Descubre
los tesoros ocultos en el amor matrimonial y vive en plenitud este camino de
perfección personal
"Como Dios ha equipado a todos los hombres con la
vocación al amor y les ha regalado de forma gratuita el fin y las fuerzas, así ha colocado a cada individuo en su estado, que es el lugar y la forma en los que tiene que tender a su destino".
(Estados de vida del cristiano, Von Balthasar, H.U.)
De acuerdo a este pensamiento, deducimos que Dios regala al hombre el
matrimonio como instrumento y estructura que facilita y ayuda a la persona
humana la vivencia de su vocación al amor. Y, por lo tanto, el católico casado
tiene la seguridad de haber recibido de Dios todo lo que necesita para vivir
esta misión en el estado matrimonial.
A pesar de ello, el católico siente en su mismo ser, tanto corporal como
espiritual, el aguijón del pecado y sus consecuencias. Pero, también, recibe la
fuerza revitalizadora de la gracia de Cristo. A causa de la redención, operada
ya en el ser humano por medio de Jesucristo, el cristiano no ha de detener su
mirada en lo que era el hombre pecador, sino alargar su horizonte hasta
redescubrir lo que era el hombre del paraíso y prefigurar lo que será el hombre
celestial.
Si lo anterior se puede afirmar de todo cristiano, en cualquier estado al que
sea llamado, también se afirma del casado, quien encuentra en el amor
matrimonial la posibilidad de superar el desorden del pecado y el camino hacia
la perfección personal.
La fuerza oculta del amor matrimonial
Los esposos cristianos, al poner su mirada en lo original de la primera pareja,
recordarán que lo realmente diverso en ellos es el modo de amar. Un amor que
les llevaba al servicio pleno de Dios, manifestado en una total disponibilidad
de las cosas materiales y del propio cuerpo y libertad.
Por lo tanto, el amor en el estado matrimonial ha de ayudar a ordenar el uso de
las creaturas, del cuerpo y de la libertad. En este sentido se podría afirmar
que el matrimonio católico es una verdadera consagración a Dios.
Una entrega que lleva a los esposos a alcanzar la santidad a través de la
vivencia por amor de los consejos evangélicos:
1. Pobreza interior
Los esposos pueden formar una actitud de pobreza interior que les lleva a
recibir como don de Dios al propio cónyuge. Y a reconocer en él la única y
principal riqueza de su vida:
Única porque deben estar dispuestos a renunciar a todo lo material, si
ello es obstáculo para la unidad matrimonial.
Principal porque desde el momento del matrimonio el valor de una persona
se mide, no por los elementos materiales que posee sino, por la entrega al
esposo.
De este modo el amor convierte la actitud de pobreza en un servicio al amado.
El católico casado tiene la seguridad de haber recibido de Dios todo lo
necesario para vivir en el matrimonio.
Adán y Eva, en su pobreza, esperaban que todo le viniera de Dios. Y vivían en
una continua solidaridad, hasta el punto que todo lo que tenían era para
donarlo al otro. De modo similar, en la vivencia práctica de la vida
matrimonial, la actitud de pobreza, vivida por amor, llevará a los esposos
cristianos, a recibir con alegría lo que el otro le puede aportar por medio de
su trabajo. En cualquier circunstancia económica que les toque vivir, no
guardará nada para sí, lo compartirá y deseará que el otro disfrute de lo
marterial antes que uno mismo.
Así los esposos, realizarán las palabras de san Pablo: "aunque probados
por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han
desbordado en tesoros de generosidad" (2Co 8,2).
2. Sexualidad al servicio del amor
El ejercicio del amor conyugal supera el desorden introducido por el pecado en
la sexualidad humana. De hecho, coloca el eros y el sexo al servicio del amor
cristiano y matrimonial. En realidad, los esposos consagran a Dios su corazón y
su cuerpo para el uso exclusivo del cónyuge y se sirven de ellos para expresar
amor en los momentos y del modo como Dios lo ha pensado.
Jesucristo se entregó a su Padre y a todos los hombres en la cruz. Su
sacrificio y renuncia fueron realizados tanto en el cuerpo como en el espíritu.
Esta renuncia realizada por el Hijo de Dios obtuvo la fertilidad que el Padre
quería: la redención del hombre.
