De los provechos que causa en el alma esta noche
1. Esta noche y purgación del apetito, dichosa para
el alma, tantos bienes y provechos hace en ella (aunque a ella antes le parece,
como habemos dicho, que se los quita), que así como Abraham hizo gran fiesta
cuando quitó la leche a su hijo Isaac (Gn. 21, 8), se gozan en el cielo de que
ya saque Dios a esta alma de pañales, de que la baje de los brazos, de que la
haga andar por su pie, de que también, quitándola el pecho de la leche y blando
y dulce manjar de niños, la haga comer pan con corteza, y que comience a gustar
el manjar de robustos, que en estas sequedades y tinieblas del sentido se
comienza a dar al espíritu vacío y seco de los jugos del sentido, que es la
contemplación infusa que habemos dicho.
De esto hay buena figura en el Exodo (33, 5),
donde, queriendo Dios humillar a los hijos de Israel y que se conociesen les
mandó quitar y desnudar el traje y atavío festival con que ordinariamente
andaban compuestos en el desierto, diciendo: Ahora ya de aquí adelante
despojaos el ornato festival y poneos vestidos comunes y de trabajo, para que
sepáis el tratamiento que merecéis; lo cual es como si dijera: Por cuanto el
traje que traéis, por ser de fiesta y alegría, os ocasionáis a no sentir de
vosotros tan bajamente como vosotros sois, quitaos ya ese traje, para que de
aquí adelante, viéndoos vestidos de vilezas, conozcáis que no merecéis más y
quién sois vosotros.
De donde la verdad, que el alma antes no conocía, de su miseria:
porque en el tiempo que andaba como de fiesta, hallando en Dios mucho gusto y
consuelo y arrimo, andaba más satisfecha y contenta, pareciéndole que en algo
servía a Dios; porque esto, aunque entonces expresamente no lo tenga en sí, a
lo menos, en la satisfacción que halla en el gusto, se le asienta algo de ello
y ya puesta en estotro traje de trabajo, de sequedad y desamparo, oscurecidas
sus primeras luces, tiene más de veras éstas en esta tan excelente y necesaria
virtud del conocimiento propio, no se teniendo ya en nada ni teniendo
satisfacción ninguna de sí; porque ve que de suyo no hace nada ni puede nada.
Y esta poca satisfacción de sí y desconsuelo que
tiene de que no sirve a Dios, tiene y estima Dios en más que todas las obras y
gustos primeros que tenía el alma y hacía, por más que ellos fuesen, por cuanto
en ellos se ocasionaba para muchas imperfecciones e ignorancias; y de este
traje de sequedad, no sólo lo que habemos dicho, sino también los provechos que
ahora diremos y muchos más, que se quedarán por decir, nacen, que como de su
fuente y origen, del conocimiento propio proceden.
3. Cuanto a lo primero, nácele al alma tratar con
Dios con más comedimiento y más cortesía, que es lo que siempre ha de tener el
trato con el Altísimo, lo cual en la prosperidad de su gusto y consuelo no
hacía; porque aquel sabor gustoso que sentía, hacía ser al apetito acerca de
Dios algo más atrevido de lo que bastaba y descortés y mal mirado. Como acaeció
a Moisés (Ex. 3, 26): cuando sintió que Dios le hablaba, cegado de aquel gusto
y apetito, sin más consideración, se atrevía a llegar, si no le mandara Dios
que se detuviera y descalzara. Por lo cual se denota el respeto y discreción en
desnudez de apetito con que se ha de tratar con Dios; de donde, cuando obedeció
en esto Moisés, quedó tan puesto en razón y tan advertido, que dice la
Escritura que no sólo no se atrevió a llegar, más que ni aun osaba considerar;
porque, quitados los zapatos de los apetitos y gustos, conocía su miseria
grandemente delante de Dios, porque así le convenía para oír la palabra de
Dios.
Como también la disposición que dio Dios a Job para
hablar con él, no fueron aquellos deleites y glorias que el mismo Job allí
refiere que solía tener en su Dios (Jb. 1, 18), sino tenerle desnudo en el
muladar, desamparado y aun perseguido de sus amigos, lleno de angustia y
amargura, y sembrado de gusanos el suelo (2930); y entonces de esta manera se
preció el que levanta al pobre del estiércol (Sal. 112, 7), el Altísimo Dios,
de descender y hablar allí cara a cara con él, descubriéndole las altezas
profundas, grandes, de su sabiduría, cual nunca antes había hecho en el tiempo
de la prosperidad (Jb. 3842).
4. Y así nos conviene notar otro excelente provecho
que hay en esta noche y sequedad del sensitivo apetito, pues habemos venido a
dar en él, y es: que en esta noche oscura del apetito (porque se verifique lo
que dice el profeta (Is. 58, 10), es a saber: Lucirá tu luz en las tinieblas),
alumbrará Dios al alma, no sólo dándole conocimiento de su bajeza y miseria,
como habemos dicho, sino también de la grandeza y excelencia de Dios.
