Prepararse
a emprender un viaje para toda la vida exige escoger el compañero adecuado
Uno de los cometidos más importantes del noviazgo es
poder transitar del enamoramiento (la constatación de que alguien origina en
uno sentimientos singulares que le inclinan a abrir la intimidad, y que dan a
todas las circunstancias y sucesos un color nuevo y distinto: es decir, un
fenómeno típicamente afectivo), a un amor más efectivo y libre.
Este tránsito se realiza gracias a una profundización en el conocimiento mutuo y a un acto neto de disposición de sí por parte de la propia voluntad.
Este tránsito se realiza gracias a una profundización en el conocimiento mutuo y a un acto neto de disposición de sí por parte de la propia voluntad.
En esta etapa es importante conocer realmente al otro,
y verificar la existencia o inexistencia entre ambos de un entendimiento básico
para compartir un proyecto común de vida conyugal y familiar: “que os queráis
–aconsejaba san Josemaría-, que os tratéis, que os conozcáis, que os respetéis
mutuamente, como si cada uno fuera un tesoro que pertenece al otro".
A la vez, no basta con tratar y conocer más al otro en
sí mismo; también hay que detenerse y analizar cómo es la interrelación de los
dos. Conviene pensar cómo es y cómo actúa el otro conmigo; cómo soy y cómo
actúo yo con él; y cómo es la propia relación en sí.
El noviazgo, una escuela de amor
En efecto, una cosa es cómo es una persona, otra cómo
se manifiesta en su trato conmigo (y viceversa), y aún otra distinta cómo es
tal relación en sí misma, por ejemplo, si se apoya excesivamente en el
sentimiento y en la dependencia afectiva. Como afirma san Josemaría, “el
noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento
mutuo. Es una escuela de amor, inspirada no por el afán de posesión, sino por
espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza".
Ahondar en el conocimiento mutuo implica hacerse
algunas preguntas: qué papel desempeña –y qué consecuencias conlleva– el
atractivo físico, qué dedicación mutua existe (tanto de presencia, como de
comunicación a través del mundo de las pantallas: teléfono, SMS, Whatsapp,
Skype, Twitter, Instagram, Facebook etc.), con quién y cómo nos relacionamos
los dos como pareja, y cómo se lleva cada uno con la familia y amigas o amigos
del otro, si existen suficientes ámbitos de independencia en la actuación
personal de cada uno –o si, por el contrario, faltan ámbitos de actuación
conjunta–, la distribución de tiempo de ocio, los motivos de fondo que nos
empujan a seguir adelante con la relación, cómo va evolucionando y qué efectos
reales produce en cada uno, qué valor da cada uno a la fe en la relación...
Hay que tener en cuenta que, como afirma san Juan
Pablo II, “muchos fenómenos negativos que se lamentan hoy en la vida familiar
derivan del hecho de que, los jóvenes no sólo pierden de vista la justa
jerarquía de valores, sino que, al no poseer ya criterios seguros de
comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las nuevas dificultades. La
experiencia enseña en cambio que los jóvenes bien preparados para la vida
familiar, en general van mejor que los demás"
.
Lógicamente, importa también conocer la situación real
del otro en algunos aspectos que pueden no formar parte directamente de la
relación de noviazgo: comportamiento familiar, profesional y social; salud y
enfermedades relevantes; equilibrio psíquico; disposición y uso de recursos
económicos y proyección de futuro; capacidad de compromiso y honestidad con las
obligaciones asumidas; serenidad y ecuanimidad en el planteamiento de las cuestiones
o de situaciones difíciles, etc.
Compañeros de viaje
Es oportuno conocer qué tipo de camino deseo recorrer
con mi compañero de viaje, en su fase inicial; el noviazgo. Comprobar que vamos
alcanzando las marcas adecuadas del sendero, sabiendo que será mi acompañante
para la peregrinación de la vida. Los meeting points se han de ir cumpliendo.
Para eso podemos plantear ahora algunas preguntas concretas y prácticas que se
refieren no tanto al conocimiento del otro como persona, sino a examinar el
estado de la relación de noviazgo en sí misma.
¿Cuánto hemos crecido desde que iniciamos la relación
de noviazgo? ¿Cómo nos hemos enriquecido –o empobrecido– en nuestra madurez
personal humana y cristiana? ¿Hay equilibrio y proporción en lo que ocupa de
cabeza, de tiempo, de corazón? ¿Existe un conocimiento cada vez más profundo y
una confianza cada vez mayor? ¿Sabemos bien cuáles son los puntos fuertes y los
puntos débiles propios y del otro, y procuramos ayudarnos a sacar lo mejor de
cada uno? ¿Sabemos ser a la vez comprensivos –para respetar el modo de ser de
cada uno y su particular velocidad de avance en sus esfuerzos y luchas– y
exigentes: para no dejarnos acomodar pactando con los defectos de uno y otro?
