De la situación más insignificante que nos pase en el día de hoy, podemos
aprender
En el
año 1128 Hugo de San Víctor escribió la obra Didascalicon, título que proviene
de la palabra griega didascalia
y que podría traducirse como “asuntos relacionados con la instrucción”. En este
texto del siglo XII se otorga una especial importancia a la lectura.
Destaco
tres lecciones que Hugo da
al lector en relación a la humildad y al hecho de aprender: la
primera, que no se debe
despreciar ningún conocimiento o escrito, cualquiera que este
sea. La segunda, que no se
avergonzará de aprender de ningún hombre. La tercera, que cuando él mismo haya alcanzado el
conocimiento, no mirará a nadie por encima del hombro.
¡Qué
contemporáneas nos resultan estas sugerencias o lecciones, que son válidas no
sólo para la lectura o para el quehacer académico, sino para la vida misma!
“No
despreciar ningún conocimiento o escrito”, nos sugiere primeramente nuestro
maestro medieval. Esto puede trasladarse a valorar todo lo existente. Todo es susceptible de enseñarnos, de
aportarnos, de enriquecer nuestro acervo.
Escuché
en una entrevista a una madre de familia que decía que quienes más la han
enseñado son sus hijos. Ellos le han mostrado el valor del límite. Todo el
tiempo la han estimulado a aprender más, tanto de sí misma, como de todo
aquello necesario para ayudarlos a crecer.
De
la situación más insignificante que nos pase en el día de hoy, podemos
aprender.
Y no
digamos ya de los grandes acontecimientos de la vida, esos que nos dejan hondas
huellas, como la enfermedad, la muerte, el conocer a personas que nos acompañan
por el resto de nuestras vidas, el descubrimiento de la propia vocación, los
errores…
“No avergonzarnos
de aprender de ningún hombre” o mujer, continúa instruyéndonos Hugo de San
Víctor.
Recordemos
que estas lecciones estaban destinadas a personas que se adentraban en el mundo
de las letras, cosa que en la edad media no podía hacer toda la población.
Esta
recomendación rompe con la distancia que impone la academia, otorgando o
reconociendo el saber a cualquier persona y por lo tanto, desjerarquizando.
El
hecho de que otra persona no sea versada en lo mismo que yo pretendo conocer,
no quiere decir que no pueda yo aprender algo o mucho de ella.
El
tema de la vergüenza surge aquí justo cuando estamos abordando valores como la
humildad o el conocimiento. Y no es gratuito. Una de las definiciones de
humildad nos la da Teresa de Ávila: “andar en verdad”.
“Humildad”,
como “humanidad”, parten de la palabra humus:
“tierra”. Aquello de andar, que nos sugiere Teresa, nos remite a la tierra, a
estar plantados en un mismo nivel de realidad.
Quien
anda en verdad, no tiene porqué avergonzarse de sí mismo ni del otro. Todos
podemos aprender de todos, todos podemos, asimismo, enseñar.
Nos
situamos, pues, en el plano del compartir, del poner en común, en este caso, el
conocimiento.
La
última sugerencia de Hugo de San Víctor viene a concluir este recorrido:
“cuando hayamos alcanzado el conocimiento, no hemos de mirar a nadie por encima
del hombro”.
¡Qué
humano es el envanecerse de lo que uno tiene y los demás no! Es el principio
del uso y abuso del poder.
Cuando
transformo una situación de “diferencia” en condición de “desigualdad” y me
sitúo en el punto de ventaja, entonces puedo ser capaz de cometer actos de
inhumanidad.
Mirar
por encima del hombro es querer elevar mi estatura artificialmente. De esta
manera, desprecio al otro y dejo de querer compartir el mismo suelo con él.
También
instrumentalizo el conocimiento mismo y todo el proceso de
enseñanza-aprendizaje que he recorrido, ya que lo convierto en una herramienta
de prestigio y no en un bien común.
Qué
nos deja Hugo de San Víctor en estos breves consejos: apreciar todo, porque
todo nos hace presente que estamos vivos y en relación con otros seres.
Compartir no empobrece ni tendría que ser motivo de vergüenza, todo el tiempo
estamos dando y recibiendo, consciente e inconscientemente. Aunque
aparentemente poseamos alguna cosa más que los demás, esto no nos hace
superiores ni inferiores, en todo caso, nos hace responsables de aquello que
tenemos y ojalá, dispuestos a transformar en servicio, esa capacidad o
potencialidad.
Es
importante saber, pero quizás es más importante “saber saber”. Esta sabiduría
es más cordial que intelectual.
Fuente: Familia
Cristiana
