Que estaba
oscuro y ciego
61. Por dos cosas puede el ojo dejar de ver: o
porque está a oscuras, o porque está ciego. Dios es la luz y el objeto del
alma. Cuando está no le alumbra, a oscuras está, aunque la vista tenga muy
subida. Cuando está en pecado o emplea el apetito en otra cosa, entonces está
ciega; y, aunque entonces la embiste la luz de Dios, como está ciega, no la ve.
La oscuridad del alma es la ignorancia del alma; la cual, antes que Dios la
alumbre por esta transformación, estaba oscura e ignorante de tantos bienes de
Dios, como dice el Sabio (Ecli. 51, 26) que lo estaba él antes que Dios le
alumbrase, diciendo: Mis ignorancias alumbró.
El cual, cuanto es más abisal y de más profundas
cavernas cuando Dios, que es lumbre, no le alumbra, tanto más abismales y
profundas tinieblas hay en él; y así, esle imposible alzar los ojos a la divina
luz, ni caer en su pensamiento, porque no sabe cómo es, nunca habiéndolo visto.
Por eso, ni lo podrá apetecer, antes apetecerá tinieblas, porque ni sabe cómo
es, e irá de una tiniebla en otra, guiado por aquella tiniebla. Porque no puede
guiar una tiniebla sino a otra tiniebla, pues, como dice David (Sal. 18, 2) el
día rebosa en el día, y la noche enseña su noche a la noche. Y así un abismo
llama otro abismo (Sal. 41, 8): un abismo de tinieblas a otro abismo de
tinieblas, y un abismo de luz a otro abismo de luz, llamando cada semejante a
su semejante e infundiendo en él.
Y así, la luz de la gracia que Dios había dado a
esta alma antes, con que la había abierto el ojo de su abismo a la divina luz y
hechóla en esto agradable, llamó otro abismo de gracia, que es esta
transformación divina del alma en Dios, con que el ojo del sentido queda tan
esclarecido y agradable que la luz y la voluntad toda es una, unida la luz
natural con la sobrenatural, y luciendo ya la sobrenatural solamente; así como
la luz que Dios crió se unió con la del sol, y luce la del sol solamente sin
faltar la otra (Gn. 1, 14n18).
63. Y también estaba ciega en tanto que gustaba
de otra cosa. Porque la ceguedad del sentido racional y superior es el apetito
que, como catarata y nube, se atraviesa y pone sobre el ojo de la razón para
que no vea las cosas que están delante. Y así, en tanto que proponía en el
sentido algún gusto, estaba ciego para ver las grandezas de riquezas y
hermosuras divinas que estaban detrás. Porque así como, poniendo sobre el ojo
una cosa, por pequeña que sea, basta para tapar la vista que no vea otras cosas
que estén delante, por grandes que sean, así un leve apetito y ocioso acto que
tenga el alma, basta para impedirla todas estas grandezas divinas que están
después de los gustos y apetitos que el alma quiere.
64. (Oh, quién pudiera decir aquí cuán imposible
le es al alma que tiene apetitos juzgar de las cosas de Dios como ellas son!
Porque para acertar a juzgar las cosas de Dios, totalmente se ha de echar el
apetito y el gusto afuera y no las ha de juzgar con él, porque infaliblemente
vendrá a tener las cosas de Dios por no de Dios, y las no de Dios, por de Dios.
Porque, estando aquella catarata y nube sobre el ojo del juicio, no ve sino
catarata, unas veces de un color, otras de otro, como ellas se ponen; y piensan
que la catarata es Dios, porque no ve, como habemos dicho, más que catarata,
que está sobre el sentido, y Dios no cae en sentido. Y así el apetito y gustos
impiden el conocimiento de las cosas altas, como lo da a entender el Sabio (Sab.
4, 12), diciendo: El hechizo de la vanidad oscurece los bienes, y la
inconstancia del apetito trastrueca el sentido que aun no sabe de malicia.
65. Por lo cual, los que no son tan espirituales
que estén purgados de los apetitos y gustos, sino que todavía están algo
animales en ellos crean que las cosas viles y bajas del espíritu, que son las
que más se llegan al sentido en que ellos todavía viven las tendrán por gran
cosa; y las que fueren altas del espíritu, que son las que mas se apartan del
sentido, las tendrán en poco y no las estimarán, y aún las tendrán por locura,
como dice san Pablo (1 Cor. 2 14) diciendo: El hombre animal no percibe las
cosas de Dios; sonle a él como locura y no les puede entender.
Y hombre animal es aquel que todavía vive con
apetitos y gustos de su naturaleza, que, aunque algunos vengan y nazcan de
espíritu, si se quiere asir a ellos con su natural apetito, ya son apetitos
naturales; que poco hace al caso que el objeto sea sobrenatural si el apetito
sale de sí mismo y tiene raíz y fuerza en el natural, pues tiene la misma
sustancia y naturaleza que si fuera acerca de materia y objeto natural.
66. Dirásme: pues cuando se apetece Dios, )no es
sobrenatural? Digo que no siempre, sino cuando Dios le infunde, dando él la
fuerza del apetito, y esto es muy diferente; mas cuando tú, de tuyo, tú le
quieres tener, no es más que natural, y lo será siempre si Dios no le
informare. Y así, cuando tú, de tuyo, te quieres pegar a los gustos
espirituales y ejercitas el apetito tuyo y natural, catarata pones, y eres
animal y no podrás entender ni juzgar lo espiritual, que es sobre todo sentido
y apetito natural.
Y si tienes más duda, no sé qué te diga, sino
que lo vuelvas a leer y quizás no la tendrás, que dicha está la sustancia de la
verdad, y no se sufre aquí en esto alargarme más. 46 Este sentido, pues, que
antes estaba oscuro sin esta divina luz de Dios, y ciego con sus apetitos, ya
está de manera que sus profundas cavernas, por medio de esta divina unión,
Fuente: Portal Carmelitano