido y, a pesar de ser rey, se ha humillado si tener temor de confesar
su culpa y mostrar su propia miseria al Señor, pero convencido de la certeza de
su misericordia. ¡Y no era un pecado, una pequeña mentira, aquello que había
hecho; había cometido adulterio y un asesinato!
El Salmo inicia con estas palabras de súplica: «¡Ten piedad de mí, oh Dios,
por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! – se siente pecador –
¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!» (vv. 3-4).
La invocación está dirigida al Dios de misericordia porque, movido por un
amor grande como aquel de un padre o de una madre, tenga piedad, es decir, haga
gracia, muestre su favor con benevolencia y comprensión. Es un llamado a Dios,
el único que puede liberar del pecado.
Son usadas imágenes muy plásticas:
borra, lávame, purifícame. Se manifiesta, en esta oración, la verdadera
necesidad del hombre: la única cosa de la cual tenemos verdaderamente necesidad
en nuestra vida es aquella de ser perdonados, liberados del mal y de sus
consecuencias de muerte. Lamentablemente, la vida nos hace experimentar muchas
veces estas situaciones; y sobre todo en ellas debemos confiar en la misericordia.
Dios es más grande de nuestro pecado. No olvidemos esto: Dios es más grande de
nuestro pecado. “Padre yo no lo sé decir, he cometido tantos graves, tantos”
Dios es más grande de todos los pecados que nosotros podamos cometer. Dios es
más grande de nuestro pecado. ¿Lo decimos juntos? Todos. “¡Dios – todos juntos
– es más grande de nuestro pecado! Una vez más: “Dios es más grande nuestro
pecado”. Una vez más: “Dios es más grande nuestro pecado”. Y su amor es un
océano en el cual podemos sumergirnos sin miedo de ser superados: perdonar para
Dios significa darnos la certeza que Él no nos abandona jamás. Cualquier cosa
podamos reclamarnos, Él es todavía y siempre más grande de todo (Cfr. 1 Jn
3,20) porque Dios es más grande de nuestro pecado..
En este sentido, quien ora con este Salmo busca el perdón, confiesa su
propia culpa, pero reconociéndola celebra la justicia y la santidad de Dios. Y
luego pide todavía gracia y misericordia. El salmista confía en la bondad de
Dios, sabe que el perdón divino es sumamente eficaz, porque crea lo que dice.
No esconde el pecado, sino lo destruye y lo borra; pero lo borra desde la raíz
no como hacen en la tintorería cuando llevamos un vestido y borran la mancha.
¡No! Dios borra nuestro pecado desde la raíz, ¡todo! Por eso el penitente se
hace puro, toda mancha es eliminada y él ahora es más blanco que la nieve
incontaminada. Todos nosotros somos pecadores. ¿Y esto es verdad? Si alguno de
ustedes no se siente pecador que alce la mano. Ninguno, ¡eh! Todos lo somos.
Nosotros pecadores, con el perdón, nos hacemos creaturas nuevas, rebosantes
de espíritu y llenos de alegría. Ahora una nueva realidad comienza para
nosotros: un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida. Nosotros,
pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina, podemos incluso
enseñar a los demás a no pecar más. “Pero Padre, yo soy débil: yo caigo,
caigo”, ¡pero si tú caes, levántate! Cuando un niño cae, ¿Qué hace? Levanta la
mano a la mamá, al papá para que lo levanten. Hagamos lo mismo. Si tú caes por
debilidad en el pecado, levanta la mano: el Señor la toma y te ayudará a
levantarte. Esta es la dignidad del perdón de Dios. La dignidad que nos da el
perdón de Dios es aquella de levantarnos, ponernos siempre de pie, porque Él ha
creado al hombre y a la mujer para estar en pie.
Dice el Salmista: «Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la
firmeza de mi espíritu. […] Yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores
volverán a ti» (vv. 12.15).
Queridos hermanos y hermanas, el perdón de Dios es aquello de lo cual todos
tenemos necesidad, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que todo
pecador perdonado es llamado a compartir con cada hermano y hermana que
encuentra. Todos aquellos que el Señor nos ha puesto a lado, los familiares,
los amigos, los compañeros, los parroquianos… todos son, como nosotros,
necesitados de la misericordia de Dios. Es bello ser perdonados, pero también
tú, si quieres ser perdonado, perdona también tú. ¡Perdona! Nos conceda el
Señor, por intercesión de María, Madre de misericordia, ser testigos de su
perdón, que purifica el corazón y transforma la vida. Gracias.
Fuente: ACI Prensa