CARTAS DE LA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS (Carta IV)

Al ilustrísimo señor don Álvaro de Mendoza, obispo de Ávila, en Olmedo.
1. La gracia del Espíritu Santo sea con V. S. siempre. Amén. Yo estoy buena del mal que tenía, aunque no de la cabeza, que siempre me atormenta este ruido. Mas con saber que tiene V. S. salud, pasaré yo muy bien mayores males. Beso a V. S. las manos muchas veces, por la merced que me hace con sus cartas, que nos son harto consuelo: y ansí le han recibido estas madres, y me las vinieron a mostrar muy favorecidas, y con razón.
Si V. S. hubiera visto cuán necesaria era la visita, de quien declare las constituciones, y las sepa de haberlas obrado, creo le diera mucho contento, y entendiera V. S. cuán grande servicio ha hecho a nuestro Señor, y bien a esta casa, en no la dejar en poder de quien supiera mal entender por dónde podía, y comenzaba a entrar el demonio: y hasta ahora sin culpa de nadie, sino con buenas intenciones. Cierto que no me harto de dar gracias a Dios. 
De la necesidad, ni falta que nos hará, cuando el obispo no haga nada con ellas, no tenga V. S. pena, que se remediará mejor de unos monasterios a otros, que no de quien en toda la vida nos terná el amor que V. S. Como tuviéramos a V. S. aquí para gozarle (que ésta es la pena) en lo demás ninguna mudanza parece que hemos hecho, que tan súbditas nos estamos; porque siempre lo serán todos los perlados de V. S., en especial el padre Gracián, que parece le hemos pegado el amor que a V. S. tenemos. Hoy le envié la carta de V. S. que no está aquí. Fue a despachar a los que van a Roma, a Alcalá. Muy contentas han quedado las hermanas dél. Cierto es gran siervo de Dios: y como ven que en todo seguirá lo que V. S. mandare, ayuda mucho.
3. En lo que toca a aquella señora, yo procuraré lo que V. S. manda, [16] si hubiere ocasión, porque no es persona que acostumbra venir a esta casa quien me lo vino a decir; y a lo que se dio a entender, no es cosa de casamiento. Después que vi la carta de V. S. he pensado si es eso, y se pretendía atajar; aunque no puedo entender, que tenga persona, que le toque en este caso, quien me lo dijo, sino con celo de la república, y de Dios. Su Majestad lo guíe como más se sirva; que ya está de suerte, que aunque V.S. no quiera, la harán parte. Harto me consuelo yo, que esté tan libre V. S. para no tener pena. Mire V. S. si sería bien advertirlo a la abadesa, y mostrarse V. S. enojado con la parte, para si se pudiese remediar algo; que yo digo a V. S. que se me encareció mucho.

4. En el negocio del maestro Daza, no sé que diga, que tanto quisiera que V. S. hiciera algo por él; porque veo lo que V. S. le debe de voluntad: que aunque no fuera después nada, me holgara. Éste dice tiene tanta, que si entendiese que da a V. S. pesadumbre en suplicar le haga merced, no por eso le dejaría de servir, sino que procuraría no decir jamás a V. S. le hiciese mercedes. Como tiene esta voluntad tan grande, y ve que V. S. las hace a otros, y ha hecho, un poco lo siente, pareciéndole poca dicha suya. En lo de la canonjía él escribe a V. S. lo que hay. Con estar cierto, que si alguna cosa vacare, antes que V. S. se vaya, le hará merced, queda contento, y el que a mí me daría esto, es, porque creo a Dios, y al mundo parecería bien, y verdaderamente V. S. se lo debe. Plegue a Dios haya algo, porque deje V.S. contentos a todos, que aunque sea menos que canonjía, lo tomará a mi parecer. En fin, no tienen todos el amor tan desnudo a V. S. como las Descalzas, que sólo queremos que nos quiera, y nos le guarde Dios muy muchos años. Pues mi hermano bien puede entrar en esta cuenta, que está ahora en el locutorio, besa las manos muchas veces de V. S. y Teresa los pies. Todas nos mortificamos, de que nos mande V. S. le encomendemos a Dios de nuevo; porque ha de ser ya esto tan entendido de V. S., que nos hace agravio. Danme priesa por esta, y ansí no me puedo alargar más. Paréceme, que con que diga V. S. al maestro, si algo vacare se lo dará, estará contento.

Indigna sierva, y súbdita de V. S.
Teresa de Jesús.

Notas
1.    El señor obispo de Ávila, a quien escribe la Santa esta carta, fue el Ilmo. D. Álvaro de Mendoza, que pasó después a la iglesia de Palencia. Fue este prelado nobilísimo en sangre, y en virtudes, hijo de los señores condes de Ribadavia, a cuya sombra, y amparo nació esta sagrada reformación; porque fue quien más en sus principios defendió a [17] la Santa, y el que recibió en su jurisdicción el convento de san José de Ávila, donde renació el Carmelo.
2.    Hizo a la Santa, y a su religión dos señalados, y grandes beneficios. El primero, entre muchas persecuciones, recibirla en su protección, y defenderla con su dignidad de los émulos desta reforma, que fueron poderosos, como parece en las fundaciones, y corónica.
El segundo, después de haberla defendido al nacer, luego que estuvo crecida, dársela a los padres Descalzos, para que la gobernasen; y esto lo insinúa en esta carta desde el número primero hasta el tercero. Y aunque lo primero fue importantísimo, para que se pudiese criar, no fue lo segundo menos, para que con espíritu se pudiese propagar, aumentar, y asegurar.
3.    Obligada la Santa a todos estos, y otros beneficios, le manifiesta su agradecimiento con grandísima suavidad. Y intercediendo por un capellán suyo (que era el maestro Gaspar Daza, y debió de obrar su intercesión, pues fue canónigo de Ávila) como si fuera acaso, discretamente le representa su amor, y el de sus Descalzas, diciendo con su acostumbrada gracia: Al fin, no tienen todos a V. S. el amor tan desnudo como las Descalzas, que sólo le queremos, porque nos quiera. Con estas piezas de espiritual artillería batía, y derribaba la Santa las voluntades, y conquistaba las almas; y con una espiritual, dulce, y fuerte suavidad, a los que ganaba para Dios, ganaba para aumento de su religión; y a los que ganaba para su religión, cautivaba para Dios, que es el arte admirable de que san Pablo usaba: Omnibus omnia factus sum, ut omnes facerem salvos (3, Cor. 9, v. 22).
4.    En el número tercero, parece que trata la Santa de algún aviso, que le había dado a este prelado, y ella había primero recibido, en razón de algún casamiento que se quería hacer, y convenía atajar, de persona, que debía de tocar a este prelado. Y pues dice, que era menester advertirlo a la abadesa, es verisímil, que fuese la cómplice alguna doncella principal, que estaría recogida en algún convento, y debía de estar allí menos recogida, que no en casa de sus padres.
Yo entiendo, que este expediente, que toman con las que no tienen vocación de religiosas de encerrarlas en los conventos, a ellas les es de poco provecho, y a los conventos de mucho embarazo: y así, ni a los conventos les aconsejaría, que las recibiesen; ni a los padres, que las entregasen, con eso todos tendrían mejor suceso; las monjas vivirían más reformadas, y las seglares no menos recogidas.


Fuente: Directorio católico