Los esposos no hacen otra cosa sino consagrar a Dios su corazón y su cuerpo
para uso exclusivo del cónyuge.
Así los esposos cristianos, para obtener la fertilidad que, en conciencia,
creen que Dios les quiere otorgar, unas veces se entregarán mutuamente, por
amor, con el cuerpo y el espíritu, y en otras ocasiones, también por amor,
renunciarán al deseo espiritual de la posesión del cuerpo.
3. Libertad obediente
El tercer desorden provocado por el pecado, el desorden de la libertad, también
es purificado por el sacramento del matrimonio. Al momento de unir sus vidas,
los católicos se comprometen a vivir en obediencia a Dios manifiestada en las
necesidades y deseos legítimos del esposo respectivo y a ejercer sobre los
hijos la autoridad amorosa y delegada de su verdadero Padre.
Adán vivía en plena libertad y autonomía aceptando en todo lo que Dios quería
de él. Su obediencia no era sentida como imposición, pues el amor le movía a
realizar todo mandato y deseo que podía hacer feliz a Dios, a quien amaba. De
modo similar, los esposos cristianos, en el ejercicio perfecto de su libertad y
movidos por el amor, no desean otra cosa sino hacer feliz al cónyuge en el
cumplimiento de sus mandatos y deseos.
De este modo el hombre cristiano casado, sin renunciar definitivamente a la
libertad, ni al ejercicio de la sexualidad, ni a la propiedad, supera el
desorden provocado por el pecado en el uso de las cosas materiales, del cuerpo
y de la libertad. Lo supera, como el hombre original, por medio del amor.
Pero si la vivencia del amor cristiano en el matrimonio, ayudado por la gracia
de la redención otorgada por Cristo, sólo devolviera al hombre la capacidad de
ordenar lo que el pecado desordenó, su función sería netamente negativa y
condicionada por el pecado. El amor matrimonial encierra mayores riquezas para
los esposos cristianos.
Camino de perfección
El Nuevo Testamento nos ha revelado que todos los católicos son "elegidos
de Dios, santos y amados" (Col 3,12). Y así lo experimentan aquellos que
con sinceridad buscan vivir su vocación de ser imagen de Dios en el amor.
Santidad con el otro
El cristiano, aunque permanecerá siempre copia, cada día podrá asemejase más al
original. La posibilidad de crecer es una condición humana de la que nadie
puede escapar. Y esto también se aplica al laico quien ha recibido del
evangelio, al igual que el sacerdote y el religioso, el mandato de alcanzar la
perfección del Padre sin indicación alguna sobre el hasta dónde debe tender a
la santidad o de qué aspectos está dispensado.
Por consiguiente, si el esposo cristiano está llamado a ser santo y perfecto en
el estado matrimonial al que Dios le ha llamado y Él mismo le ha regalado,
significa que junto con el estado encontrará todo lo que necesita para ser
perfecto y santo. La santidad consiste en reproducir con la mayor perfección
posible la imagen original del amor de Dios. Pero recordemos que dicha imagen
divina en nuestras almas es fruto principalmente de la acción de Dios, a la que
se suma la colaboración dócil del hombre.
Signo de la presencia sacramental
La acción del amor divino en el alma se realiza principalmente por medio de los
sacramentos, en los que el Hijo de Dios actúa personal y directamente sobre
quienes los reciben. Por otra parte, para que Él se haga presente en medio de
nosotros basta una comunidad de dos o tres reunidos en su nombre (Mt 18,20).
1. Signo de Entrega:
Por ello, el matrimonio, comunidad de personas en Cristo, es un ámbito humano
propicio para que Él, por medio de la vivencia de los esposos, actúe los
contenidos de su amor de acuerdo a cada uno de los sacramentos. El sacramento del
matrimonio es signo de la vida y entrega total del Hijo de Dios al Padre y a la
humanidad. Los esposos cuanto más se entregan por amor el uno al otro, más son
signos de la presencia de Jesucristo vivo que vino a salvar a los hombres.
2. Signo de renuncia:
La entrega exige en primer lugar la renuncia a lo propio. Como Cristo tuvo que
despojarse de su apariencia divina para devolver al hombre el bien que había
perdido. Así, por el bautismo, todos nosotros hemos muerto al pecado (Rm 6,2),
es decir, al egoísmo de los propios gustos para buscar el bien de los demás.