¿Valoro en más lo positivo en la relación? A este respecto, dice el Papa
Francisco: “convertir en algo normal el amor y no el odio, convertir en algo
común la ayuda mutua, no la indiferencia o la enemistad".
A la hora de querer y expresar el cariño, ¿tenemos
como primer criterio no tanto las manifestaciones sensibles, sino la búsqueda
del bien del otro por delante del propio? ¿Existe una cierta madurez afectiva,
al menos incoada? ¿Compartimos realmente unos valores fundamentales y existe
entendimiento mutuo respecto al plan futuro de matrimonio y familia? ¿Sabemos
dialogar sin acalorarnos cuando las opiniones son diversas o aparecen
desacuerdos? ¿Somos capaces de distinguir lo importante de lo intrascendente y,
en consecuencia, cedemos cuando se trata de detalles sin importancia?
¿Reconocemos los propios errores cuando el otro nos los advierte? ¿Nos damos
cuenta de cuándo, en qué y cómo se mete por medio el amor propio o la
susceptibilidad? ¿Aprendemos a llevar bien los defectos del otro y a la vez a
ayudarle en su lucha? ¿Cuidamos la exclusividad de la relación y evitamos
interferencias afectivas difícilmente compatibles con ella? ¿Nos planteamos con
frecuencia cómo mejorar nuestro trato y cómo mejorar la relación misma?
El modo de vivir nuestra relación, ¿está íntimamente relacionado con nuestra fe y nuestras virtudes cristianas en todos sus aspectos? ¿Valoramos el hecho de que el matrimonio es un sacramento, y compartimos su alcance para nuestra vocación cristiana?
El modo de vivir nuestra relación, ¿está íntimamente relacionado con nuestra fe y nuestras virtudes cristianas en todos sus aspectos? ¿Valoramos el hecho de que el matrimonio es un sacramento, y compartimos su alcance para nuestra vocación cristiana?
Proyecto de vida futura
Los aspectos tratados, es decir, el conocimiento del
matrimonio –de lo que significa casarse, y de lo que implica la vida conyugal y
familiar derivada de la boda–, el conocimiento del otro en sí y respecto a uno
mismo, y el conocimiento de uno mismo y del otro en la relación de noviazgo,
pueden ayudar a cada uno a discernir sobre la elección de la persona idónea
para la futura unión matrimonial. Obviamente, cada uno dará mayor o menor
relevancia a uno u otro aspecto pero, en todo caso, tendrá como base algunos
datos objetivos de los que partir en su juicio: recordemos que no se trata de
pensar “cuánto le quiero" o “qué bien estamos", sino de decidir
acerca de un proyecto común y muy íntimo de la vida futura.
El Papa Francisco, al hablar de la familia de Nazaret
da una perspectiva nueva que sirve de ejemplo para la familia, y que ayuda al
plantearse el compromiso matrimonial: “los caminos de Dios son misteriosos. Lo
que allí era importante era la familia. Y eso no era un desperdicio".
No podemos cerrar un contrato con cláusula de éxito con el matrimonio, pero
podemos adentrarnos en el misterio, como el de Nazaret, donde construir una
comunidad de amor.
Así se pueden detectar a tiempo carencias o posibles
dificultades, y se puede poner los medios –sobre todo si parecen importantes–
para tratar de resolverlas antes del matrimonio: nunca se debe pensar que el
matrimonio es una “barita mágica" que hará desaparecer los problemas. Por
eso la sinceridad, la confianza y la comunicación en el noviazgo puede ayudar
mucho a decidir de manera adecuada si conviene o no proseguir esa relación
concreta con vistas al matrimonio.
Casarse significa querer ser esposos, es decir, querer
instaurar la comunidad conyugal con su naturaleza, propiedades y fines: “esta
íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los
hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad".
Este acto de voluntad implica a su vez dos decisiones:
querer esa unión–la matrimonial–, que procede naturalmente del amor esponsal
propio de la persona en cuanto femenina y masculina, y desear establecerla con
la persona concreta del otro contrayente. El proceso de elección da lugar a
diversas etapas: el encuentro, el enamoramiento, el noviazgo y la decisión de
contraer matrimonio. “En nuestros días es más necesaria que nunca la
preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar (…). La
preparación al matrimonio ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y
continuo".
Por: Juan Ignacio Bañares
Fuente: Catholic.net
