SANTA TERESA: "LOS CONCEPTOS DEL AMOR DE DIOS" (Capítulo 5)

Prosigue en la oración de unión y dice las riquezas que adquiere el alma en ella por mediación del Espíritu Santo, y lo determinada que está a padecer trabajos por el amado.

1. Ahora preguntemos a la Esposa; sepamos de esta bendita alma, llegada a esta boca divina y sustentada con estos pechos celestiales, para que sepamos, si el Señor nos llega alguna vez a tan gran merced, qué hemos de hacer o cómo hemos de estar, qué hemos de decir.

Lo que nos dice es: Asentéme a la sombra de aquel a quien había deseado y su fruto es dulce para mi garganta. Metióme el Rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad (1). Dice: Asentéme en la sombra del que había deseado.

2. ¡Válgame Dios, qué metida está el alma y abrasada en el mismo sol! Dice que se sentó a la sombra del que había deseado. 

Aquí no le hace sino manzano, y dice que es su fruta dulce para mi garganta. ¡Oh almas que tenéis oración, gustad de todas estas palabras! ¡De qué manera podemos considerar a nuestro Dios! ¡Qué diferencia de manjares podemos hacer de El! Es maná, que sabe conforme a lo que queremos que sepa (2). ¡Oh, qué sombra ésta tan celestial y quién supiera decir lo que de esto da a entender el Señor! Acuérdome cuando el ángel dijo a la Virgen sacratísima, Señora nuestra: La virtud del muy alto os hará sombra (5). ¡Qué amparada se ve un alma, cuando el Señor la pone en esta grandeza! Con razón se puede asentar y asegurar.

3. Ahora notad que, por la mayor parte y casi siempre (si no es alguna persona que quiere nuestro Señor hacer un señalado llamamiento, como hizo a San Pablo, que lo puso luego en la cumbre de la contemplación y se le apareció y habló de manera que quedó bien ensalzado desde luego) (4), da Dios estos regalos tan subidos y hace mercedes tan grandes a personas que han mucho trabajado en su servicio y deseado su amor y procurado disponerse para que sean agradables a Su Majestad todas sus cosas. 

Ya cansadas de grandes años de meditación y de haber buscado este Esposo, y cansadísimas de las cosas del mundo, asiéntanse en la verdad, no buscan en otra parte su consuelo ni sosiego ni descanso, sino adonde entienden que con verdad le pueden tener; pónense debajo del amparo del Señor; no quieren otro. Y ¡cuán bien hacen de fiar de Su Majestad, que así como lo han deseado lo cumplen! Y ¡cuán venturosa es el alma que merece de estar debajo de esta sombra, aun para cosas que se pueden acá ver! Que para lo que el alma sola puede entender, es otra cosa, según he entendido muchas veces.

4. Parece que estando el alma en el deleite que queda dicho, que se siente estar toda engolfada y amparada con una sombra y manera de nube de la Divinidad, de donde vienen influencias al alma y rocío tan deleitoso, que bien con razón quitan el cansancio que le han dado las cosas del mundo. Una manera de descanso siente allí el alma, que aun la cansa haber de resolgar; y las potencias tan sosegadas y quietas, que aun pensamiento, aunque sea bueno, no querría entonces admitir la voluntad ni le admite por vía de inquirirle ni procurarle. No ha menester menear la mano, ni levantarse, digo la consideración, para nada; porque cortado y guisado, y aun comido, le da el Señor de la fruta del manzano a que ella compara a su amado, y así dice, que su fruto es dulce para su garganta. 

Porque aquí todo es gustar sin ningún trabajo de las potencias, y en esta sombra de la divinidad (que bien dice sombra, porque con claridad no la podemos acá ver), sino debajo de esta nube está aquel sol resplandeciente y envía por medio del amor una noticia de que se está tan junto Su Majestad, que no se puede decir ni es posible. Sé yo que quien hubiere pasado por ello, entenderá cuan verdaderamente se puede dar aquí este sentido a estas palabras que dice la Esposa (5).

5. Paréceme a mí que el Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos, que la hace encender en fuego soberano, que tan cerca está. ¡Oh Señor, qué son aquí las misericordias que usáis con el alma! Seáis bendito y alabado por siempre, que tan buen amador sois. ¡Oh Dios mío y criador mío! ¿Es posible que hay nadie que no os ame? ¡Oh, triste de mí, y cómo soy yo la que mucho tiempo no os amé, porque no merecí conoceros! ¡Cómo baja sus ramas este divino manzano, para que unas veces las coja el alma considerando sus grandezas y las muchedumbres de sus misericordias que ha usado con ella y que vea y goce del fruto que sacó Jesucristo Señor nuestro de su Pasión, regando este árbol con su sangre preciosa con tan admirable amor!

Antes de ahora, dice el alma que goza del mantenimiento de sus pechos divinos; como principiante en recibir estas mercedes, la sustentaba el Esposo. Ahora va ya más crecida, y vala más habilitando para darle más. Mantiénela con manzanas (6), quiere que vaya entendiendo lo que está obligada a servir y a padecer. Y aun no se contenta con todo esto. ¡Cosa maravillosa y de mirar mucho!: de que el Señor entiende que un alma es toda suya (7), sin otro interés ni otras cosas que la muevan por sola ella, sino por quien es su Dios y por el amor que tiene, cómo nunca cesa de comunicarse con ella, de tantas maneras y modos como quien es la misma Sabiduría.

6. Parecía que no había más que dar en la primera paz, y es esto que queda dicho muy más subida merced; (8) queda mal dicho, porque no es sino apuntarlo. En el libro que os he dicho, hijas, lo hallaréis con mucha claridad, si el Señor es servido que salga a luz (9).

¿Pues qué podremos ya desear más de esto que ahora se ha dicho? ¡Oh, válgame Dios, y qué nonada son nuestros deseos para llegar a vuestras grandezas, Señor! ¡Qué bajos quedaríamos, si conforme a nuestro pedir fuese vuestro dar!
Ahora miremos lo que dijo adelante de esto la Esposa.

NOTAS AL CAPÍTULO 5

1 Cant. 2, 3-4.
2 Alusión a Sb 16, 20.
3 Lc 1, 35.
4 Hc 9, 3-11. - En la frase siguiente: el ms. de Alba da súbditos en vez de subidos.
5 Corregimos este número por el ms. de Baeza.
6 Alusión a Cant. 2, 5.
7 El ms. de Alba repite: suya suya.
8orregimos este n. por el ms. de Baeza.
9 Alude probablemente a la Vida, o quizás al Camino, a los que ya remitió en el c. 4, n. 1. Cf. varias otras alusiones: c. 1, n. 8; c. 2, nn. 17 y 29.


Fuente: Mercaba