La grandeza de María consiste en su papel singular en el misterio de Cristo, según el testimonio de la Escritura
En efecto, dentro del año
litúrgico, encontramos una representación diversa y multiforme de lo que es el
punto central de nuestra fe: el misterio de Cristo. Son aún actuales las
palabras del papa Pío XII en su encíclica, la Mediator Dei: “El año litúrgico…
es Cristo mismo, que vive siempre en su Iglesia y que prosigue el camino de
inmensa misericordia, iniciado por él” con la Encarnación.
Profundamente anclado en la
historia de la salvación, el año litúrgico, con el ritmo de sus fiestas, nos
permite hacer memoria de los acontecimientos salvadores una y otra vez,
rememorando cada domingo la Gran Pascua y el triduo santo.
Al principio, la comunidad
cristiana se centraba en torno a la Pascua. Con el tempo, la celebración ya no
se limitó al misterio de la muerte y resurrección de Cristo.
Proclamada Madre de Dios,
María recibe un culto cada vez mayor, tanto en Oriente como en Occidente,
uniendo su memoria al ciclo de Navidad. El carmelita Jesús Castellano afirma
que “en todas las liturgias orientales y occidentales se nota una auténtica
explosión de culto mariano”.
Desde la Edad Media en
adelante se observa una intervención eclesial en el año litúrgico para
“reordenar” las fiestas, simplificándolas, y en el caso de las fiestas de la
Virgen, poniéndolas en relación al misterio de su Hijo. La reforma litúrgica
llevada a cabo por el Vaticano II hizo exactamente esto, para subrayar que el
culto debido a María no tiene sentido si no es en relación a su Hijo.
El problema no ha sido la
cantidad de fiestas de la Virgen, sino la falta de un auténtico fundamento
bíblico y teológico. La grandeza de María, en cambio, consiste en su papel
singular en el misterio de Cristo, según el testimonio de la Escritura. En
resumen, María, de manera singular, comparte con la humanidad el don de haber
sido salvada por la gracia de Dios: la salvación ella la obtuvo precisamente de
ese Hijo que tuvo en la carne y que la llamó así a ser partícipe de su obra de
salvación.
Por tanto, las celebraciones
marianas se realizan durante el año siempre en relación a Cristo; como dijo la
Sacrosanctum Concilium, la Iglesia admira y exalta en María el fruto más
excelso de la redención de su Hijo, y celebra en María lo que la propia Iglesia
está llamada a ser. (cfr. CONCILIO VATICANO II, Sacrosanctum concilium, 103).
Fuente: Aleteia