La violencia es
contraria al Reino de Dios y un instrumento del anticristo
Todavía con el
temblor presente por el golpe de la sinrazón y la barbarie que nos ha dejado la
noche oscura de París, hincamos la rodilla ante el único Señor y rezamos: la
muerte no es el final, el mal no tiene la última palabra.
Convencidos de que
como afirma San Pablo en la Epístola a los Romanos, el mal ha de vencerse con
el bien (Rm 12, 21), rezamos por las víctimas, por sus familias, por los
hermanos franceses, y rezamos también para que el Señor cambie el corazón de
los asesinos. Con el ojo por ojo y el diente por diente, injustos y bárbaros en
sí mismos, solo conseguiríamos quedarnos todos ciegos y desdentados. La
violencia engendra más violencia y es tan poderosa su fuerza que, en palabras
de San Juan Pablo II con las que hoy hemos querido encabezar unomasdoce.com,
“mata lo que intenta crear”.
El filósofo André Glucksmann, fallecido esta pasada semana en París, escribió a raíz de los atentados del 11 S que se iniciaba una guerra que iba a durar una generación. Una guerra que confundiría a muchos de nuestros contemporáneos, que pensarían que la religión era la causa de la violencia terrorista. Pero no es verdad. No es cierto que la religión sea fuente de violencia. Sí lo es, sin embargo, que una religión pueda enfermar y que desde esa patología se oponga a su naturaleza más profunda. El hombre decide entonces tomar en sus manos la causa de Dios y hacerle, a su antojo, de su propiedad privada.
El filósofo André Glucksmann, fallecido esta pasada semana en París, escribió a raíz de los atentados del 11 S que se iniciaba una guerra que iba a durar una generación. Una guerra que confundiría a muchos de nuestros contemporáneos, que pensarían que la religión era la causa de la violencia terrorista. Pero no es verdad. No es cierto que la religión sea fuente de violencia. Sí lo es, sin embargo, que una religión pueda enfermar y que desde esa patología se oponga a su naturaleza más profunda. El hombre decide entonces tomar en sus manos la causa de Dios y hacerle, a su antojo, de su propiedad privada.
Benedicto XVI lo dijo en
numerosas ocasiones, alto y claro: “la violencia es contraria al Reino de Dios
y un instrumento del anticristo. La violencia nunca le sirve a la humanidad, es
más, la deshumaniza”. Con otras palabras, lo reitera también el Papa Francisco:
“el verdadero culto a Dios no lleva a la discriminación, al odio y a la
violencia sino al respeto de la sacralidad de la vida”. Lo advertía Glucksmann
cuando afirmaba que en el origen del terrorismo globalizado de raíz islamista
está el nihilismo ideológico que atenaza la auténtica creencia en Alá. Un
nihilismo que tiene como correlato la banalización del mal que ha causado en
Occidente una debilidad sustantiva para afrontar las causas y el origen de ese
mal.
Los atentados
de París son un repetido capítulo de una guerra contra el fundamento de la
civilización occidental, la dignidad de la persona y su capacidad para aceptar
la revelación. La violencia que ejerce el islamismo radical no es más que el
efecto de la ideologización de la creencia. El oscurecimiento de una razón que
no percibe la claridad de la fe, que es siempre invitación y propuesta de paz y
de libertad.
Fuente: Unomasdoce