Igualmente, la vida matrimonial exige de los esposos un nuevo modo de pensar y
actuar, no centrado ya en sí mismo sino en el bien del matrimonio y de los
hijos. En la medida que sean capaces de renunciar por amor a lo propio en
beneficio de la familia, están siendo signos de la presencia del amor de Cristo
que se hizo hombre, no buscando su bien sino el de la humanidad.
3. Signo de sacrificio:
Además de la renuncia, la entrega tiene otra cara, que se llama sacrificio, y
al que la revelación nos invita expresamente: "también nosotros debemos
dar la vida por los hermanos" (1Jn 3,16).
Cada vez que los esposos se sacrifican por el cónyuge o los hijos son signos de
la presencia del amor de Jesucristo, para quien no fue suficiente entregarse de
una vez para siempre, sino que quiso perpetuar su sacrificio cada día y en
todas las partes del mundo.
Así, en el sacrificio eucarístico, los esposos encuentran fuerzas para no poner
límites en el tiempo a su entrega sacrificada y diaria.
Pero la finalidad del sacrificio de Cristo es la unidad de todos los cristianos
en Él: "todos nosotros seamos un cuerpo, ya que todos participamos de un
sólo pan" (1Co 10,17).
Del mismo modo, todo sacrificio que exige la vida matrimonial debe buscar, ante
todo, mantener la unidad entre los cónyuges, de ellos con los hijos y de los
hermanos entre sí. Entonces, la unidad familiar, fruto del amor conyugal, será
signo del amor que debe existir entre todos los cristianos, fruto de la unidad
de cada uno con Jesucristo.
4. Signo de perdón:
El culmen del sacrificio del Hijo de Dios se descubre en la cruz, cuando
perdona a aquellos que le crucificaron. Perdón, que como su sacrificio, ha
querido perdurar durante toda la vida y en todo lugar por medio del sacramento
de la penitencia. Como el maestro, así los cristianos debemos perdonarnos unos
a otros (Ef 4,32; Col 3,13).
Por su parte, los esposos cristianos no pueden quedar excluidos de esta
obligación en el seno de su matrimonio. Han de perdonar, incluso cuando sientan
que ha sido su propio esposo quien les ha colocado en la altura de la cruz.
Y han de perdonar como Él, para quien no existe una última oportunidad: ´porque
te amo te perdono, y también te perdonaré mañana si vuelves a ofenderme´. Esta
actitud del corazón del esposo cristiano es signo del amor por el hombre que
Cristo tuvo desde la cruz.
5. Signo de amor por los necesitados:
Mientras caminaba por los senderos y ciudades de Palestina, Jesús manifiesta
una especial sensibilidad por los enfermos y tullidos. Hoy mantiene esta
expresión de su amor por medio de la unción de los enfermos.
No quiere dejar sólo ni desamparado al cristiano en el momento del dolor y de
la muerte. Así la presencia del esposo junto al lecho de la enfermedad del
cónyuge, incluso cuando éste, por su debilidad, ya no tiene posibilidad de
ofrecerle nada, expresa el amor fiel del Padre y de su Hijo quienes le
recibirán y colmarán el amor matrimonial vivido en este mundo.
6.Signo de compromiso:
Todo lo anterior no es sino la realización del sacramento de la confirmación,
por la que cada cristiano se convierte en apóstol y transmisor de la doctrina y
vida de Cristo. Aún más, vivido el matrimonio de este modo, también los esposos
son signos del Sacramento del sacerdocio instituido por el amor de Cristo para
administrar las gracias de Dios.
Los esposos entre sí y como padres de familia respecto a sus hijos son
instrumentos de la gracia Dios. Los hijos se acercan a los sacramentos
preparados por su padres. Y éstos se apoyan mutuamente para mantener y
recuperar la vida de gracia y de unión con Dios.
La oración, escuela de amor
La estructura matrimonial facilita, por lo tanto, a los esposos el ser imagen
de la acción del amor de Dios a través de los sacramentos. Pero el amor de Dios
se derrama también por medio de la oración.
