CARTAS DE LA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS (Carta VI)

Al muy ilustre Sr. D. Sancho Dávila, que después fue obispo de Jaén. 

1. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced. He alabado a nuestro Señor, y tengo por gran merced suya, lo que vuestra merced tiene por falta, dejando algunos extremos de los que vuestra merced hacía por la muerte de mi señora la marquesa su madre, en que tanto todos hemos perdido. Su señoría goza de Dios, ¡y ojalá tuviésemos todas tal fin!
2. Muy bien ha hecho vuestra merced en escribir su vida, que fue muy santa, y soy yo testigo desta verdad. Beso a vuestra merced las manos, por la que me hace en querer enviármela, que tendré yo mucho que considerar, y alabar a Dios en ella. Esa gran determinación, que vuestra merced no siente en sí de no ofender a Dios, como cuando se ofrezca ocasión de servirle, y apartarse de no enojarle, no le ofenda, es señal verdadera, de que lo es el deseo de no ofender a su Majestad. Y el llegarse vuestra merced al santísimo Sacramento cada día, y pesarle cuando no lo hace, lo es de más estrecha amistad.
3. Siempre vaya vuestra merced entendiendo las mercedes que recibe de su mano, para que vaya creciendo lo que le ama, y déjese de andar mirando en delgadezas de su miseria, que a bulto se nos representan a todos hartas, en especial a mí.
4. Y en eso de divertirse en el rezar el Oficio divino, en que tengo yo mucha culpa, y quiero pensar es flaqueza de cabeza; ansí lo piense vuestra merced pues bien sabe el Señor, que ya que rezamos, querríamos fuese muy bien. Yo ando mejor: y para el año que tuve el pasado, puedo decir que estoy buena, aunque pocos ratos sin padecer: y como veo que ya que se vive, es lo mejor, bien lo llevo.
5. Al señor marqués, y a mi señora la marquesa, hermanos de vuestra merced beso las manos de sus señorías, y que aunque he andado lejos, no me olvido en mis pobres oraciones de suplicar a nuestro Señor por sus señorías: y por vuestra merced no hago mucho, pues es mi señor, y padre de confesión. Suplico a vuestra merced que al señor don Fadrique, y a mi señora doña María mande vuestra merced dar un recado de mi parte, que no tengo cabeza para escribir a sus señorías, y perdóneme vuestra merced por amor de Dios. Su divina Majestad guarde a vuestra merced y dé la santidad que yo le suplico. Amén.
De Ávila 10 de octubre de 1580.

Indigna sierva de vuestra merced y su hija.
Teresa de Jesús.


Notas
1. Este señor eclesiástico fue el Ilustrísimo señor don Sancho Dávila, que fue obispo de Cartagena, Jaén, Plasencia, y últimamente creo que lo fue de Sigüenza. Fue ejemplarísimo prelado, hijo de los señores marqueses de Velada. Escribió de la veneración de las reliquias un tratado muy docto, y predicó a la canonización de la Santa. Fue su confesor, siendo muy mozo, que apenas le habían acabado de ordenar; que es buen crédito de su gran virtud.
2. Todavía la discípula santa daba documentos al maestro virtuoso (que eso va de lo virtuoso a lo santo) y él se los enviaba a pedir; y bien [25] perfectos se los daba, cuando le decía: que saliese del propio conocimiento al amor, pero promoviendo éste, sin dejar aquel; porque no hay duda, que el conocimiento propio no ha de ser habitación, sino tránsito, para llegar al conocimiento de Dios: como el que conoce su enfermedad, y busca la medicina; pues estarse mirando las llagas el herido, y no acudir a su curación, fuera toda su ruina. Y tal vez, si no se ocurre luego con el remedio al daño, se cava, y profunda el alma sobrado en el propio conocimiento, puede perderse por la desesperación, que es lo que dijo el santo, y real profeta David: Nisi quod lex tua meditatio mea est, tunc forte periissem in humilitate mea (Salm. 118, v. 92). Y así es menester pasar del conocimiento propio a la esperanza, que depende del conocimiento de la bondad de Dios.
3. También se consuela en la distracción del rezo, que es cosa que suele atormentar mucho a todos; pero dice admirablemente la Santa, que cuando el intento, y deseos es de rezar bien, no hay que afligirse: porque Dios recibe lo imperfecto con lo perfecto, como mala moneda nuestra, que pasa con la buena suya, conforme nos dejó enseñado: Si oculus tuus simplex fuerit, totum corpus tuum lucidum erit (Matth. 6, v. 22). Si es buena tu intención, también lo será tu acción.
Fuente: Directorio Católico