Porque,
demás de que, apagados los apetitos y gustos y arrimos sensibles, queda limpio
y libre el entendimiento para entender la verdad (porque el gusto sensible y
apetito, aunque sea de cosas espirituales, ofusca y embaraza el espíritu), y,
demás también que aquel aprieto y sequedad del sentido ilustra y aviva el
entendimiento, como dice Isaías (28, 19), que (con) la vejación hace entender
Dios cómo en el alma vacía y desembarazada, que es lo que se requiere para su
divina influencia, sobrenaturalmente por medio de esta noche oscura y seca de
contemplación la va, como habemos dicho, instruyendo en su divina sabiduría, lo
cual por los jugos y gustos primeros no hacía.
5. Esto da muy bien a entender el mismo profeta
Isaías (28, 9), diciendo: ¿A quién enseñará Dios su ciencia y a quién hará oír
su audición? A los destetados, dice, de la leche, a los desarrimados de los
pechos; en lo cual se da a entender que para esta divina influencia no es la
disposición la leche primera de la suavidad espiritual, ni el arrimo del pecho
de los sabrosos discursos de las potencias sensitivas que gustaba el alma, sino
el carecer de lo uno y desarrimo de lo otro, por cuanto para oír a Dios le
conviene al alma estar muy en pie y desarrimada, según el afecto y sentido,
como de sí lo dice el profeta (Hab. 2, 1), diciendo: Estaré en pie sobre mi
custodia, esto es, desarrimado el apetito, y afirmaré el paso, esto es, no
discurriré con el sentido, para contemplar, esto es, para entender lo que de
parte de Dios se me alegare. De manera que ya tenemos que de esta noche seca
sale conocimiento de sí primeramente, de donde, como de fundamento, sale esotro
conocimiento de Dios. Que por eso decía san Agustín a Dios: Conózcame yo,
Señor, a mí, y conocerte he a ti. Porque, como dicen los filósofos, un extremo
se conoce bien por otro.
6. Y para probar más claramente la eficacia que
tiene esta noche sensitiva en su sequedad y desabrigo para ocasionar la luz que
de Dios decimos recibir aquí el alma, alegaremos aquella autoridad de David
(Sal. 62, 3) en que da bien a entender la virtud grande que tiene esta noche
para este alto conocimiento de Dios. Dice, pues, así: En la tierra desierta,
sin agua, seca y sin camino parecí delante de ti para poder ver tu virtud y tu
gloria. Lo cual es cosa admirable; que no da aquí a entender David que los
deleites espirituales y gustos muchos que él había tenido le fuesen disposición
y medio para conocer la gloria de Dios, sino las sequedades y desarrimos de la
parte sensitiva, que se entiende aquí por la tierra seca y desierta; y que no
diga también que los conceptos y discursos divinos, de que él había usado
mucho, fuesen camino para sentir y ver la virtud de Dios, sino el no poder
fijar el concepto en Dios, ni caminar con el discurso de la consideración
imaginaria, que se entiende aquí por la tierra sin camino. De manera que, para
conocer a Dios y a sí mismo, esta noche oscura es el medio con sus sequedades y
vacíos, aunque no con la plenitud y abundancia que en la otra del espíritu,
porque este conocimiento es como principio de la otra.
7. Saca también el alma en las sequedades y vacíos
de esta noche del apetito humildad espiritual, que es la virtud contraria al
primer vicio capital que dijimos ser soberbia espiritual; por la cual humildad,
que adquiere por el dicho conocimiento propio, se purga de todas aquellas
imperfecciones en que caía acerca de aquel vicio de soberbia en el tiempo de su
prosperidad. Porque, como se ve tan seca y miserable, ni aun por primer
movimiento le parece que va mejor que los otros, ni que los lleva ventaja, como
antes hacía; antes, por el contrario, conoce que los otros van mejor.
8. Y de aquí nace el amor del prójimo, porque los
estima y no los juzga como antes solía cuando se veía a sí con mucho fervor y a
los otros no. Sólo conoce su miseria y la tiene delante de los ojos: tanto, que
no la deja ni da lugar para poner los ojos en nadie, lo cual admirablemente
David, estando en esta noche, manifiesta, diciendo: Enmudecí y fui humillado y
tuve silencio en los bienes y renovóse mi dolor (Sal. 38, 3). Esto dice, porque
le parecía que los bienes de su alma estaban tan acabados, que no solamente no
había ni hallaba lenguaje de ellos, mas acerca de los ajenos también enmudeció con
el dolor del conocimiento de su miseria.
9. Aquí también se hacen sujetos y obedientes en el
camino espiritual, que, como se ven tan miserables, no sólo oyen lo que los
enseñan, mas aun desean que cualquiera los encamine y diga lo que deben hacer;
quítaseles la presunción afectiva que en la prosperidad a veces tenían. Y,
finalmente, de camino se les barren todas las demás imperfecciones que notamos
allí acerca de este vicio primero que es soberbia espiritual.
Fuente: Mercaba