Oración que pueden realizar ayudándose de la predicación de los ministros,
siempre y cuando la reciban "no como palabra de hombre, sino cual es en
verdad, como Palabra de Dios" (1Ts 2,13). Los esposos, al acudir unidos a
la predicación, pueden con más facilidad, mediante el diálogo, hecho también
oración, aplicar la Palabra de Dios escuchada tanto a lo ordinario como a lo
circunstancial de su vida matrimonial.
Los esposos deben realizar también la oración personal y privada, para que, una
vez conocidas y asimiladas las virtudes de Cristo, traduzcan en obras, bajo la
guía de un prudente director, los frutos de su contemplación. Es en la oración
donde el Espíritu de Cristo ilumina a los esposos para amar al cónyuge y a los
hijos como el mismo Jesucristo los ama en las circunstancias concretas de edad
y temperamento.
Signo de la vivencia de las virtudes teologales
Al ser signo del amor de Cristo que se derrama a través de los sacramentos y de
la oración, el estado matrimonial se convierte en luz del mundo, cumpliendo lo
mandado por el Señor: "¡Luzca así vuestra luz delante de los
hombres!" (Mt 5,16). El acto mismo del compromiso matrimonial que ambos
cónyuges declaran el día de su boda es signo claro de lo que debe ser toda la
vida cristiana: una respuesta de amor a la llamada amorosa de Dios.
¡Qué importante es para los esposos que su promesa de fidelidad sea, en primer
lugar, promesa a Dios, y, sólo después, promesa al cónyuge! ¿Por qué? Porque sólo
Dios es fiel, y nada más él puede asegurar lo que el amado promete. Sólo porque
se tiene la fe y la confianza en la gracia de Dios, que acompañará al consorte,
se puede esperar y creer en las palabras de fidelidad de éste.
Pero el acto del compromiso matrimonial no es luz para el mundo sólo por lo que
entraña de fiarse de la palabra ajena. Su luz más radiante proviene de lo que
uno mismo es capaz de prometer. Toda vida matrimonial que inicia entraña un
verdadero riesgo, se inicia una hoja en blanco en la que ninguno de los dos
esposos saben qué se escribirá en ella. Pero ambos prometen amor y entrega
absoluta incluso en la adversidad, entendida ésta tanto como proveniente de
fuera de la pareja como causada por el propio cónyuge.
Prometer una fidelidad tal es "para los hombres, imposible; pero no para
Dios, porque todo es posible para Dios" (Mc 10,27).
De este modo, la vida matrimonial se convierte también en modelo de la cruz y
el sacrificio de Jesús.
Si lo anterior se puede afirmar de todo cristiano, en cualquier estado al que
sea llamado, también se afirma del casado (Flp 1,29). Los esposos sufren por
Jesucristo cuando, en respuesta a su generosidad, no reciben del cónyuge lo
prometido.
Ellos, en razón de la promesa realizada a Dios, permanecen fieles. "Si
obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues
para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros,
dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas" (1Pe 2,20-21).
Los esposos cristianos han de estar convencidos que el sacrificio no puede
desaparecer de su vida matrimonial, como no desapareció de la vida de Cristo,
cuyo amor tratan de reproducir en el matrimonio.
Llamados a evangelizar juntos
Pero aún quedaría un aspecto más en el que la vida matrimonial debe ser imagen
del amor de Dios. "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que
Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn
4,9). Si el amor de Dios hizo que él viniera al encuentro del hombre para
acercarle a sí mismo, los esposos cristianos serán imagen del amor de Dios
cuando, saliendo de su entorno familiar, vayan al encuentro de otros hombres
para transmitir su fe en Dios.
Los dones de ser imágenes de Dios y de reproducir su amor divino a través de la
vida matrimonial no pueden ser recibidos por los esposos cristianos de forma
pasiva. Los esposos cristianos tienen la misión de ser apóstoles del matrimonio
y de la familia.
Han de transmitir con su testimonio, con su palabra y con sus acciones la
grandeza de la gracia del matrimonio que Dios les ha regalado y ellos se
esfuerzan por vivir.
Ciertamente el matrimonio cristiano es un don de Dios a la humanidad, pues
ofrece todos los elementos que el ser humano requiere, no sólo para superar el
desorden creado en él por el pecado, sino que lo encauza a la vivencia del amor
absoluto para realizar su misión de ser imagen y semejanza de Dios.
Por: P. Juan Carlos Ortega
Fuente: Catholic.net
