Al muy ilustre Sr. D. Sancho Dávila, que después fue
obispo de Jaén.

2. Muy bien ha
hecho vuestra merced en escribir su vida, que fue muy santa, y soy yo testigo
desta verdad. Beso a vuestra merced las manos, por la que me hace en querer
enviármela, que tendré yo mucho que considerar, y alabar a Dios en ella. Esa
gran determinación, que vuestra merced no siente en sí de no ofender a Dios, como
cuando se ofrezca ocasión de servirle, y apartarse de no enojarle, no le
ofenda, es señal verdadera, de que lo es el deseo de no ofender a su Majestad.
Y el llegarse vuestra merced al santísimo Sacramento cada día, y pesarle cuando
no lo hace, lo es de más estrecha amistad.
4. Y en eso de
divertirse en el rezar el Oficio divino, en que tengo yo mucha culpa, y quiero
pensar es flaqueza de cabeza; ansí lo piense vuestra merced pues bien sabe el
Señor, que ya que rezamos, querríamos fuese muy bien. Yo ando mejor: y para el
año que tuve el pasado, puedo decir que
estoy buena, aunque pocos ratos sin padecer: y como veo que ya que se vive,
es lo mejor, bien lo llevo.
5. Al señor
marqués, y a mi señora la marquesa, hermanos de vuestra merced beso las manos
de sus señorías, y que aunque he andado lejos, no me olvido en mis pobres
oraciones de suplicar a nuestro Señor por sus señorías: y por vuestra merced no
hago mucho, pues es mi señor, y padre de confesión. Suplico a vuestra merced
que al señor don Fadrique, y a mi señora
doña María mande vuestra merced dar un recado de mi parte, que no tengo
cabeza para escribir a sus señorías, y perdóneme vuestra merced por amor de
Dios. Su divina Majestad guarde a vuestra merced y dé la santidad que yo le
suplico. Amén.
De Ávila 10 de
octubre de 1580.
Indigna sierva de vuestra
merced y su hija.
Teresa de Jesús.
Notas
1. Este señor
eclesiástico fue el Ilustrísimo señor don Sancho Dávila, que fue obispo de
Cartagena, Jaén, Plasencia, y últimamente creo que lo fue de Sigüenza. Fue
ejemplarísimo prelado, hijo de los señores marqueses de Velada. Escribió de la
veneración de las reliquias un tratado muy docto, y predicó a la canonización de la Santa. Fue su confesor, siendo muy
mozo, que apenas le habían acabado de ordenar; que es buen crédito
de su gran virtud.
2. Todavía la
discípula santa daba documentos al maestro virtuoso (que eso va de lo virtuoso
a lo santo) y él se los enviaba a pedir; y bien [25] perfectos se los daba,
cuando le decía: que saliese del propio conocimiento al amor, pero promoviendo
éste, sin dejar aquel; porque no hay duda, que el conocimiento propio no ha de
ser habitación, sino tránsito, para llegar al conocimiento de Dios: como el que
conoce su enfermedad, y busca la medicina; pues estarse mirando las llagas el
herido, y no acudir a su curación, fuera toda su ruina. Y tal vez, si no se
ocurre luego con el remedio al daño, se cava, y profunda el alma sobrado en el
propio conocimiento, puede perderse por la desesperación, que es lo que dijo el
santo, y real profeta David: Nisi quod lex tua meditatio mea est, tunc
forte periissem in humilitate mea (Salm. 118, v. 92). Y así es
menester pasar del conocimiento propio a la esperanza, que depende del
conocimiento de la bondad de Dios.
3. También se
consuela en la distracción del rezo, que es cosa que suele atormentar mucho a
todos; pero dice admirablemente la Santa, que cuando el intento, y deseos es de
rezar bien, no hay que afligirse: porque Dios recibe lo imperfecto con lo
perfecto, como mala moneda nuestra, que pasa con la buena suya, conforme nos
dejó enseñado: Si oculus tuus simplex fuerit, totum corpus tuum lucidum
erit (Matth. 6, v. 22). Si es buena tu intención, también lo será tu
acción.
Fuente: Directorio Católico